La historia de la ciencia está llena de saltos hacia adelante… y de olvidos que nos hicieron retroceder siglos. Más allá de la Biblioteca de Alejandría, uno de los más fascinantes es el del Palimpsesto de Arquímedes, un manuscrito que escondía bajo oraciones monásticas los textos más avanzados de la Antigüedad.
Entre todos estos manuscritos se encuentra el Método de los teoremas mecánicos, libro en el que el sabio de Siracusa planteaba principios de lo que hoy llamaríamos matemáticas combinatorias y física teórica, más de mil ochocientos años antes de Newton y Leibniz.
'Cicerón y los magistrados descubriendo la tumba de Arquímedes en Siracusa', de Benjamin West (1797).
Hallazgo redescubierto
Una joya borrada en la Edad Media
En el siglo II antes de Cristo, Arquímedes escribió un tratado que proponía aplicar el razonamiento mecánico al estudio de la naturaleza. “El método mecánico es la llave para entender la naturaleza”, dejó escrito. Aquellas páginas eran el germen de la ingeniería moderna. Pero, en la Edad Media, el pergamino era un bien escaso y los monjes lo rasparon para reutilizarlo en forma de salmos. La práctica del palimpsesto salvaba materiales, pero sepultaba ideas.
De este modo, el manuscrito no reapareció hasta 1906, cuando el filólogo danés Johan Ludvig Heiberg detectó, bajo los rezos medievales, trazos de un texto antiguo. Pronto identificó lo imposible: fragmentos auténticos de Arquímedes. Se trataba del primer intento documentado de usar la mecánica y la combinatoria para comprender el mundo físico.
El libro desapareció de nuevo durante gran parte del siglo XX, hasta que en los años noventa un coleccionista anónimo lo compró en subasta por dos millones de dólares. Solo entonces pudo comenzar su auténtica resurrección. Un equipo de científicos utilizó rayos X, ultravioleta e infrarrojos para leer lo que la tinta medieval había borrado. Lo que emergió confirmó la magnitud de la pérdida: Arquímedes había anticipado conceptos que la ciencia solo reencontró en la Edad Moderna.
En contra de lo que se pueda pensar, los monjes que borraron el texto no eran enemigos del progreso; simplemente necesitaban reciclar materiales caros. Sin embargo, el efecto fue devastador: el mundo perdió durante siglos un conocimiento que podría haber acelerado la revolución científica.

