¿Y si solo es una canción pop?

Leo varios artículos sobre el catolicismo que supuestamente están abrazando los jóvenes. El punto de partida es el nuevo disco de Rosalía, Lux, donde ella va vestida de novicia. Se ha decolorado el pelo con una aureola y, en el podcast Ràdio Noia, le dijo a Mar Vallverdú que Dios es el único que puede llenar los espacios, si tienes la predisposición y la actitud para que eso ocurra. La cantante Lily Allen también se ha vestido de monja, y Rigoberta Bandini compuso con 33 años Jesucrista Superestar. La novela Todo empieza con la sangre, de Aixa de la Cruz, plantea si la fe es el único asidero cuando ya nada basta. Los domingos, de Alauda Ruiz de Azúa, muestra el conflicto familiar que implica que la hija decida entrar en un convento.

Portada del disco 'Lux', de Rosalía

 

LV

Ignoro si hay una reconversión religiosa entre la juventud. Pero se trasluce la necesidad por recuperar una espiritualidad que el materialismo y la urgencia impiden alcanzar. La falta de recogimiento, de espacio íntimo y de tiempo para la reflexión, provocan un vacío que conduce a querer creer en algo. Hasta hace poco ese algo podía ser una utopía, aspirábamos a un mundo diferente, a otra manera de hacer política. El desengaño ha desembocado en un nihilismo que anhela salvación; si no puede ser aquí, que venga de más allá.

En una sociedad individualista que tiende al mesianismo, todo se eleva a lo místico

Cuando tienes una crisis de fe, te refugias en la confianza; confías en la ciencia, la razón, las instituciones, en las buenas intenciones de la gente. Y ahora es la crisis de confianza –en la verdad, en el futuro, en los demás (quizá por culpa de haberla centrado demasiado en uno mismo)– lo que lleva a esperar una intervención divina que ponga y dé un poco de paz. En una sociedad individualista que tiende al mesianismo, que ha perdido el sentido comunitario y ya no cree en la humanidad ni se fía de las personas mientras adora a los ídolos, todo se eleva a lo glorioso, a lo místico; como si no bastara con que sea sencillamente extraordinario.

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El creador de una composición o de un gol es Dios, su obra se convierte en milagro y el gusto, en una religión. Todo lo que haga será bíblico, trascendental y se recordará por los siglos de los siglos. Amén. Quien no comulgue con su dogma es un hereje. No sé. Tanta grandilocuencia parece incompatible con la espiritualidad que sí puede alcanzarse con una simple canción pop.

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