A medida que avanza el juicio contra Montserrat Nin, acusada de maltratar y asesinar a Aleix Álvarez Prieto en el 2021, cuesta más entender cómo la mujer pudo subsistir más de 20 años sucediendo relaciones que terminaban, en su mayoría, en lesiones que nadie denunció. Y no lo hicieron por miedo. Los que lograban liberarse de ella, huían literalmente. Este lunes, el instructor de las diligencias, el cabo del grupo de homicidios de la región policial metropolitana norte de los Mossos d'Esquadra impartió una lección magistral de conocimientos durante su interrogatorio. Admitió que en sus 18 años de profesión investigando crímenes no había enfrentado a nada “tan atroz” y definió a la acusada como un “parásito” que con los años perfeccionó el mecanismo de dominación y control hasta destrozar a los hombres y a las mujeres que se cruzaron en su vida.
Y lo hizo, aseguró el policía, con sadismo y provocando un dolor físico y psicológico de consecuencias irreparables para algunas de sus víctimas. Algunas ya han declarado en el juicio, relatando los maltratos físicos y psicológicos a los que fueron sometidos y que tenían como única finalidad el control y la dominación por parte de la acusada.
El investigador despejó algunas dudas importantes como por ejemplo que la mujer pasó de testigo a investigada por asesinato apenas 48 horas después de la aparición del cadáver, en el piso de Aleix en Ripollet al que ella se había trasladado apenas tres meses antes.
Los investigadores no tardaron en detectar las primeras contradicciones. En la primera llamada que realizó al 112 aseguró que descubrió al hombre herido al llegar a casa tras bajar a comprar tabaco. Después contó que fue al salir de la ducha que encontró a Aleix, paralizado en el pasillo con las manos en el pecho, donde localizó un orificio que resultó ser una puñalada mortal en el corazón de 13 centímetros.
Los forenses que examinaron el cuerpo no tardaron en identificar datos que ayudaron a los investigadores a entender que aquella muerte no podía ser fruto de un suicidio. En ese piso sólo habían estado aquella tarde la víctima y la mujer. Nadie más entró en el edificio según revelaron las cámaras de seguridad del bloque. Por tanto, solo ella pudo provocarle esa punción mortal en el corazón. Además, el cuerpo presentaba otras lesiones, realizadas ese mismo día, según determinaron los forenses. Unas marcas profundas en la cabeza compatibles con golpes de martillo.
Los investigadores aún tardaron tres meses en detener a la sospechosa. ¿Por qué? Necesitaban y querían tener perfectamente atada la carga probatoria contra la mujer. Esperaron el resultado de las pruebas de los laboratorios de la sangre encontrada en uno de los cuchillos de la cocina, que reveló ser el utilizado para el crimen. E iniciaron la visualización de los miles de archivos que la mujer guardaba en su móvil. Concretamente más de 630.000 entre audios y grabaciones. “Una especie de diario de la maldad”, plasmó el mosso. En ese momento, empezó una película de terror de la que informaron inmediatamente al juez para solicitar la detención de la sospechosa.
El investigador ha dejado claro que la voluntad de la acusada no era la de “enriquecerse” con sus víctimas. Ni con Aleix, ni con los anteriores. Que su rol se limitaba a dominarlos, controlarlos, absorber sus vidas y parasitar. Salvo un trabajo temporal de apenas un mes, y la venta de ropa interior usada, Montserrat Nin no declaró ningún otro trabajo a lo largo de su vida.
El investigador trasladó al jurado cómo durante los siguientes meses, su equipo se dedicó “en cuerpo y alma” a entender no sólo el crimen, que estaba claro, sino el contexto. Necesitaban entender el deterioro físico y psicológico de la víctima en tan poco tiempo y enseguida vieron que las respuestas estaban archivadas en esas grabaciones. Una especie de terrorífico diario sonoro y visual desde el 2013 en el que se aprecia un mismo patrón de conducta que la acusada perfeccionó con el tiempo con una única finalidad: someter, controlar y hacer un daño que la satisface. Puro sadismo.
El análisis permitió a los investigadores descubrir ese mecanismo que utilizaba para atrapar a sus víctimas. Siempre siguiendo un mismo patrón. La captación se realizaba a través de las aplicaciones de citas, casi siempre Tinder. En esas primeras conversaciones, la mujer era capaz de detectar las inseguridades y vulnerabilidades de los objetivos. En ese momento, se ofrecía a ayudarles, aunque en realidad iniciaba un proceso de control durante el que iniciaba la merma física y psicológica de las personas seleccionadas hasta su devastación personal. En su momento, el fiscal ya advirtió que Aleix fue “deshumanizado” completamente.
La acusada tenía una especie de fascinación hacía todo lo que tenía que ver con los cuerpos y fuerzas de seguridad. Ella misma lo admitió durante el interrogatorio. Aunque su debilidad eran los mossos. Los investigadores llegaron a identificar hasta diez policías con los que mantuvo relaciones sexuales esporádicas. Y de hecho, uno de ellos, integrante de una unidad de investigación, declaró este lunes en la vista negando nuevamente la versión que ella había facilitado el primer día de practicante de un sexo sadomasoquista consentido en el que participaba la víctima.
Con los mossos que le interesaba, Montserrat Nin adquiría un rol de “víctima” al que constantemente le ocurrían infinidad de cosas que justificaban su comportamiento. De hecho, durante la instrucción los policías descubrieron que su hermano no murió, a pesar de que ella lo aseguró para recibir asistencia psiquiátrica, y dudaron de las agresiones sexuales y maltratos que ella iba contando que padeció de pequeña.
Con esos policías además, ella adquiría un rol de esponja de conocimiento. Constantemente preguntaba y se impregnaba de unas anécdotas, vocabularios y formas de trabajar y actuar que después reproducía con sus víctimas. De hecho, muchos de sus vecinos de uno de los pisos de Barcelona en los que vivió creyeron que era mossa y así lo hizo creer amenazándolos con detenerles a todos cada vez que tenía un incidente o para evitar ser denunciada.
Otro de los descubrimientos de los investigadores durante el análisis del teléfono fue la de decenas de identidades falsas que utilizó para hacerse pasar por otras personas a las que hacía interactuar con algunas de sus víctimas. Por ejemplo, con el mosso que mantuvo una relación más larga en el tiempo creó a una tal Clara que llegó a proponerle relaciones sexuales con el único fin de provocar un enfrentamiento con el policía.
La acusada disponía de un amplio “abanico de posibilidades al que recurría para captar la atención de sus víctimas, a las que luego sometía con una violencia atroz”, indicó el investigador. Y tras ese arrebato de violencia, atribuía su comportamiento a los episodios sufridos en el pasado que habían atormentado y condicionado su actuación, colocándose en un papel de víctima que le funcionaba.
El investigador ha corroborado lo que ya avanzaron dos de sus víctimas, Eva e Iván, que Montserrat tenía “fijación con pegar muy fuerte en las orejas”. En concreto, la izquierda. A Aleix también le golpeó en el pabellón auricular izquierdo, pero también en el derecho. “Tenía la oreja con drenajes de sangre, estaba destrozada. Había informes médicos del tratamiento, pero él nunca dijo que era por palizas. El miedo que tenía era tal que no podía argumentar lo que estaba pasando”, indicó el mosso. De hecho, el personal del SEM que acudió a la vivienda el día del crimen declaró también en la sala y describieron la presencia de sangre seca en las sábanas, procedentes seguramente de esas heridas en las orejas de las víctimas.