Christopher Briney salva el final de 'El verano en que me enamoré'
Crítica con spoilers
La forma en la que remata el arco dramático de Conrad es claramente el acierto de un último capítulo con bastante relleno

Christopher Briney y Lola Tung.

El final perfecto de una serie longeva es casi imposible. Los peligros son infinitos. Si se busca una catarsis dramática de una manera obvia y extrema, se puede caer en el ridículo espantoso. Si se intenta ser respetuoso con todos y cada uno de los deseos de los espectadores, que llevan años invirtiendo en los personajes, puede quedar puro fan-service. Si se intenta ser coherente con la naturaleza episódica habitual de la serie, puede salir un episodio decepcionante por no satisfacer las ilusiones grandilocuentes (e imposibles de satisfacer) de los espectadores. Ante esta encrucijada, El verano en que me enamoré tuvo un final decente: con una cantidad notable de relleno pero, gracias a Dios, salvado por un Christopher Briney como el galán definitivo.
Jenny Han, temerosa de la reacción de los fans, sintió la necesidad de incluir a Jeremiah, Steven y Taylor en el último capítulo. Quizá había una píldora interesante allí por explorar, un arco dramático por rematar: Jeremiah, tras sentirse siempre como la oveja negra de la familia, obtenía la bendición y el orgullo del padre. Pero, entre la falta de peso de la interpretación de Gavin Casalegno (una constante en la serie), la logística inverosímil de la cena para influencers, Steven y Taylor con un conflicto forzado de última hora y la reconversión de la única secundaria posible en interés romántico in extremis para Jeremiah, este frente era la nada en comparación con lo que sucedía en París.

Y es que, al aparecer Conrad por sorpresa en casa de Belly, El verano en que me enamoré sí que supo captar y moldear la atención y las expectativas del público. Es una lástima que en una serie tan obvia en el plano musical como esta, con canciones que exponen, deletrean y acompañan todos y cada uno de los conflictos (y con la banda sonora de Amélie para presentar París), Han no fuera igual de obvia al estructurar un episodio que pedía a gritos ser Antes del atardecer de Richard Linklater. O sea, 77 minutos de conversación entre Belly y Conrad paseando por París, como si Lola Tung y Christopher Briney fueran Julie Delpy y Ethan Hawke, con una acumulación de tensión dramática y romántica en los diálogos (y sin Jeremiah obstruyendo el metraje).
Por suerte, las escenas de los personajes supieron trasladar la complejidad de la relación: la necesidad de Belly de mostrar su transformación y su capacidad de vivir al margen de los chicos Fisher, la distancia entre dos amantes que llevan años distanciados, la capacidad de Conrad de ver a Belly tal y como es y no una idealización de su amor de juventud. Quizá es bochornoso que, al encontrarse en la cena de cumpleaños de Belly, todos los amigos de la protagonista fueran leídos por el espectador como “francesa random”, “británica random”, “mexicano random que nos intentaron colocar como una amenaza real en el penúltimo episodio de la serie” y “compañero de piso estúpido”, pero a estas alturas de la serie tampoco le podemos pedir a Han que abra el mundo más allá de su endogámica visión. Y Christopher Briney permite pasarlo todo por alto.
Lo más interesante del capítulo final fue ver cómo Briney exploraba y desarrollaba un Conrad libre del sentimiento de culpa por traicionar a su hermano o del duelo por la muerte la madre, que lo tenía existencialmente bloqueado. A partir de una gestualidad despreocupada y una mirada luminosa, permitió que su personaje tuviera el arco dramático más emocionalmente veraz, contribuyendo a la creación de una masculinidad más sensible que en manos de otro quizá hubiera sido más convencional. Pasó por encima de la transformación de Belly, un personaje muy vainilla (y, en esta última temporada, también muy caprichoso).
Y, con Dress de Taylor Swift para la explosión sexual y Out of the woods también de Swift para la clásica persecución dramática de enamorados, El verano en que me enamoré tuvo picos tan esperables como eficaces y efectistas. Ahora lo que da miedo es pensar en el epílogo en forma de película que prepara Han, teniendo en cuenta que lo épico ya ha sido contado.