El muy reverendo Nicholas Papadopulos afirma que Dios no emite juicios estéticos, ya que posee un gusto cuestionable, es decir, es un hortera. Por lo tanto, el jersey navideño de mal gusto, que parece inmortal, tiene su aprobación. Según este hombre devoto, es tan inevitable como el pudding, el chutney del Boxing Day, los crackers y los paseos invernales de Año Nuevo, lo que en nuestro contexto equivaldría a las uvas, polvorones y turrones, o a la Cursa dels Nassos y la San Silvestre vallecana.
Miley Cyrus enseñando su jersey 'feo' de Navidad
El deán de Salisbury –una figura compleja y propenso a las más notables revelaciones teológicas que el asombroso buscador de datos curiosos, Javier Dale, me ha revelado como obsequio de cumpleaños– ha otorgado la aprobación celestial a esa vestimenta de dudoso gusto estético en su publicación eclesiástica titulada Las doce alegrías de Navidad Abre, y él es consciente de ello y no le preocupa, una veda de difícil interrupción, ya que si Dios opta por descender del púlpito colorido, será arduo, por no decir inviable, contener tantas lentejuelas, cascabeles y luces LED bajo un firmamento que resplandece cada vez menos, mermado por esta desleal rivalidad. Afortunadamente, Papadopulos, ya cómodamente ataviado con su suéter de los Beatles, nos exime a todos con su declaración de que Dios no emite juicios ni allí, en su catedral de Salisbury, ni en nuestra nación, tan propensa a las seducciones visuales.
Con esto, libera al hortera de Barcelona, un ser cautivador que, al intentar ser elegante, se transforma en una obra poética no intencionada. Su suéter de diseñador para las fiestas, adquirido en una concept store con aroma a pino del norte, está hecho de lentejuelas reutilizadas y un reno de diseño abstracto. Además, lleva un mensaje. Te dirá con cortesía que es una reflexión sobre el consumismo de los sentimientos.
El muy reverendo Nicholas Papadopulos, ¡ay!, ¡no sabe qué nos ha hecho! Porque también da un empuje innecesario al hortera de Madrid, a quien la discreción le suena a concepto mitológico, y lo convierte en una bestia desatada en esta guerra estética entre dos mundos tan distantes y paralelos como entregados al absurdo más imprevisible. El jersey feo de Navidad del hortera de Madrid puede ser, este año del Señor que ya pronto se nos escapa, mucho más feo que nunca. Pero que muy feo. ¿Qué pasa? Un apocalipsis lumínico y puede que hasta sonoro (¿qué tal unos villancicos accionados por bluetooth?) Que lucirá sin el complejo barcelonés de querer parecer sutil en el intento.
El personaje ostentoso de la capital, que lo es por elección y por capacidad, ahora que está libre de cualquier juicio divino, será incontrolable. Tan imparable como todos esos expatriados que, tan integrados en nuestras urbes con residencias exclusivas para ellos, ni siquiera en Navidad regresarán a sus hogares.
