Puede decirse que es uno de los mayores retos en investigación criminal de los últimos años en España. Un sanguinario criminal acudió la madrugada del siete de junio del 2004 al número 14 de la calle Jesús María Ordoño de la capital burgalesa. El asesino no se detuvo ante nada y uno a uno mató a tres miembros de una familia que vivía en la quinta planta del bloque, que se encuentra situado a menos de 400 metros de la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de Burgos, situada en la avenida Castilla y León.
Salvador Barrio Espinosa, 53 años, recibió 50 puñaladas. Julia Dos Ramos Santamaría, esposa del primero, 47 años, recibió 17. Álvaro Barrio Dos Ramos, de 12 años, apareció con 32 puñaladas. Este es el frío resumen de las tres víctimas y las heridas que les llevaron a la muerte.
Eran alrededor de las cinco o seis de la madrugada cuando se cometieron los crímenes. La puerta de la vivienda no fue forzada. Oel criminal tenía llaves o le dejaron entrar. No hay más. Muy posiblemente fue el padre de familia quien abrió la puerta, si se da por buena la segunda hipótesis. Fue el primero en morir. El cuerpo apareció bajo la mesa de la cocina.
Su esposa Julia fue la siguiente. Puede que se viera sorprendida por el ruido. La mujer fue degollada en su alcoba. Fue a los pies de la cama donde apareció el cadáver.
Los análisis forenses determinan que el niño fue el último en morir. El asesino lo atrapó en el pasillo y se ensañó con él. No había marcas en ventanas o puertas salvo en la del dormitorio del crío. Todo parece indicar que el peque Álvaro sintió miedo y se encerró en su habitación. Se metió bajo la cama. Pero el criminal lo sacó de ahí.
Resulta muy inquietante, y a la vez es un dato que los investigadores del grupo central de Homicidios y Desaparecidos que sigue el caso tienen muy en cuenta, el hecho de que el asesino buscara por la vivienda al segundo hijo de la pareja, como si su objetivo fuera aniquilar completamente a la familia. Pero el chico no estaba ahí. Su padre lo había dejado unas horas antes en la estación de autobuses.
Cada domingo por la noche tomaba un autocar para ir a un colegio interno al que debía llegar antes de las diez de la noche. Por eso el chico no estaba allí. El criminal podía ser alguien cercano a la familia, pero no tanto como para tener claro que el otro vástago no se encontraría en la casa.
Los vecinos oyeron ruidos en la casa, pero no llegaron a alarmarse lo suficiente como para avisar a la policía, a pesar de que uno dijo haber oído un chillido del niño y otro a la mujer gritando una frase muy parecida a "déjame salir".
Pablo Peira, jefe del grupo central de homicidios y desaparecidos, reconoce que "es el caso más complejo a que nos enfrentamos".
En la escena del crimen sólo se detecta la presencia de un solo individuo, una personas diestra que fue el autor de las tres muertes. No puede descartarse la posibilidad de que alguien diera ayuda al criminal en el exterior.
El asesino utilizó guantes. No dejó ni una sola huella. Nada delató su presencia en la escalera ni en el exterior del bloque. La lógica señala que debió quedarse empapado en sangre de arriba a abajo y que debía gotear. Pero no. Así que muy probablemente se cambió, pero no utilizó los cuartos de baño de la casa, por lo que se da credibilidad a la teoría de que quizá llevaba puesto una especie de mono impermeable que tras los crímenes guardó en una bolsa para evitar el goteo.
El criminal no se hizo ni un solo corte, lo que no resulta nada habitual en los crímenes con incisiones múltiples. Sí dejó, en cambio, las huellas de su calzado sobre el encharcado suelo, el de unas zapatillas deportivas de la marca Dunlop. Se da la circunstancia de que una huella sobre polvo de la misma marca y talla que las halladas en la casa se encontró en la parte final de la escalera, quizá porque el criminal había estado antes espiando o porque había estado allí escondido.
El abogado de la familia, Adolfo Taboada, con despacho en Verín (Ourense), lo tiene claro: "El asesino iba preparado y además tuvo suerte". Se refiere a que nadie lo viera y que no se cruzara con cámara alguna de seguridad y que no hubiera ningún vecino que se decidiera a llamar a la policía.
El descubrimiento de los cadáveres lo hicieron unos tíos de la familia que echaron de menos a sus familiares. Salvador Barrio debía ir aquella mañana a comparar una cosechadora, pero ya no acudió. En un primer momento se pensó que esa circunstancia tuviera algo que ver, pero tampoco se robó el dinero de la cosechadora y quedó completamente descartado que hubiera una suma de dinero negro dentro de la vivienda.
Se da la circunstancia de que el DNI de la madre, de Julia Dos Ramos, no aparece por ningún lado. ¿Lo había perdido antes del crimen o es que el asesino se lo quedó por motivos desconocidos? Existe otro dato en la investigación que tampoco ha pasado por alto. Una testigo asegura que pocos días antes del triple asesinato alguien amenazó por teléfono a Salvador Barrio. Lo sabe porque la propia víctima lo comentó.
El enigma es tan grande que hubo momentos en que la familia sopesó la posibilidad de ofrecer una recompensa a cambio de cualquier dato que condujera al criminal. Sin embargo, esa posibilidad está por el momento descartada, pues la investigación parece haber iniciado un nuevo rumbo.
Benito Dos Ramos, hermano de la fallecida y que actualmente es el tutor del único hijo de la familia que sobrevivió, se ha repetido una y mil que "alguien tiene que saber algo". "Todavía no hemos vuelto a la normalidad- añade-. Es una pérdida muy grande que nos martillea. Lo único que no queremos es que se duerma el asunto". Y concluye: "Lo que no mejora, empeora".
Triple asesinato junto a la comisaría
Dos años y medio después, aún no se ha dado con el autor de la muerte de un matrimonio y su hijo en Burgos
El criminal tenía llaves o le abrieron la puerta en plena noche; además, no dejó ni un solo vestigio biológico
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