Lo recordarán por la serie que, en 1999, era como quedarse a vivir en una película de Martin Scorsese: a lo largo de nueve años, asistimos a la peligrosa terapia de Tony Soprano, un capo de la mafia de los suburbios de New Jersey. En 28 de los 88 episodios de Los Soprano, apareció Jerry Adler como Herman Hesh Rabkin, el consigliere de la familia, una suerte de pragmático asesor financiero, que no podía pertenecer al clan porque era el único cuyo apellido no terminaba en vocal. Era judío, el personaje estaba vagamente inspirado en Morris Levy, un empresario discográfico famoso por sus conexiones con la mafia que también amaba los caballos.
Su familia fue toda una institución en Broadway: él produjo una adaptación de 'Moby Dick 'escrita por Orson Welles y dirigió algunas otras, como un revival de 'My Fair Lady'
Como Rabkin, Adler también era judío. Nació en el seno de una familia judía de Brooklyn que fue toda una institución en Broadway: su prima no era otra que Stella Adler, la célebre actriz y profesora de interpretación que formó a astros como Robert de Niro o Marlon Brando. Su padre, Philip Adler, gerente del Group Theatre, fue quien le dio su primera oportunidad laboral como asistente de dirección de escena para un montaje de Los caballeros las prefieren rubias en los años 50, a la que siguieron unas cuarenta producciones. Adler también produjo una adaptación de Moby Dick escrita por Orson Welles y dirigió algunas otras, como un exitoso revival de My Fair Lady; una versión de El Principito con música de John Barry u otra, calamitosa, de Loquilandia, con Jerry Lewis que dio muchísimos problemas.
Al final de su vida, Adler regresó a Broadway como actor, como parte de Fish in the Dark, el debut sobre las tablas de Larry David. Pero en los años 80, pensó que sus días en el teatro habían terminado, y decidió cambiar de vida mudándose a Los Ángeles. Salió regular, encontró trabajo como director de escena en 200 episodios de la telenovela Santa Bárbara, a razón de doce horas al día, seis días a la semana. Acabó actuando por casualidad, ya bien cumplidos los sesenta, porque una amiga suya fue la directora de casting de El ojo público, donde acabó interpretando a uno de los columnistas del diario para el que Joe Pesci fotografía sangrientos sucesos.
Era un secundario nuevo en el mercado, y le llovieron las ofertas, llegando a aparecer en una treintena de películas y otras tantas series de televisión. Fue, por ejemplo, el vecino que podría haber matado a su mujer en Misterioso asesinato en Manhattan (1993), una de las últimas grandes películas de Woody Allen; el adversario de Oscar Isaac en El año más violento (2014), un subyugante drama criminal a lo Lumet, para el que trabajó en Declaradme culpable (2006), o, en la extraordinaria Synecdoche, New York (2008), de Charlie Kaufman, el padre del director teatral al que daba vida Philip Seymour Hoffman.
También participó en series tan conocidas como Transparent, The Good Wife o Un padre en apuros, además de aparecer como estrella invitada en otras como El ala Oeste de la Casa Blanca o Curb Your Enthusiasm. Conoció a David Chase en Doctor en Alaska, de la que este era productor ejecutivo, aunque la detestaba –llegó a decir que “los personajes actuaban como si se estuvieran curando de un cáncer”–. Lo de Los Soprano, en principio, no tenía que ser más que un cameo en el episodio piloto. Pero encajaba en la familia, y su personaje empezó a aparecer cada cuatro semanas, para soltar algún chiste de judíos y relajar el ambiente entre mafiosos. El año pasado publicó sus memorias, inéditas en castellano, Too Funny for Words.