La doble vida de Joaquín Ferrándiz, el “cazador” invisible de Castellón

Las caras del mal

Este asesino en serie español se camufló con normalidad durante años para violar y matar a cinco mujeres

Joaquín Ferrándiz, de Castellón, asesino en serie de prostitutas en prisión

Joaquín Ferrándiz, de Castellón, asesino en serie de prostitutas en prisión

LVE

La madrugada se había tragado las calles de Castellón cuando ella subió al coche creyendo que volvía a casa. El hombre al volante sonreía con una cortesía casi tímida, lejos del retrato de un depredador. No levantaba sospechas. Hasta que detuvo el vehículo en un descampado, apagó el motor y dejó que el silencio hiciera su trabajo.

La conversación casual se quebró y ella no tuvo tiempo de reaccionar. Las manos que parecían inofensivas se aferraron con fuerza alrededor de su cuello y después vino el despojo absoluto. Un cuerpo ultrajado, violentado y abandonado entre arbustos. Y, mientras él, moviéndose sin ruido, como una sombra perfecta en busca de una nueva presa.

Aparente normalidad

Joaquín Ferrándiz Ventura, al que cariñosamente le llamaban Ximo, nació el 16 de febrero de 1963 en Castellón. Creció en una familia de clase trabajadora, sin grandes episodios que anticiparan el horror que incubaba. Su niñez transcurrió entre colegios locales y tardes tranquilas.

No fue un estudiante brillante, aunque cumplía lo justo para avanzar. Dicen que era reservado y meticuloso, casi obsesivo con el orden. Nunca destacó por conflictos escolares ni indisciplina. Esa capa de normalidad lo acompañó siempre.

Joaquín Ferrándiz, el asesino en serie de Castellón

Joaquín Ferrándiz, el asesino en serie de Castellón

Archivo

En el hogar, la convivencia era estable. No constan episodios de violencia doméstica ni rupturas traumáticas que expliquen su evolución. Su entorno recordaría años después a un joven introvertido, poco dado a las relaciones profundas, aunque educado. 

No se le conocieron parejas estables en la juventud, algo que él atribuía a la timidez. En realidad, esa falta de vínculos afectivos parecía más un síntoma que una circunstancia.

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Estudió formación profesional y pronto encontró trabajo en una compañía de seguros. Su carrera administrativa fue modesta, aunque cumplidora. Nunca faltó, nunca discutió, nunca levantó la voz. Leía revistas de motor, escuchaba música comercial, consumía ficción policial como muchos otros. Resultaba corriente hasta lo anodino.

El primer estallido

Su fachada comenzó a resquebrajarse el 6 de agosto de 1989. Aquella noche, una joven de 18 años llamada María sufrió un brutal ataque cuando regresaba a casa en moto. Joaquín chocó deliberadamente con ella. El resultado: la víctima se rompió el tobillo y él fingió disculparse y actuó como buen samaritano llevándola supuestamente al hospital.

Sin embargo, una vez dentro, nuestro protagonista la abordó, la golpeó y la violó en un paraje aislado. Después, la abandonó a su suerte, aunque María pudo sobrevivir e identificarlo. Joaquín fue detenido y condenado a 15 años de prisión por agresión sexual. Pero su círculo cercano siempre defendió su inocencia. Todos le veían como el hombre tranquilo, el vecino educado, el compañero discreto. Aquello debía de ser un error.

Joaquín Ferrándiz, una vez detenido

Joaquín Ferrándiz, una vez detenido

Atresmedia

Su paso por prisión marcó un punto de inflexión. Allí conoció a otro interno condenado por el asesinato de su esposa. Según informes posteriores, esa relación alimentó su violencia latente desembocando en una imitación del modus operandi del compañero en sus propios crímenes.

Otro preso que compartió módulo con Joaquín declaró más tarde que Ferrándiz “empleaba la inteligencia para matar sin ruido, sin dejar huella”. También se describió su obsesión con historias de violencia y control, casi como si buscara perfeccionar su método mentalmente. Cumplió la mitad de su condena y salió en libertad en 1995 gracias a beneficios penitenciarios.

Comienza la caza

Apenas dos años después de recuperar la libertad, Castellón volvió a convertirse en su territorio. Joaquín ya no era un hombre que cedía al impulso. Había evolucionado hacia un asesino metódico. El perfil que construyó más tarde la Guardia Civil, gracias a criminólogos como Vicente Garrido, definía un patrón frío, calculador y sistemático.

Hablamos de vigilancia de zonas frecuentadas por mujeres jóvenes, selección de momentos vulnerables, aproximación sin violencia visible, secuestro, agresión sexual y estrangulamiento. Jamás dejaba señales que lo delataran. Sabía cómo borrar huellas, cómo mover cuerpos sin levantar sospechas, cómo fundirse con el entorno.

El cartel con la desaparición de Sonia Rubio, la primera mujer asesinada por Joaquín Ferrándiz

El cartel con la desaparición de Sonia Rubio, la primera mujer asesinada por Joaquín Ferrándiz

Archivo

Entre 1995 y 1997, cinco mujeres murieron en manos de un asesino invisible para la mayoría: Sonia Rubio, Natalia Archelós, Mercedes Vélez, Francisca Salas y Amelia Sandra García. Las víctimas compartían franja de edad y rutina urbana. Varias habían salido de locales nocturnos.

