Cuando te roban la primera bicicleta, te enfadas, claro. Mala suerte, piensas, me ha tocado, qué rabia, que lástima, con lo nueva que estaba. Barcelona es insegura, ya lo sabes. Pero, ¿cómo ha podido desaparecer la bici entera? ¡Ni rastro del candado! ¿Me la dejé abierta? Culpa mía, te dices, no volverá a pasar. Denuncias, eso sí, previa cita previa y confirmas con la aseguradora que, ¡vaya!, ¡precisamente en estas condiciones su robo no le entra! ¡No podemos hacer nada! Si le hubiera pasado dentro de casa... Al final te compras otra. Tu segunda bicicleta nueva.

Cuando te roban la siguiente, ya te cabreas. Qué mala suerte. Qué pena. Qué lástima. Con lo nueva que estaba. No hay derecho. Recoges el candado (¡demasiado barato!, ¡lo sabía!) que sigue danzando en el poste y le das una patada al sillín. Hecho una mierda, en el suelo. Bajan las pulsaciones y sube la culpa. Porque sí, vuelve a ser tu culpa, toda tuya. ¿Cómo se te ocurre dejar una bici así (eléctrica) fuera toda la noche? Esto es Barcelona. Barcelona es insegura, te repites en menos de un año. A ver si esta vez aprendes.
Entonces te planteas ir en transporte público, pero no, dicen que no hay manera. ¿Y si vas andando? Llegarás igual, pero más tarde. Levántate más temprano, te recriminas, y tómate la vida con calma. De paso te ahorrarás la locura del carril bici de esta ciudad llena de obstáculos. Te olvidarás de los que pedalean sin manos (están con el móvil, fumando ¿porros? o bailando la música ordinaria que escupen sus cascos), de quienes más que bicis arrastran carricoches (¿niños?, ¿perros?, ¿qué habita bajo el toldo? ¿y en esas cajas enormes de caucho?) y de los que no saben nada de nada. ¿Qué tal un carnet de conducir... bicis? ¡Es fácil! Por la derecha se circula, por la izquierda se adelanta. Esto no es Londres. Ya ni siquiera es Barcelona.
Al final te dejas de rollos y te compras tu tercera bici y el más caro de los candados. Y eres casi feliz hasta la mañana que hallas tu última adquisición (¡de día! ¡atada delante de una comisaría!) despanzurrada, liberada de su plato grande y su pedal incorporado. Y entonces la verdad, ¡por fin!, te ilumina. No, no es Londres. Ni siquiera es Barcelona. Esto es Gotham. Suben las pulsaciones. Sueltas la culpa, es rabia pura. ¿Seré yo el nuevo Joker? ¿Me compro una allen (del 8) o saco la radial de paseo? ¿Robo solo el plato o una bici entera? Cuento hasta mil mil veces. Ni logro ni quiero calmarme.