Aprovechando el puente de la Constitución y la Inmaculada, visito el cementerio de Camprodon. Aquí descansan los muertos tan a gusto que no acaban de convertirse en ceniza. Me lo explicó mi amigo Josep Batlle, paleta y enterrador, formidable andarín y poseedor de una memoria prodigiosa: en la parte solana del cementerio no es raro que los cuerpos queden momificados. Admiro el portón, presidido por una imagen de Joaquim Claret, escultor local que vivió en París. Representa a una mujer pensativa acompañada de la filosófica lechuza y de un reloj de arena. El tiempo huye, recuerda la escultura, que recomienda detenerse a reflexionar sobre nuestra vida, tan escurridiza.
Frente al cementerio hay una explanada que había sido un vertedero de escombros y basura, una herida abierta y visible de las miserias locales. Vertieron allí tierra fértil y ahora es un prado. Tal metamorfosis es metáfora de la Constitución. Sobre la ruina moral y política del franquismo, sobre el vertedero de odio originado en la Guerra Civil, sobre la basura de la represión, el exilio y las sentencias de muerte, la Constitución proponía un nuevo comienzo con la tierra fértil de la libertad y del reconocimiento de los demás. Un nuevo comienzo financiado por la “limosna recíproca de perdón y tolerancia” que Salvador Espriu había solicitado mientras reescribía Antígona, la chica que, incapaz de elegir bando en la guerra entre hermanos, decide compartir la tragedia de los vencidos.
Militante de la última generación del antifranquismo, nunca he caído en el idealismo constitucional. Aquello no fue un abrazo entre las diversas Españas. No fue un regalo de los franquistas a los demócratas hasta entonces perseguidos. Fue un empate de impotencias resuelto de forma lúcida y creativa. Si los antifranquistas no habían tenido fuerza para abatir la dictadura, el franquismo, para mantenerse después de Franco, habría necesitado otro baño de sangre, que Europa no habría permitido.
La Constitución o es pacto o no es nada, ya que si es imposición de parte es otra cosa
Aquel empate de impotencias desembocó en las mutuas cesiones de la Constitución de 1978 y en la retórica del abrazo, que ya el Aznar de la mayoría absoluta (2000) despreció y, después de él, todos los demás actores políticos: Zapatero que, más que dignificar a las víctimas de la dictadura, polariza en torno a la Guerra Civil; el PP que persiste en vincular a todos los nacionalismos territoriales a ETA; el catalanismo que quiere cambiar la Constitución por un atajo (Estatut); los jueces que reinterpretan toda la política lingüística y el capítulo VIII; los medios capitalinos que abanderan el uniformismo; el independentismo que rompe la baraja; la monarquía que exhibe sus miserias... Hasta la crisis definitiva: el procés , el tremendismo de las redes sociales, la exasperada polarización actual, el retorno de las tres Españas y, finalmente, en paralelo al cambio de paisaje humano (inmigración), el protagonismo de la extrema derecha e, incluso, la insólita idealización del franquismo por parte de un sector juvenil.
Si el PSOE ha aceptado la compañía de quienes, en la extrema izquierda o en partidos independentistas, se burlan o desprecian la Constitución, el PP pacta con una extrema derecha que se excluye vistosamente de la Constitución al desairar los actos institucionales. De hecho, más que pactar, el PP (Valencia) obedece a Vox. Las fuerzas centrales, por tanto, abjuran del pacto de 1978. Hace años que hemos entrado en fase de apropiación y, por tanto, de disolución constitucional (la Carta Magna o es pacto o no es nada, ya que si es imposición de parte es otra cosa). De ahí el tosco desasosiego de los últimos años. Parece que, con la lenta agonía del presidente Sánchez, estamos entrando en periodo de cambio constitucional. Lo que augura una intensificación de la batalla y, por lo tanto, el retorno, ya no solo retórico, de la Guerra Civil. De nuevo, el todos contra todos.
No existe vacuna contra este virus. Entraremos en fase tóxica. Sería fundamental que no se rindieran los partidarios del consenso entre las diversas ideas y culturas del país. ¡Resistid, moderados! Volverán a ser necesarios los puentes del diálogo. Son lo primero que se destruye cuando empiezan las guerras, pero también lo primero que habrá que rehacer cuando llegue la hora de la reconstrucción.
