Hoy es un buen día para empinar el codo. Calor hogareño, mesa bien dispuesta, indulgencia familiar y la perspectiva de una sobremesa incierta.
Nunca hay que descartar nada en las sobremesas navideñas, de ahí la idoneidad del puntito alcohólico –no confundir con las borracheras de los cosacos– para afrontar los desafíos: parchís, juegos de naipes, concurso infantil de poesía cuya dotación ya quisieran los poetas el resto del año, trifulcas conyugales, ajustes de cuentas monoparentales, coreografías de rap, hazañas bélicas o “yo hice la mili en Sidi Ifni”, chistes susceptibles de prisión y aun conciertos de piano, armónica o zambomba.

Al igual que las autoridades sanitarias, yo desaconsejo el abuso del alcohol, pero sostengo que de haber un día –y una sobremesa– para las melopeas veniales, es el de hoy. ¿Acaso no es mejor que te suba a la cabeza una copa de anís Machaquito que refugiarte toda la tarde en la pantalla del móvil?
No hay nada más incierto que la sobremesa de los almuerzos navideños
Entre los recuerdos felices de la infancia, preconstitucionales y rancios, figura la licencia que se concedían en estos almuerzos las mujeres de la familia respecto al consumo de alcohol.
–¡Un día es un día!
Se trataba de alcoholes dulzones, entre benedictinos y montserratinos, copas de champán –acaso cava–, anuencia que se daban por ser un día excepcional, inmune a los códigos moralistas según los cuales las mujeres no debían pimplar alcohol en público y menos delante de los niños.
Gracias al conocimiento, la comida navideña puede convertirse en una cata tan selecta como infinita: vermuts de Reus o del resto del mundo, sake, blancos, tintos, espumosos, espirituosos... Un ritmo que, quieras o no, tira al bostezo y al sueño. Pero ¿y la sobremesa? No es cuestión de dormir la mona sino de dosificarla de tal manera que cualquier charla, actividad o exhibición nos interese.
Hoy es un buen día para empinar el codo a sabiendas de que lo que no nos aconsejan las autoridades sanitarias ni nos autorizan los guardianes de la moral nos lo disculpa la familia, ese gran invento.
¡Antes achispados todos que pegados al móvil por separado!