Las celebraciones que acompañan a la festividad de Halloween —un evento cuyo anclaje en los países anglosajones ha ido exportándose cada vez más a nuestro país—, sean del tipo que sean, suelen guardar distintos puntos en común.
En general, en todas ellas nos encontraremos un buen puñado de calabazas talladas con caras, disfraces de zombi o vampiro y, para aderezar todo ello, un poco de sangre falsa, usada como maquillaje o elemento cosmético. No obstante, aunque la sangre de mentira es, a día de hoy, un bien fácilmente accesible por todos, hubo un tiempo en el que su uso trajo quebraderos de cabeza a actores, directores de cine y artistas que querían aderezar con ella sus creaciones.
Durante mucho tiempo se creyó que, en la época del teatro romano y, especialmente, durante los siglos XVI y XVII, los actores de teatro utilizaban sangre de animales para dar más realismo a las representaciones de obras particularmente cruentas, como el Tito Andrónico de Shakespeare. No obstante, con el tiempo, la mayoría de historiadores han considerado que la utilización de sangre real en representaciones es bastante improbable.
Este tejido conectivo, proceda de humanos o animales, tiende a coagular de una manera demasiado rápida como para almacenarse y utilizarse en sucesivas representaciones, por ejemplo, a lo largo de una semana. Además de eso, lo complicado que era —y es, incluso a día de hoy— eliminarla de la ropa la convierten en un líquido demasiado aparatoso como para querer salpicarlo en disfraces, telones y decorados.
Escenas de la película 'Psicosis'.
Las características tan particulares de la sangre real son, precisamente, el motivo por el cual la técnica alrededor de la creación de sangre falsa ha estado en constante evolución desde hace más de dos siglos. La ficción audiovisual difícilmente podría pasar sin poder representar el que es, el símbolo, por antonomasia, de la violencia y el terror; así que tan pronto como se popularizó el teatro, y sobre todo, tras el nacimiento del cine, los artistas han echado mano de distintos elementos químicos y curiosas combinaciones para obtener los resultados más convincentes posibles.
Uno de los usos más tempranos de sangre falsa del que se conserva registro es el ejercido por el Grand Guignol, el notable teatro parisino que operó desde el siglo XIX y hasta el año 1962. Gran parte del interés del público hacia el Guignol venía de la manera en la que las representaciones, de corte naturalista, buscaban impactar a la audiencia, ofreciendo experiencias particularmente intensas.
Los actores utilizaban mezclas de agua o glicerina hervidas junto a cochinillas del carmín, un insecto común que es capaz de generar un potente pigmento rojo
Para generar este impacto, los actores utilizaban mezclas de agua o glicerina hervidas junto a cochinillas del carmín, un insecto común que es capaz de generar un potente pigmento rojo que, incluso a día de hoy, se utiliza frecuentemente en la industria cosmética y alimentaria. Incluso si, probablemente, la consistencia no se parecía a la real, el color intenso era más que suficiente como para crear la ilusión buscada.
En los primeros pasos del cine, no obstante, el color no era un problema: muchos filmes en blanco y negro utilizaban diversos líquidos de consistencia más o menos espesa para representar la sangre. Uno de los casos más famosos, a este respecto, es el de Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, donde el director británico optó por usar sirope de chocolate para filmar la sangre en la icónica escena de la ducha, considerando que daba un efecto más realista que las mezclas de sangre falsa que eran populares en la época.
Con la mejora de la técnica y, sobre todo, con la popularización del cine a color, los cinematógrafos y los equipos de efectos especiales tuvieron que darle un par de vueltas más a la obtención del líquido perfecto para representar la sangre.
Desde el punto de vista del presente, sorprende pensar en la técnica que se utilizó, en los años 70 y 80, todavía sin posibilidad de efectos especiales a ordenador, para filmar algunas de las escenas más conocidas del cine de terror. Uno de los ejemplos más comentados a ese respecto es la escena de El Resplandor, en la que se abren las puertas de un ascensor para desvelar un gran río de sangre.
Fotograma de 'El resplandor'.
Según cuenta la leyenda, el equipo no solo pasó días preparando la mezcla de sangre falsa para que la consistencia y color fuesen perfectas, sino que el propio director, Stanley Kubrick, tenía tantas dudas sobre si sería posible generar el efecto deseado que no quiso estar presente en el día de la grabación.
En esta época, había dos mezclas particulares de sangre falsa que eran especialmente populares. La primera de ellas fue creado por el farmacéutico John Tynegate, en Inglaterra: una mezcla de harina de maíz, sirope, colorante rojo y agua, que destacaba por su color rojo brillante, si bien tenía una consistencia más densa —y pegajosa— que la sangre real.
La mezcla “Kensington Gore” fue utilizada en la inmensa mayoría de películas británicas de entre los años 60 y 80
La mezcla, apodada “Kensington Gore”, fue utilizada en la inmensa mayoría de películas británicas de entre los años 60 y 80, hasta el punto de que llegó a producirse en masa para su uso en representaciones.
No obstante, la receta más legendaria —e incluso usada, todavía, a día de hoy— para crear sangre falsa fue ideada por Dick Smith, un popular artista de maquillaje de Hollywood que consiguió efectos especialmente realistas mezclando sirope de maíz y colorante con Kodak Photo-Flo, un líquido humectante para revelado de películas.
Linda Blair en 'El exorcista'.
La única pega de la mezcla es que el uso de este químico lo convertía en una sustancia tóxica si se ingería o se mantenía sobre la boca o la piel. Con el tiempo, los departamentos de efectos especiales fueron refinando la mezcla sustituyendo este líquido por sustancias edibles, como crema láctea, para evitar posibles efectos adversos.
La popularización de los efectos visuales generados por ordenador a finales de los años 90 trajo consigo, también, mayor sencillez a la hora de obtener estos efectos, y muchas obras dejaron de tener que preocuparse por la consistencia o la viabilidad de sus mezclas.
Aun así, el método ha llegado a perfeccionarse tanto que muchos fans del cine de terror siguen prefiriendo la manera práctica e ingeniosa en la que películas como El Exorcista (1973), Alien (1979), El Resplandor (1980) o La Cosa (1982) le añadían ese toque de color rojo a sus escenas más intensas.
Al fin y al cabo, e incluso si en muchas ocasiones es la prioridad, el realismo en el cine no lo es todo: la emoción, el impacto o la estética ocupan lugares tan o más importantes en la experiencia, y en esas ocasiones, la sangre falsa, un líquido con una historia tan peculiar, puede ser, precisamente, la clave.




