A pesar de ser la capital federal y contar con un área metropolitana que roza a los 400.000 habitantes, Berna se mueve con la parsimonia de un pueblo grande que ha decidido blindarse contra el estrés, o así se percibe transitando por sus calles. Esta calma, inusual en una capital europea, no ha pasado desapercibida para el turismo español, que cada vez tiene más presencia. Las pernoctaciones han crecido notablemente, casi un 27% con respecto al último año, hasta llegar a las más de 26.600, buscando quizá esta tranquilidad en el corazón de Suiza.
Berna es un destino que no deberías perderte si planeas una escapada invernal a Suiza. Lo mejor de la capital helvética es que resulta sorprendentemente accesible y manejable, incluso viajando con niños. Todo está cerca y el coche se convierte en casi innecesario gracias a un transporte público práctico.
Aquí, la expectativa de Navidad se mide mirando al cielo. Los berneses cuentan los días de Adviento esperando que la ciudad se cubra de una “capa de oro blanco”. Cruzan los dedos que sea año de nieve —a finales de noviembre acumularon unos cinco centímetros—, como en los últimos años, para completar una postal perfecta. Pero incluso sin nieve, la atmósfera es envolvente. En las calles no encontraréis una decoración ostentosa; la ordenanza municipal impone una iluminación tenue y discreta, donde las ramas de pino negro y las luces cálidas en las fachadas y a las once fuentes históricas visten la ciudad con sutileza.
Ambiente en el Waisenhausplatz
Este ritmo característico tiene su guardián en el centro histórico. El Zytglogge (o torre del Reloj), reconstruido tras el gran incendio en 1405. Más allá de ser el principal monumento de la ciudad, podríamos decir que es una declaración de principios sobre el ritmo de los berneses. De hecho, su reloj astronómico todavía marca la hora solar local, tozudamente atrasada media hora con respecto a la hora central europea que rige los trenes y los móviles, por ejemplo. El mecanismo actual fecha de 1530 y fue obra de Kaspar Brunner, un armero que cambió forjar para la guerra por la precisión del tiempo. Este corazón de hierro mueve un teatro mecánico que fascina a los peatones tres minutos antes de cada hora: un gallo canta, los osos giran debajo de Kronos que, sentado, gira su reloj de arena, bajo la mirada de un león dorado que gira su cabeza “contando a los turistas”, bromean los vecinos.
Parece mentira que este edificio estuviera a punto de ser derribado en el siglo XIX por ” inútil” con la llegada de los tranvías; se salvó, como recuerda Thérèse Caruso, guía local y experta en historia bernesa, por solo tres votos en una consulta popular. Pero el mecanismo esconde un secreto en el interior que no se ve desde la calle; quién quiera descubrir cómo late realmente la ciudad tendrá que contratar a una guía oficial y adentrarse en las entrañas de la torre. Una visita imprescindible para los amantes de la ingeniería y de regalo obtendrá unas magníficas vistas de la ciudad reconstruida en el s. XV, con su estructura medieval, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1983, con sus tejas rojizas y las fuentes renacentistas coloreadas en plena calle.
Papá Noel recita versos y da la entrada a la Navidad junto a la torre del Reloj, Berna
Un año más, sin embargo, la torre asumió un protagonismo especial más allá de dar la hora. La magia se adelantó al último domingo de noviembre al anochecer. La encrucijada entre Marktgasse y Waaghausgasse, delante del reloj, estaba llena de familias bernesas mezcladas con turistas curiosos, todos pendientes de la aparición de Papá Noel. Incluso en este momento, la iluminación es tratada con delicadeza para no romper este momento mágico. La tradición marca que esta figura recite poemas de Navidad, reparta regalos en los más pequeños y oficialice la entrada en las fiestas.
Coincide con el último domingo de mes —el único día que los comercios del centro abren las puertas— y justo el día antes del inicio de Adviento. “Es el día que me gusta más del invierno; a diferencia de las compras estresadas de otras ciudades suizas, aquí es como una fiesta, la gente sale a la calle a disfrutar”, explica Caruso.
