La festividad intacta de Santa Llúcia

La Mirada del Lector

Muchas modistas, aunque quizás retiradas del oficio, se siguen encontrando para ir a comer ese señalado día

Santa Llúcia.

Transporte de tions para la Feria de Santa Llúcia.

Joan Yll Martínez

* El autor forma parte de la comunidad de lectores de Guyana Guardian

Dentro del calendario festivo del mes de diciembre sobresale una festividad, Santa Llúcia, en la cual la tradición le otorga un plus de complicidad. Esto se debe a que es la patrona de las modistas, una profesión que va de la mano de la jovialidad de las jóvenes aprendizas de modista, las que trabajaban en los talleres de las profesionales de la aguja de coser.

El ambiente, alegre y festivo, que se arremolinaba en las calles más céntricas de la ciudad de Barcelona, conferían un espectáculo que contagiaba a las propias modistas y también a quienes no lo eran. Muchas vestidas con un impotente abrigo de lana, con un cuello ostentoso de pieles artificiales, que les daba  una vistosa elegancia.

Esta gran afluencia de ellas no solamente provenía de la capital, sino que acudían de muchos de los pueblos de la provincia, dónde los talleres estaban más en contacto directo con sus habitantes, porque acostumbraban a estar ubicados en los bajos de las casas, aquí en Catalunya se conocían por el “cuarto de reixa”. Un excelente mirador a la calle y de la calle a su interior, de dónde acostumbraba a sobresalir un gran jolgorio, producto de la juventud de estas aprendizas.

Todas, al acercase la fecha del 13 de diciembre, ya planeaban su salida a la capital. De buena mañana se reunían en las estaciones de trenes, o del coche de línea, y se presentaban a Barcelona, para desde allí desplazar-se a las inmediaciones de la Catedral que, con misa o sin ella, no faltaba la visita de la capilla dedicada a la Santa, ubicada en su claustro y que, para la ocasión, se abre la puerta que da a la calle. Entre un constante ir y venir de modistas y profesionales de la aguja.

Para las modistas, con misa o sin ella, no faltaba la visita de la capilla dedicada a Santa Llúcia en el claustro de la Catedral

Antes o después no podía faltar la visita a la Feria de Santa Llúcia, que es más que centenaria, desde el 1786. Forma parte de la tradición, abre a finales de noviembre y cierra el 23, vigilias de Navidad. Antiguamente estaba situada entre los rellanos de la escalera por donde se accede a la Catedral y por las calles contiguas, actualmente se encuentra ubicada en la gran esplanada de delante.

Si todo esto formaba parte de la tradición, también se le podía añadir la comida de celebración. Que ha tenido por escenario los restaurantes centenarios de la ciudad y totos los que se encuentran por el centro que, en este día, consiguen el pleno absoluto. 

Hace unos años en Cisco Agut, que, junto con su mujer, la Susi Manubens, en 1958 se hicieron cargo de restaurante Can Culleretes, actualmente a cargo de las dos hijas del matrimonio y nietos. El propio Cisco, un día de Santa Lucía, con el comedor lleno y agobiado por la gran demanda, desde uno de los míticos comedores, gritaba como si estuviera superado: “No vingueu per Santa Llúcia…”. Ruegos a los que nadie ha hecho caso.

Y allí tenemos a las modistas disfrutando de la buena comida, en unos años en que ir a comer al restaurante se podía considerar como un privilegio, pues la mayoría de los humanos cuando viajaban a la capital se llevaban la tortilla fría de casa, las pechugas rebozadas, o un simple bocadillo que se comían en un banco de cualquier parque u otro sitio discreto. Poder sacar el vientre de pena en un restaurante, con tan simpática y agradable compañía, ya merecía todos los elogios y la fiesta se consideraba completa.

Y en Can Culleretes tenemos a las modistas disfrutando de buena comida, en unos años en que ir al restaurante era un privilegio

Pero aún había más. Si se digería bien la comida y todavía quedaban fuerzas, el remate final consistía en pasar por la calle Petritxol para degustar un chocolate con melindros en alguna de sus chocolaterías. Y llenitas para casa, quizás sin tanta algarabía como antes, sin embargo, con la satisfacción de haber pasado un día para recordar.

Santa Llúcia.

Santa Llúcia.

Joan Yll Martínez

Otro dato a tener en cuenta, es que en este día también celebran su fiesta patronal los relojeros, que también acudían a la capital para celebrarlo. Sin embargo, su presencia pasaba desapercibida, como su obra minuciosa y de precisión. Pero tan presente cuando todas las modistas consultaban sus relojes, que no fuera que, distraídas, se les pasase la hora de comer.

LE remate final consistía en pasar por la calle Petritxol para degustar un chocolate con melindros en alguna chocolatería

También la tradición fija está festividad para tener terminado el pesebre. Que es otro elemento que no falta en el transcurso de estas fiestas navideñas. Que se avanzaba días antes, cuando íbamos a buscar el verde a la montaña. 

Curiosamente era cuando se podía hacer fuego en el monte, de esta manera se llevaban los arengues desde casa y se cocían encima de las brasas de un limitado fuego, entre un círculo hecho de piedras y que bien se cuidaban de tenerlo controlado los responsables de encenderlo. Aquel arengue, entre las rebanadas de pan refregadas con tomate, sabía a gloria. 

Una simple comida, de las más baratas y que degustada en un entorno cargado de aromas surgidas del propio bosque, no se podía comparar ni con el mejor manjar que uno se puede imaginar. Ahora esto es imposible, porque encender fuego está prohibido. Como también lo está coger musgo. De aquí que el mejor proveedor, de estos complementos, es esta Feria de Santa Llúcia.

Donde los pesebristas acuden a buscar alguna que otra figura entre los antiguos expositores y los nuevos. De los primeros se encontraban los hermanos Colomer, así como paradas que ofrecen figuras de los hermanos Castells, que son los últimos artesanos de una nisaga de pesebristas que hacen la producción sobre encargo y todo el año trabajan para cumplir con los plazos de entrega establecidos. 

También se encuentran figuras de José Luís Mayo, Montserrat Figueras, Carlos Delgado y, en otras épocas, de Manuel Muns. Este último era curioso que nada más abrir su caseta, a los pocos días, había vendido toda su producción y su hijo, en Vicente, que estaba al cargo de la misma, se pasaba los días restantes, hasta cerrar, colocado inmóvil delante de las estanterías vacías, como si tratara de una figura de un pesebre viviente, que también se han puesto muy de moda.

La festividad de Santa Llúcia, su tradición, todo y que las modistas de los pueblos casi han desaparecido delante la comodidad que supone entrar en una tienda de moda, probarse el vestido que más gusta y si la talla coincide, paso de la tarjeta de crédito por la máquina y ya se puede estrenar. 

Todo cambia, pero esta feria a los pies de la Catedral sigue siendo un referente de la tradición. Así como muchas modistas, aunque quizás retiradas del oficio, se siguen encontrando para ir a comer este día, a pesar de estar ya muy acostumbradas a frecuentar restaurantes, a diferencia de aquellos años en que hacer parada y fonda en un establecimiento de restauración se consideraba un extraordinario de mucho postín. 

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