Japón está en baja forma. En los 90 la tecnología de sus productos inquietaba a Occidente. El modelo japonés era el de una economía orientada a exportar, hábil en electrónica y automoción, con una cultura pacifista que nacía de la terrible experiencia del holocausto atómico en Hiroshima y Nagasaki. Japón se había reinventado después de la capitulación del país ante el ejército de Estados Unidos en 1945.

Una multitud fotografía los cerezos en flor en el río Meguro, en Tokio
Durante años, el país ha sido ejemplo de soft power, una manera de ir por el mundo que ha pasado de moda con el regreso de las grandes potencias. Hoy es un país temeroso de China, que negocia aranceles con Estados Unidos desde la debilidad.
Japón es una democracia envejecida que ve cómo disminuye su población desde el año 2011. Hablan de decadencia y puede parecer exagerado, pero así es como lo siente una parte de la población. Ese malestar explica la aparición de Sanseito, partido de ultraderecha que parece inspirado en el trumpismo.
El rechazo al turismo da votos a la extrema derecha de Sanseito
El éxito de Sanseito, 14 diputados en la Cámara Alta, es de manual. Nace en el 2020 en internet, crece con la pandemia (gracias a los bulos sobre las vacunas) y capta votos con el rechazo a la inmigración. Su mensaje es: “Japón primero”. Hay 3,7 millones de inmigrantes. Pocos, en apariencia, para una población de 124 millones. Pero el miedo es libre y los japoneses tienen la piel muy fina en este tema.
La segunda fuente de votos de la ultraderecha japonesa es, oh sorpresa, el exceso de turistas. En el 2024 el archipiélago recibió 37 millones de turistas. El Gobierno ha trabajado durante años en la promoción de esa actividad. La caída de la divisa local ha abaratado el país y lo ha convertido en un destino de moda.
La afirmación más llamativa de todos los que lo han visitado es que Japón es diferente a todo lo que han visto. Y debe de ser, probablemente esa diferencia la que explica que el rechazo al exceso de turismo dé réditos electorales y que parte de la población lo perciba como una agresión.
Algunas quejas son previsibles. El turismo de masas ha vaciado de contenido los callejones de Golden Gai, el vibe de Shibuya o el encanto de Akihabara en Tokio. Ha hecho impracticable el centro histórico de Kyoto... Otras quejas sorprenden más. Dicen que los turistas no respetan la manera de hacer de los japoneses. Son ruidosos. Se les dirigen de forma impertinente y protagonizan pequeños actos vandálicos en una sociedad acostumbrada al riesgo cero en delincuencia. Odian a los influencers y no se reconocen en sus vídeos. Y miran con envidia a Singapur, que castiga con penas severas el vandalismo turístico. Japón, por ahora, es un país diferente.