En principio, los dioses castigaban a los hombres sin dar explicaciones. Con esta frase empieza Bajo las togas ( Tusquets), el reciente libro del fiscal Carlos Castresana, que es uno de los personajes más respetados del ministerio público, que ha servido en la Fiscalía Antidroga, en la Anticorrupción y en el Tribunal Supremo. Es evidente que ante el poder infinito de la Providencia, nadie consideró que el castigo de Yahvé a la mujer de Lot, a la que convirtió en estatua de sal porque al abandonar Sodoma miró hacia atrás en contra de su prohibición, pudiera no ser proporcionado a la ofensa.
No fue hasta mucho después que los hombres se atribuyeron la facultad divina de juzgar y castigar a sus semejantes, aunque inicialmente sin argumentar sus decisiones. Esto cambió en el momento en que se impuso el criterio de que los gobernantes debían conducirse por un principio moral, al que llamaron justicia. Desde entonces, los jueces no solo deben respetar la verdad, sino atender a ese valor moral, configurado en las leyes. Fue Montesquieu quien situó la justicia como pilar indispensable de la democracia.
Hace veinte días que se conoció el fallo contra el fiscal general y aún no tenemos la sentencia
De todo eso habla la obra de Castresana, que se sumerge en errores judiciales y otras infamias que se han producido a lo largo de la historia, sin querer llegar a la actualidad para no empantanarse, pero sobre todo porque la distancia del tiempo es un factor crucial para la objetividad.
Ha llegado a mis manos este libro, cuando se cumplen veinte días desde que se conoció el fallo condenatorio contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, por parte del Tribunal Supremo, sin que sepamos exactamente por qué, a partir de una supuesta filtración que nadie ha podido establecer que cometiera. El hecho de adelantar el veredicto sin tener redactada la sentencia no es una excepción absoluta, pero ha abierto un debate jurídico acerca de esta práctica, porque en otros países eso sería impensable. Sobre todo, porque supone una indefensión ética, moral y social de la persona condenada.
Deberá motivar muy bien su resolución el ponente de la sentencia para que no pueda parecer que a García Ortiz se le ha condenado como a la mujer de Lot, sin la debida justificación. Y Madrid no es Sodoma, o sí.
