Henderson y McKinney, los verdugos que mataron a un joven gay: “Ven con nosotros”
Las caras del mal
Un crimen de odio que convirtió el nombre de Matthew Shepard en un emblema de la lucha LGTBI en todo el mundo y reforzó la batalla legal por la igualdad en Estados Unidos
Henderson y McKinney, los verdugos que mataron a un joven gay: “Ven con nosotros”
Solo iban a llevarle a casa después de una noche de juerga. ¿Qué había de malo? Por eso, cuando el joven universitario aceptó el ofrecimiento de sus dos nuevos amigos, nada en aquella expresión denotaba peligro. La víctima veía amabilidad en sus colegas; ellos veían una oportunidad depredadora.
Minutos más tarde, mientras dejaban atrás las luces del pueblo, el aire cambió de golpe. La farsa cayó. Era una trampa. Se desató una violencia con saña y, aquel acto aberrante e inhumano, definiría la vida de sus protagonistas. La víctima se convertiría en símbolo universal de la lucha LGTBI y sus agresores en los verdugos del odio.
Los orígenes
Aaron James McKinney nació el 21 de septiembre de 1977 en Riverton, un pequeño núcleo urbano de Wyoming donde las oportunidades se reducían a trabajos mal pagados, escapatorias breves y noches demasiado largas. Creció en un entorno familiar marcado por tensiones económicas y una figura paterna intermitente.
Con los años, Aaron recordaría su infancia con una mezcla de rencor y resignación. “No tuve una vida fácil, pero eso no justifica nada”, llegó a declarar ante un funcionario penitenciario años después.
Aaron McKinney, uno de los asesinos del joven gay Matthew Shepard
La escuela no fue nunca un refugio para él. De hecho, Aaron abandonó los estudios antes de tiempo, arrastrado por la presión de encajar en un mundo donde la violencia y el consumo de drogas parecían, más que vicios, modos de supervivencia.
A finales de la adolescencia inició una relación sentimental temprana y atribulada, de la que nació un hijo. Para algunos de sus conocidos, Aaron era “un chaval impulsivo, siempre al borde del estallido”; para otros, alguien que “se dejaba llevar por la gente equivocada”.
Russell Henderson, uno de los asesinos del joven gay Matthew Shepard
Russell Arthur Henderson, nacido el 21 de septiembre de 1971 en Utah, llegó a Wyoming siendo niño y fue criado por su abuela tras una infancia desordenada. En Laramie era visto como alguien reservado, incluso tímido, con un historial académico discreto, pero sin conflictos reseñables.
Trabajaba en lo que encontraba: reparaciones, mudanzas, tareas agrícolas. “No era un mal chico, solo alguien perdido”, diría un antiguo vecino. Russell carecía de rumbo y, esa necesidad de pertenencia, le empujó a compañías que, con los años, demostraron ser letales.
Nuestra pareja de protagonistas se conoció en ese ecosistema donde las drogas, el cansancio vital y la falta de expectativas formaban una mezcla explosiva. Juntos se volvieron inseparables, una hermandad de ocasiones fallidas, trabajos eventuales y noches de excesos. Cuando hablaban de futuro, lo hacían desde la ironía: nada parecía esperarlo, nadie parecía contarlo.
La chispa del horror
La noche del 6 de octubre de 1998, Matthew Shepard -un estudiante de 21 años de la Universidad de Wyoming y abiertamente gay- había acudido a un bar de Laramie para desconectar tras una jornada académica. Bajito, educado, con una voz suave y un interés genuino por la conversación, Matthew llamaba la atención precisamente por no buscarla. Muchos le recuerdan como “la persona que nunca hacía daño a nadie”.
Los testimonios coinciden en que Aaron fue quien inició el contacto con la víctima. Se acercó con camaradería impostada, ofreciéndole llevarlo a casa. Matthew aceptó confiado. Russell se mantuvo unos pasos atrás, siguiendo la escena sin intervenir. “No parecía nada extraño, solo un grupo saliendo del bar”, declaró un testigo que los vio marcharse.
Matthew Shepard, asesinado por ser gay
Pero ya dentro de la camioneta, la mentira quedó al descubierto. Aaron, alterado y bajo los efectos de alcohol y metanfetamina, comenzó a increpar a Matthew. Lo acusó de insinuarse, un pretexto habitual para justificar la violencia homófoba. Russell, al volante, no hizo nada por frenar lo inevitable.
En un punto aislado a las afueras de Laramie, Aaron obligó a Matthew a bajar del coche. El ataque fue brutal: lo ataron a una cerca de madera, como si de una crucifixión se tratase, e iniciaron una lluvia de golpes con la culata de una pistola. Además, se ensañaron a puñetazos y patadas hasta destrozarle la cabeza mientras le proferían toda clase de insultos y amenazas.
Lugar donde asesinaron a Matthew Shepard
La víctima fue hallada al cabo de dieciocho horas por un ciclista que al principio lo confundió con un espantapájaros. Aún respiraba, pero no por mucho tiempo. El 12 de octubre de 1998, Matthew falleció en un hospital de Fort Collins al no superar la feroz agresión.
La investigación no tardó en cerrarse gracias a la rapidez en la localización de los sospechosos. El 7 de octubre, apenas un día después del ataque, Aaron y Russell fueron arrestados en una vivienda de Laramie. Ambos presentaban rastros de sangre y tenían en su poder algunos objetos personales de la víctima. Las pruebas eran contundentes.
