Meterse en fregados

La sociedad es rácana con el colectivo de los varones casados, empresarios del amor que crean riqueza –un soltero solo genera platos en el fregadero–, otorgan becas de estudio a los suyos y experimentan la vida eterna los domingos por la tarde sin necesidad de subir al cielo.

¿Cómo se explica esta falta de prestigio social? Los casados están fracturados. Ni unidad estratégica ni plataformas de progreso. Y todo por las mujeres que, sin pretenderlo, debilitan al colectivo y lo polarizan: hay casados roqueños y casados que se meten en fregados.

ncivismo ciutat vella (despedidas de soltero, alcohol en la calle, basuras, ruido,..)
unas chicos italianos -con el q se va a casar con vestido de presidiario con bola metalica incluida- disfrutan la noche barcelonesa en les rambles, barri gotic, bcn

Unos chicos, de despedida de soltero 

Xavier Cervera

A falta de virtudes morales, el casado que se mete en fregados es un virtuoso de la flexibilidad. Son esclavos de la naturaleza, cuya observación les permite adoptar la técnica del junco: flexible y dúctil, siempre vuelve al sitio.

Hay una fractura entre los hombres casados: los pétreos y los que hacen el junco

Nuestro hombre es sociable, le gusta gustar y tiende a tirar la caña, pero tarde o temprano –si por él fuera, tarde– debe enfrentarse a la pregunta del millón.

–¿No estarás casado?

Ningún comandante en jefe puede titubear en momentos críticos, cuando el futuro de la humanidad recae sobre sus espaldas. 

–Casado, lo que se dice casado... las cosas no son tan sencillas.

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Antaño, el anillo de compromiso –expresión con aires del Código Penal– respondía por sí mismo a la pregunta (también lo hacían las discotecas en horas de oficina: sí, hemos encontrado su anillo, sí, en los lavabos de caballeros junto a la jabonera). Hoy, el anillo delator se lleva menos –aunque no ha desaparecido– y se llevan más aros y anillos, confusión que favorece la estrategia del hombre junco –no confundir, o sí, con Paco Rabal Juncal–, también llamado calamar por lo de soltar tinta, sembrar la confusión y seguir hasta donde le lleva la corriente.

Los artistas del asunto abogaban por confesar a las primeras de cambio y ahorrarse el interrogatorio. Según esta escuela del pensamiento teórico, si la mujer seguía la conversación, se trataba de una señal lumínica favorable que, de propina, permitía avances rápidos en el frente (una Blitzkrieg , para entendernos).

–¿Y para qué me lo dices, con lo bien que estábamos?

Vamos, una lotería.

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