“Es duro recoger a un gato que has cuidado porque un coche lo ha atropellado, pero lo peor es la espera, no saber qué hacer con el cuerpo porque no hay protocolos”: el sacrificio de veterinarios y voluntarios que ayudan a los felinos comunitarios

Sociedad

Veterinarios y voluntariado especializado afrontan sin ayudas el coste económico y emocional del abandono y la reproducción descontrolada. “Es duro recoger un gato que has cuidado porque ha sido atropellado, pero lo peor es la espera, no saber qué hacer con él porque no hay protocolos”, explica una profesional

Muchos veterinarios no cobran por visitas o intervenciones.

Muchos veterinarios no cobran por visitas o intervenciones.

Getty Images

El gatito Tomi vivía en una colonia urbana. Tras una semana de ausencia, siendo siempre el primero en acudir a su cita rutinaria con la alimentadora habitual, Ana lo vio acercarse caminando con dificultad, sin cola, prácticamente arrancada. La herida se estaba necrosando y el riesgo de que la infección pasara al resto del cuerpo era inminente. Ana decidió llevarlo al veterinario para intervenirlo de urgencia. Amputar una cola cuesta entre 100 y 300 euros según el tipo de anestesia, el tiempo de la cirugía, el tipo de antibiótico y la duración, el material de sutura o si se administra antiinflamatorio. Todo suma, y cuanto más crítico es el caso, más sube la factura. Y hasta día de hoy todo sale del bolsillo de quien cuida, aunque por ley el ayuntamiento debería asumirlo y muy pocos consistorios ya están haciendo las cosas bien.

En muchos municipios, la aplicación del método CER (Captura, Esterilización y Retorno) se limita estrictamente a las esterilizaciones, dejando que cualquier otro cuidado veterinario corra a cargo de los gestores veterinarios solidarios. Personas que, en algunos casos, ni siquiera pagan impuestos como actividad profesional y, por tanto, no pueden desgravar ese impuesto. Este vacío institucional fomenta una economía privada que salva vidas por amor y altruismo hacia animales que dependen de una cura rápida para no morir.

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Cada día, sin reels ni likes, decenas de veterinarios y voluntarios especializados atienden a gatos sin nombre, sin chip y sin seguro médico. Son los pilares invisibles del control poblacional felino, una estrategia avalada por la ciencia y obligatoria por la Ley 7/2023. Son las personas encargadas de que no haya un crecimiento desproporcionado de las colonias, de que no haya tantos problemas de salud pública, de que existan especies protegidas que llevan miles de años conviviendo con el ser humano; una red resiliente considerada amante de los animales y banalizada por los sectores menos amables de la sociedad.

“La mayoría de esterilizaciones de colonias las pagan los propios voluntarios o las clínicas no las cobramos, porque las ayudas llegan tarde o no llegan nunca”, explica una veterinaria. “Si un gato muere en quirófano porque llega en mal estado, nos vamos con la culpa y el dolor, aunque sepamos que hicimos lo correcto. Y encima, en redes nos llaman asesinas.”

​La mayoría de esterilizaciones de colonias las pagan los voluntarios o las clínicas no las cobramos, porque las ayudas llegan tarde o no llegan

Veterinaria anónima

Las clínicas colaboradoras son el corazón del CER: reciben gatos capturados, los esterilizan, vacunan y desparasitan. Cada intervención cuesta entre 50 y 200 euros, sin deducciones, sin IVA reducido y sin contraprestación pública. “Es voluntariado, pero eso no debería significar desprotección frente a una ley”, apunta un técnico.

La atención a gatos comunitarios es más compleja que a animales domésticos: requiere analíticas extra, manejo especializado y más tiempo. Un gato comunitario no recibe la misma supervisión postoperatoria que uno que vive en casa: no siempre es posible administrarle medicación diaria o curas de forma regular, aunque se intente, porque no lo podremos ver en todo momento. Además, el tiempo que pasan encerrados para tratamientos o recuperaciones, cuanto más se alarga, más impacto negativo tiene en su estrés y su salud. Muchos llegan en condiciones ya complicadas que las personas cuidadoras no detectan a simple vista, porque desconocen los problemas internos de salud que puede tener un animal que vive en libertad, y tampoco tienen conocimientos veterinarios para detectarlos. 