La caída
Durante el interrogatorio policial, las versiones de los detenidos eran opuestas y entraron en contradicción. Russell se apresuró a culpar a su compañero diciendo: “Aaron perdió el control. Yo solo quería irme. Nunca pensé que llegaría tan lejos”.
Aaron, en cambio, intentó justificar su ferocidad con la teoría del “gay panic”, alegando que Matthew lo había manoseado. Sin embargo, la policía desmontó rápidamente esa excusa y, finalmente, el propio Aaron terminó reconociendo: “No sé qué pasó. Solo sé que exploté”.
Russell Henderson y Aaron McKinney durante el juicio por matar a Matthew Shepard
La fiscalía calificó los hechos como un crimen de odio. Las pruebas materiales, la violencia desmedida y los insultos homófobos apuntaban en esa dirección, aunque la acusación formal no incluyó ese cargo específico porque aún no existía legislación federal que lo amparase en esos momentos.
De todos modos, el revuelo mediático, la conmoción social y el mazazo al colectivo LGTBI hicieron que, durante el transcurso del juicio y una vez dictada la sentencia, el asesinato de Matthew Shepard crease jurisprudencia.
Russell Henderson concede una entrevista desde prisión
El primero en ser enjuiciado fue Russell Henderson, quien llegó a negar en el estrado su participación en la agresión física a la víctima y a confirmar que tampoco la detuvo. “No supe qué hacer. Me quedé paralizado”, afirmó. Una frase que la acusación desmontó al señalar que, tras dejar a Matthew agonizando, ambos amigos continuaron su noche como si nada hubiese ocurrido.
Ante la evidencia abrumadora, Russell aceptó un acuerdo de culpabilidad por secuestro y asesinato en segundo grado, y fue condenado a dos cadenas perpetuas consecutivas. “Lo siento. Si pudiera cambiar lo que pasó, lo haría. No merezco perdón”, dijo con voz temblorosa en su turno de última palabra.
Aaron McKinney concede una entrevista para hablar del asesinato de Matthew Shepard
Por su parte, el proceso contra Aaron McKinney, considerado el autor principal del asesinato, fue mucho más mediático. Su defensa intentó evitar la pena de muerte, lo que llevó a un acuerdo con la fiscalía.
El acusado reconoció el asesinato para evitar un juicio completo y que se expusieran detalles aún más crudos del ataque. Eso le habría llevado directamente a la silla eléctrica.
El acuerdo de conformidad llevó al tribunal a sentenciarlo a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Una vez conocidas las penas, Judy Shepard, madre de Matthew, pronunció una de las declaraciones más recordadas: “No busco venganza. No quiero más muerte. Quiero que pase el resto de su vida pensando en lo que hizo”.
Un perfil extremo
Los especialistas que entrevistaron y analizaron a ambos protagonistas coincidieron en que Aaron presentaba un perfil violento agravado por el consumo de drogas, un historial de agresividad y una masculinidad asociada a la dominación física.
Un criminólogo del caso lo definió así: “No fue un arrebato. Fue una violencia alimentada por prejuicios, sustancias y un profundo resentimiento hacia todo lo que percibía como debilidad”.
Aaron McKinney mira desafiante durante el juicio
En contraste, Russell era visto como un seguidor, alguien sin liderazgo, propenso a dejarse arrastrar por figuras más fuertes. “Russell no tenía identidad propia. Aaron era su brújula, aunque lo llevara directo al precipicio”, declaró un psicólogo forense durante el juicio.
Ambos, cada uno a su manera, encarnaban un caldo de cultivo peligroso: precariedad emocional, falta de expectativas, consumo de drogas y prejuicios incubados durante años. Desde entonces, Russell cumple su pena en la Penitenciaría del Estado de Wyoming, donde lleva una vida aparentemente disciplinada.
Russell Henderson en la prisión
Ha participado en programas de lectura y trabajos internos, aunque rara vez hace declaraciones. La última que hizo en una entrevista para un proyecto educativo, llegó a afirmar: “No quiero que me recuerden como un monstruo, pero entiendo que así será”.
Aaron se encuentra encarcelado en el Correccional Casper Facility y mantiene un perfil bajo. En algún momento expresó arrepentimiento, aunque los funcionarios que lo supervisan afirman que sus palabras siempre suenan medidas, casi calculadas. “Lo siento por la familia… por todo lo que pasó”, dijo en una de sus últimas intervenciones públicas, sin profundizar más.
El legado de una víctima
El brutal asesinato de Matthew Shepard generó una ola de indignación internacional. Las vigilias se multiplicaron, los titulares recorrieron el mundo y por primera vez se abrió un debate público sostenido sobre la violencia homófoba. De ese impacto surgiría, más de una década después, la Matthew Shepard and James Byrd Jr. Hate Crimes Prevention Act.
La ley fue promulgada en 2009 y amplió la cobertura federal de los crímenes de odio para incluir la orientación sexual, la identidad de género, la discapacidad y otros factores. La familia Shepard, convertida en referente de la lucha LGTBI, sostuvo durante años el peso simbólico del caso.
El asesinato de Matthew Shepard se convirtió en el símbolo de la lucha contra los delito de odio y los derechos de la comunidad LGTBI
“No queríamos que Matthew fuera un mártir, pero lo que ocurrió cambió este país”, declaró Judy Shepard en el aniversario del crimen. Su figura se convirtió en un recordatorio de las consecuencias mortales del odio, y su historia aún se utiliza en programas educativos y formaciones policiales.