El vaticinio de la encuesta de La Vanguardia sobre el ascenso de Vox y Aliança Catalana oficializa el fracaso del cordón sanitario y del tratamiento de problemas que los partidos tradicionales no han sabido afrontar más allá de un repertorio de consignas flácidas. Ejemplo: esta semana hemos sabido que en las universidades de Afganistán, donde el gobierno talibán decretó que solo pueden estudiar los hombres (!), se prohibirán todos los libros escritos por mujeres (!!) ¿Alguna reacción desde la izquierda? Ponerse la kefia palestina y deletrear la palabra genocidio debería ser compatible con combatir estos abusos. Son abusos que, en muchos barrios del país, imponen lastres teocráticos como el burka o niveles de control parental que atentan tanto contra los derechos de los niños y las mujeres como las bombas del ejército israelí en Gaza o los secuestros y matanzas de Hamas.

Silvia Orriols en Ripoll )
Vox y Aliança Catalana aprovechan para instrumentalizar la indignación siguiendo una estrategia criptodemocrática. Interpretar la encuesta como un giro hacia la extrema derecha puede ser un ejercicio parcial, pero ¿y si fuera una reacción contra la ausencia de propuestas democráticas que, sin veneno populista, afronten realidades como, por ejemplo, la situación precaria de los inmigrantes?
Unos inmigrantes a los que se amenaza con la deportación, pero que, en la práctica, monopolizan las brigadas semilegales de nuestras obras menores, el transporte, el cuidado de personas mayores y los jornales agrícolas. Unos inmigrantes que son abducidos por las mafias del top manta , la marihuana o el sector delictivo de la ocupación de pisos. En las multitudinarias tertulias televisivas –perdón: mesas de análisis–, la crispación actúa como estimulante de la discordia. Parece que el género se adscriba a aquella canción de Loquillo, Feo, fuerte y formal (un título que homenajeaba el epitafio anónimo de la tumba de John Wayne): “Para qué discutir / si puedes pelear”.
Orriols denuncia, desde su ideario independentista, la islamización del país
En El món a RAC1 , la líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, denuncia, desde un ideario categóricamente independentista, la islamización del país y la inmigración descontrolada. Pero no precisa cómo cambiará la hipocresía que perpetúa la deshumanización y la precariedad sin ofrecer alternativas creíbles. Escuchándola, da la impresión de que es implacable –incluso valiente– en el diagnóstico, pero que propone tratamientos irreales, tramposos o directamente siniestros. Mònica Terribas, presente en el estudio, reacciona y le hace una batería de preguntas incisivas. Pero la traiciona su tono, que rezuma una indignación crítica que acaba lastrando la eficacia de la entrevista.
Si ya sabemos que el cordón sanitario contra Vox y Aliança Catalana ha fracasado, quizá no sea buena idea entrar en una fase en la que antepongamos el deber de darles lecciones para reafirmar nuestros valores a la necesidad, casi siempre desagradable, de dejarlos hablar. Dejarlos hablar para, a continuación, debatir y desmontar, con argumentos y no con aspavientos, su criptoideario.