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A ello se suma que los gatos, por instinto, saben esconder muy bien el dolor para protegerse y no mostrarse vulnerables. “No solo son las operaciones, son las jaulas, el tratamiento, el tiempo”, dice otra veterinaria. “Y cuando el ayuntamiento pide abortar a una gata casi a término, es devastador, yo me niego a practicarlo”. “Muchas caen en depresión tras semanas de cirugías duras”, cuenta un auxiliar.

A la presión económica se suma la emocional: pérdidas súbitas, abandono masivo por una protectora que cierra, agresiones humanas… “Es duro recoger un gato que has cuidado porque un coche lo ha atropellado, pero lo peor es la espera, no saber qué hacer con el cuerpo porque no hay protocolos; y decidir, finalmente, enterrarlo en algún lugar bonito con alguna flor sobre su tumba, para despedirte de él”, afirma una gestora de colonias.

Muchas veterinarias caen en depresión tras semanas de cirugías duras

Auxiliar anónimo
Las vacunas y desparasitaciones deben adaptarse al entorno y estilo de vida de cada gato

Las clínicas colaboradoras son el corazón del CER. 

ILKER METIN KURSOVA

Quienes cuidan colonias se enfrentan a un dilema que va más allá de lo económico o logístico: ¿qué otra solución tenemos si no cuidamos colonias? ¿Ignorar el daño? ¿Decirnos que la “naturaleza seguirá su curso” y pondrá todo en su lugar? ¿Mirar hacia otro lado mientras un animal sufre? Para la mayoría, estas no son opciones reales.

Podríamos hablar del “estrés moral” del voluntariado: la tensión que se genera cuando sabes lo que debería hacerse, pero no tienes los recursos para hacerlo. Este estrés, prolongado en el tiempo, puede desembocar en fatiga por compasión, un cuadro que combina síntomas de ansiedad, tristeza crónica y agotamiento físico.

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En la práctica, las cuidadoras y veterinarios que atienden colonias conviven con una certeza angustiosa: mañana volverá a pasar. Y pasado. Y el otro. Porque son animales de calle, expuestos a peligros 24 horas al día, incluso bajo nuestra supervisión diaria y con todo el amor que podamos darles. Accidentes, envenenamientos, peleas, enfermedades, atropellos… el riesgo nunca se anula del todo.

Vivir en este estado de alerta permanente impacta en el sistema nervioso: se normaliza la hiper-vigilancia, se altera el sueño, disminuye la capacidad de desconectar, y cada pérdida o herida se experimenta como un pequeño trauma. La OMS y estudios sobre bienestar animal coinciden en que, sin redes de apoyo emocional y formación para la gestión del duelo, el coste psicológico puede llegar a ser tan destructivo como el económico.

La OMS y estudios sobre bienestar animal coinciden en que, sin redes de apoyo emocional y formación para la gestión del duelo, el coste psicológico puede llegar a ser tan destructivo como el económico

Por eso, más allá de las esterilizaciones o las ayudas económicas, urge un acompañamiento psicológico específico y un enorme respeto hacia las redes de gestoras de colonias, quienes dedican su vida a cuidar animales que no pueden protegerse del todo, incluso cuando ya están bajo un programa CER. No se trata solo de salvar gatos: se trata también de salvar a las personas que los salvan.

Las propuestas van desde una fiscalidad adaptada (IVA reducido para esterilizaciones de animales abandonados, deducciones por colaboración CER) hasta convenios municipales estables con asociaciones que realmente actúen en todo el municipio y federaciones de entidades que dispongan de acceso directo a subvenciones. También se plantea una red de apoyo psicológico para el voluntariado y tarifas simbólicas para esterilizaciones públicas. “Si podemos hacerlo con la sanidad humana, ¿por qué no con la animal?”, pregunta una voluntaria. La base, recuerdan, es que los ayuntamientos asuman los costes que por ley les corresponden. Porque no son héroes invencibles: son personas exhaustas que merecen respeto, descanso y recursos. La ética no debería ser un castigo.

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