Hay un remedio muy antiguo para recuperar rápidamente el calor que nos roba el invierno: tomar chocolate a la taza. El líquido caliente, espeso y dulce es altamente calórico por partida doble, característica idónea para vencer el frío. Lo sabía Pablo Picasso, que, según Rafael Moragas, solía dibujar alguna cosa en su mesa de los Quatre Gats para después subastarla por unos céntimos: “Quería ganar la colación de medianoche, porque en aquellos venturosos años un chocolate con ensaimada costaba treinta céntimos”. Y lo saben también los barceloneses que formaron parte del éxito fulgurante de lugares como La Chocolatería del Mallorquín, abierta en 1802 por Miquel Pons, donde ahora se halla El Cafè de l’Òpera, o de la transformación en 1916 del quiosco La Catalana, ante la actual parada de ferrocarriles de la plaza Catalunya, en la chocolatería Zurich, que cuatro años más tarde se convertiría en la cervecería que conocemos hoy.
Si bien inicialmente fue un producto de las clases privilegiadas, el aumento de producción convirtió el chocolate, junto con el café y el té azucarado, “en bebidas proletarias para matar el hambre, destinadas a la mano de obra de la revolución industrial,” explica Felipe Fernández-Armesto en Historia de la comida (Tusquets, 2004). Considerado primero como un alimento solo apto para los indígenas mesoamericanos que lo tomaban, “llegó a creerse que su poder nutricional era superior que el de la carne”, dice el catedrático de antropología social de la UB, Jesús Contreras.
Eso solo fue posible, recuerda Miriam Kasin Hospodar en The Oxford Companion to Sugar and Sweets, ed. Darra Goldstein (Oxford University Press, 2015), cuando el cultivo se introdujo por el Caribe, así como en Brasil, Curasao, Guadalupe, Jamaica, Venezuela, África e Indonesia. Desde entonces, el chocolate es un producto popular aunque ahora vive máximos de precio históricos por la sequía, las malas cosechas y la alta demanda. No obstante, sigue siendo un capricho económico que es un ritual para muchos barceloneses durante estas fechas. ¿Ahora bien, dónde tomarlo?
Emblemáticas
Granja Viader (Xuclà, 4, Barcelona)
Es quizás el lugar más icónico donde tomar un chocolate con una buena dosis de nata y melindros. El espacio, de baldosa hidráulica y mesas de mármol, ha cumplido 115 años desde que Marc Viader Bas, de Cardedeu, tomara las riendas de la antigua lechería de Rafaela Coma.
La Granja Viader ha cumplido 115 años
La Pallaresa (Petritxol, 11, Barcelona)
En la calle de Petritxol, antes reconocible solo por el aroma de chocolate que emanaba, queda La Pallaresa, que también es churrería, de aquí que todo el mundo los sumerja dentro de las tazas humeantes.
La Nena (Ramón y Cajal, 36, Barcelona)
Todavía no es una chocolatería centenaria pero todo apunta que lo será. Es buena muestra la acogida que ha recibido desde que abrió en el 2003 en Gràcia. Dicen que su secreto está en la leche fresca que gastan.
Modernas
Granja Hidden (Girona, 59, Barcelona)
Los tostaderos de café Hidden, con cafeterías en Les Corts y en el Born, y fábrica en Sant Martí de Provençals, han tomado el relevo de la Granja Vendrell para hacer lo suyo: café de especialidad y una propuesta sencilla para comer. Además, hacen honor al antiguo negocio con un suizo de chocolate 70% Virunga con Nata Vendrell.
El chocolate a la taza de la Granja Hidden
Pastelerías
L’Atelier (Viladomat, 140 bis, Barcelona)
En la pastelería de Eric Ortuño, que también es escuela, se puede beber un chocolate a la taza y acompañarlo con más chocolate, como una napolitana de gianduja y chocolate o, si se prefiere un contraste, su bikini de croissant planchado.
Brunells (Princesa, 22, Barcelona)
La nueva vida de la pastelería Brunells es frenética: suele estar llena hasta los topes de turistas y locales. No es extraño: ¿a quién no le apetece una taza de chocolate en este espacio que nos enamora por ser nuevo y viejo al mismo tiempo?
Mauri (Rambla de Catalunya, 102, Barcelona)
Esta pastelería no es solo un clásico del Eixample, sino que también explica qué ha sido y qué es Barcelona. Hay que sentarse a cualquier hora del día en una de sus mesas, agudizar el oído y mirar disimuladamente mientras, por ejemplo, se saborea su chocolate.
La pastelería Mauri es un clásico del Eixample
La Pastisseria Barcelona (Aragó, 228, Barcelona)
El desayuno o la merienda está asegurado si pones un pie en una pastelería porque seguro que será bueno el chocolate, sin embargo, también el croissant o la pieza dulce que mojes. No en vano su propietario, Josep Maria Rodríguez, tiene el título de Campeón del Mundo de Pastelería.