A pocos metros de la torre, detrás de la catedral, se celebra el mercado Handwerkermarkt en Münsterplattform. Este mercado de Navidad es el de los gremios artesanos. Ubicado en la terraza ajardinada que cae a plomo sobre el río Aar, solo se instala en fechas muy concretas (como el último domingo de noviembre). Es un espacio para visitar de día, antes de que cierre a media tarde, donde se venden productos Unikate (piezas únicas) hechos a mano por una unión de artesanos que decide quien tiene bastante nivel por exponer. Es un rincón que Amaia, bilbaína y residente en la ciudad, lo define como “pequeño y diferente”, con respecto a otros escenarios, que invita a contemplarlo a “un ritmo pausado”, añade.
Es en este eje de la catedral —que une la plataforma con la plaza— donde acuden algunos ciudadanos para hacer las compras de regalos más personales para estas fechas. Conectado con el jardín, justo delante del portalón gótico y bajo la mirada de la torre más alta de Suiza, se instala el mercado de autor Weihnachtsmarkt en Münsterplatz, el más emblemático para los berneses.
Ambiente en Münsterplatz, Berna
Este espacio, que funciona desde hace 30 años, consta de 33 casitas de madera que ofrece una atmósfera de postal. La Thérèse Caruso explica que hay lista de espera para exponer y que los artesanos —muchos de los cuales no son vendedores profesionales, sino que tienen otros trabajos— se organizan por turnos semanales. Eso garantiza que el visitante siempre encuentre productos diferentes, como cerámica de autor en lugar de tazas industriales, o los tradicionales cinturones bordados con motivos alpinos, convertidos aquí en objetos de diseño; o estructuras de cera personalizadas.
Este es el punto de encuentro diario por excelencia para quedar con los amigos en salir del trabajo o para familias. Se respira un ambiente acogedor, ideal para tomar un vino o chocolate calientes o un bratwurst de pie, aunque para los que buscan más confort, el mercado también dispone de un chalet donde se puede comer o cenar (se recomienda reservar) degustando una fondue, entre otros platos locales.
Un gran árbol decorado da cobijo a los visitantes en Sternenmarkt
Si la zona de la catedral es el refugio de la artesanía, el parque Kleine Schanze es el escenario de la luz que acoge el Berner Sternenmarkt (mercado de las Estrellas), situado al lado del palacio Federal, donde un gran arco de madera iluminado da la bienvenida a los visitantes. Victoria, madrileña en ruta por los mercados del país, encuentra que este es su rincón preferido cuando cae el día. “De noche es precioso, con todas las luces y las hogueras. Hay estatuas de metal con diseños muy bonitos”, describe. Es un “pueblo navideño”, añade, iluminado con guirnaldas y decoraciones brillantes y un ambiente cálido que contrasta con el frío del invierno suizo. Bajo las grandes estrellas iluminadas encontramos un pequeño pueblo infantil (Berner Kinderdorf) con un carrusel, pensado para que la magia también atrape los más niños.
Este espacio es el más joven de la ciudad, nacido en el 2018, representa la apuesta más cosmopolita de la capital. Con unas 80 casitas de madera que ofrecen un escaparate híbrido entre diseño y artesanía moderna, y una amplia zona gastronómica de food trucks que van desde especialidades internacionales a los clásicos Nürnberger (salchicha), Chnoblibrot (pan de ajo) o la Raclette pasando por las bebidas Glühwein (vino caliente), Glühmost (mosto caliente) a el Kaffee Lutz (café con aguardiente de ciruela) u opciones más selectas como el champán Canard Duchêne. El recinto acoge el Gstaader Fondue-Chalet, un refugio de madera con capacidad para 200 personas donde se puede cenar disfrutando del ambiente de alta montaña sin salir del parque.
Taza vino caliente en el mercado Waisenhausplatz
A pocos pasos y situado estratégicamente entre la entrada de la ciudad medieval y la estación de tren, hallamos el Waisenhausplatz Market. Este es el mercado veterano, con más de 40 años de historia y unas 50 casetas que rodean la plaza. Aquí la oferta recupera la esencia más tradicional y generalista, alejándose del diseño de autor para ofrecer una gran variedad de regalos hechos a mano y productos locales perfectos para llevarte un pedacito de Suiza a casa. Además, Berna es un paraíso para los amantes del chocolate, y sus amantes no pueden perderse los bombones y baldosas irresistibles que se ofrecen.
