Voy desayunando con mis amigos. Y con otros a los que no conocía y en los que descubro que, viniendo cada uno desde sitios ideológicos muy distintos, encontramos muchas cosas comunes.
Es decir, en las mesas de los bares descubro el famoso consenso que no veo en la sociedad política que, antes que ser política, era sociedad, o sea, “conjunto de personas, cada una hija de su padre y de su madre, que estudiaron una carrera o aprendieron un oficio, que viven de su trabajo, que conocieron a una chica o a un chico, que se enamoraron, que tuvieron más o menos hijos, que viven en un piso de alquiler o pagan la hipoteca correspondiente, o a alguno muy suertudo le compraron un piso sus papás, que les gusta el fútbol, que les gustaban los toros hasta que se los prohibieron…”.
Si hubiera ido, como de costumbre, al DRAE, me hubiera ahorrado todo el rollo: “Sociedad. Conjunto de personas, pueblos o naciones, que conviven bajo normas comunes”. Pero me gusta más lo mío, porque me parece más descriptivo, más completo. Y con los puntos suspensivos, me resulta una definición flotante.
Esto es España y no el conjunto de autonomías, de lucha por el poder, de inmoralidades de unos cuantos, o de bastantes cuantos, porque con frecuencia, uno acusa, otro le grita (estos pájaros no hablan: gritan): “¡Y tú más!” Y ahí se acaba todo, con el “tú más”.
Al llegar aquí, no puedo evitar reírme de la palidez de las caras en el Parlament catalán cuando Pasqual Maragall hizo referencia al 3%.
Con frecuencia, uno acusa, otro le grita: “¡Y tú más!” Y ahí se acaba todo, con el “tú más”
Viví un año en Estados Unidos. Después viajé mucho por Europa y Sudamérica. He desayunado mucho internacionalmente. Récord mundial, un desayuno en Dallas, Texas. ¡Dios mío, qué desayuno! Decir que marca un antes y un después en mi vida quizá es una exageración, pero por ahí le anda. Desayunos, personas y personas, con sus virtudes, con sus defectos. Con sus grandezas y sus pequeñeces. Digo grandezas porque todo desayunador tiene grandezas, que me sorprenden. Puntos de luz y de alegría para los que les rodean, frecuentemente sin darse cuenta.
Estas personas abren el periódico y se desconciertan. Las portadas no son para las personas normales, que contemplan los esfuerzos del PP para echar a Sánchez y los esfuerzos del Sabadell para que el BBVA no le compre y la entrada de unos cuantos en la cárcel y del miedo a que uno de ellos empiece a cantar y cante, con todas las consecuencias del cante.
Hace años tuve ocasión de estar en una audiencia con Pablo VI. En aquella época, el Papa calificaba a la familia como “Iglesia doméstica”. Salvando las distancias, pienso que las familias pueden considerarse como “sociedades domésticas” y que su característica fundamental es la autenticidad, o sea, el ser “consecuentes consigo mismo, mostrándose tal y como son”.
Sigo los medios de comunicación porque hay que estar al día de los sucesos que me afectan y que afectan a mis amigos. Pero por un Sánchez que se agarra a su silla hay miles de personas que intentan hacer las cosas bien y que enriquecen la sociedad y nos enriquecen a cada persona.
Cuando estaba a punto de acabar el artículo, un hijo mío me cuenta lo que sucedió hace muy pocos días, en Jerez de la Frontera, donde tuvimos una boda familiar. Mi mujer y yo no fuimos porque a estas edades hay que reservarse un poco. Fueron 30 o 40 Abadías. Media hora antes de la ceremonia, iba mi hijo con dos hijos suyos. Chaqueta, corbata, 43 grados. Los chavales, universitarios, con prisa porque querían confesarse antes de la boda. Se cruzan con un sacerdote vestido de sacerdote. Los chicos se lanzan: “Usted, ¿es sacerdote católico? ¿nos puede confesar?”. Y allí se confesaron, en Jerez de la Frontera, 43º, en la calle, el sacerdote de clergyman y mis nietos de chaqueta y corbata. Y los tres se fueron felices y mi hijo, más. Autenticidad.