Pero, por encima de las compras, este mercado ejerce de punto de encuentro social en el centro de la ciudad. Aquí la gente viene, sobre todo, “a tomar vino caliente”. Como observó el toledano José Manuel. Los mercados aquí están “a tope de gente” disfrutando del momento con la taza en la mano. Es la parada técnica obligatoria, el lugar donde los berneses se detienen a calentarse y conversar antes de coger el tren de vuelta en casa o a adentrarse en los callejones de la parte histórica.
Panorámica de Berna desde el mirador de la casa de los Osos
Moverse entre estos tres polos (torre del Reloj, catedral y palacio Federal) es sorprendentemente ágil. En Berna las distancias son cortas, permitiendo saltar de un ambiente al otro en pocos minutos y sin abrir el paraguas gracias a los kilómetros de arcadas (Lauben, en alemán) que vertebran el centro histórico, y protegen buena parte del paseo entre mercados de la nieve y la lluvia que permiten recorrer las tiendas, también, de artesanía, dejándote seducir a cada paso por los olores de canela, queso y cafés que encuentras por los porches.
Pero la filosofía slow también quiere decir comodidad. Por eso, la oficina de turismo ofrece al viajero la opción del Bern Ticket. Esta tarjeta, que se entrega gratuitamente a cualquier huésped que pernocte al menos una noche en la ciudad (esté en hotel o alojamiento reglado), y permite el uso ilimitado de toda la red de transporte público. Todo está pensado para que la única preocupación sea disfrutar del momento.

Escapada al Gurten
A tan solo unos minutos del centro, el Gurten se alza como el gran pulmón verde de Berna. La línea 9 del tranvía te deja a los pies de la montaña y, desde allí, un funicular incluido en el Bern Ticket te eleva hasta los 858 metros de altitud en un cuarto de hora.
Arriba, el bullicio de la ciudad queda atrás. Es un espacio abierto donde que alberga unos 20 kilómetros de senderos. Si el día acompaña, se obtienen unas espectaculares vistas de 360 grados que abrazan desde los tejados del casco antiguo hasta los gigantes de los Alpes berneses: Eiger, Mönch y Jungfrau. Y, en invierno, si la nieve lo permite, los prados se convierten en pistas improvisadas de trineo y una diminuta de estación de esquí para los pequeños, pero incluso sin esquís, vale la pena subir para comer en el restaurante Gurtners. Con su atmósfera cálida y panorámica, es el lugar ideal para saborear la “tranquilidad bernesa” y despedirse de la ciudad desde las alturas, con un buen plato local en la mesa y los Alpes en el horizonte.

Paseo hasta el Zentrum Paul Klee
Pero Berna no es solo tradición medieval; también es vanguardia arquitectónica. A solo 15 minutos del centro, con la línea 12 del tranvía —un trayecto que regala la sorpresa de cruzar villas señoriales y algunos de los pocos viñedos urbanos que quedan (de las variedades Rolle y Sémillon)— se alza el Zentrum Paul Klee.
Diseñado por el arquitecto Renzo Piano, este museo no rompe el paisaje, sino que lo acaricia con tres grandes olas de acero y vidrio que parecen surgir de la tierra. En su interior aguarda la colección más importante del mundo del artista (más de 4.000 obras), pero el edificio vale la visita por sí mismo. Rodeado de campos de cultivo en el barrio de Schöngrün, ofrece, al igual que el Gurten, una panorámica privilegiada de los colosos alpinos con la ciudad a los pies.

Dónde dormir y comer
Best Western Plus Hotel Bern. Un establecimiento histórico construido en 1914 que combina tradición y servicios modernos. Situado en el corazón de la ciudad.
Restaurant Kornhauskeller. Ubicado en una impresionante bodega abovedada junto a la Torre del Reloj, su carta ofrece clásicos de la cocina suiza y especialidades bernesas, acompañados de una excelente selección de vinos de su propia vinoteca.
Restaurant Zunft zu Webern. Ubicado en la calle Kramgasse, este local se caracteriza por un estilo honesto que mezcla elementos históricos con un toque contemporáneo. Su oferta se basa en especialidades regionales.