Una volvía de una noche de fiesta con amigos, otra de una feria, otras eran prostitutas en la zona de Vora Viu. Las autoridades tardaron en conectar los crímenes y, en ese momento, la idea de un asesino en serie parecía casi impensable.

Amelia Sandra García, asesinada por Joaquín Ferrándiz

Amelia Sandra García, asesinada por Joaquín Ferrándiz

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Un investigador que participó en el caso recordaría tiempo después: “No hacía ruido. No buscaba notoriedad. Parecía obsesionado con ser perfecto en su método”. Esa precisión inquietó a los cuerpos de seguridad. La falta de pistas frustraba los avances. La ciudad comenzaba a sentir miedo. Las mujeres evitaban volver solas. El asesino se alimentaba del silencio colectivo.

La noche como aliada

Para Joaquín, la noche era más que un marco temporal. Era un aliado psicológico. Circulaba en su coche con una paciencia que solo tienen los depredadores. Observaba, esperaba, seleccionaba. 

La criminalística demostraría que actuaba sin improvisación. El traslado de cuerpos, la manipulación de la escena y la eliminación de indicios mostraban planificación. Los ataques no eran impulsos. Eran ejecuciones frías.

Las víctimas de Joaquín Ferrándiz

Las víctimas de Joaquín Ferrándiz

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La prensa local comenzó a hablar de un posible asesino serial cuando el tercer cadáver apareció con signos similares. Todavía no había una conexión oficial, aunque la ciudadanía intuía un patrón. Joaquín, mientras tanto, acudía a su trabajo, tomaba café, saludaba a sus vecinos y aparentaba una rutina ejemplar. Su invisibilidad fue su mayor ventaja.

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Un vecino recordaría al ser entrevistado: “Siempre estaba en lo suyo, nunca molestaba. Pensabas que era tímido, no peligroso”. Esa frase resume el tipo de perfil criminal que genera terror en comunidades pequeñas. No era un extraño con mirada torva. Era el tipo normal.

La caída del cazador

El cerco comenzó a estrecharse en febrero de 1998 gracias a un nuevo ataque que resultó frustrado. Joaquín intentó repetir el mismo modus operandi que en su primera violación: chocarse contra una motorista, fingir ayudarla para después agredirla. Sin embargo, la joven se defendió, pudo escapar y facilitar parte de la matrícula a la policía.

Aquel hilo llevó a los investigadores a otro detalle que, hasta entonces, había pasado inadvertido: varios testigos mencionaron un vehículo concreto en zonas relacionadas con las desapariciones. La investigación se centró entonces en la revisión minuciosa de antecedentes en Castellón y ahí fue cuando el historial del asesino en serie emergió.

Joaquín Ferrándiz antes de su detención

Joaquín Ferrándiz antes de su detención

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El nombre de Joaquín Ferrándiz volvió a la mesa de los investigadores y le colocaron vigilancia discreta. Observaron sus movimientos, sus horarios, sus recorridos nocturnos. El perfil encajaba. Un agente declaró después: “Al principio costaba creer que un tipo tan normal pudiera ser el autor. A medida que lo veíamos moverse, la duda desapareció”.

El asesino volvió a las andadas ese mismo verano sin saber que estaba siendo observado por la Guardia Civil. Aquel 12 de julio, Joaquín se dirigió al aparcamiento de una discoteca, deshinchó la rueda del coche de su siguiente víctima y esperó a que saliera. En cuanto la joven sufrió un accidente saliéndose de la carretera, ahí estaba Joaquín para secuestrarla.

La cinta de 18 milímetros usada por Joaquín Ferrándiz en uno de los crímenes

La cinta de 18 milímetros usada por Joaquín Ferrándiz en uno de los crímenes

Archivo

Sin embargo, la presencia de varios testigos -entre ellos, agentes de paisano de la Guardia Civil que seguían al asesino- echaron al traste los macabros planes de Joaquín. Paralelamente al dispositivo de seguimiento y vigilancia, la Fiscalía ordenó registrar su domicilio y su vehículo. Allí se encontraron indicios que conectaban con las víctimas.

La cinta adhesiva con una medida de 18 milímetros, inusual en aquellos años, y que cubría la boca de Sonia Rubio, la primera víctima asesinada; así como otros objetos vinculantes, como el tapón del neumático que había deshinchado y manipulado en su último ataque; y notas y recortes relacionadas con agresiones pasadas. El rompecabezas acababa de encajar.

Adiós a la máscara

Joaquín Ferrándiz fue detenido el 29 de julio de 1998 en su oficina ante la mirada atónita de sus compañeros. No opuso resistencia alguna. En un primer momento, el asesino en serie admitió dos violaciones, pero negó los crímenes. En un primer momento, el criminal fue acusado del secuestro, agresión sexual y asesinato de Sonia Rubio. Las pruebas eran claras.

El 21 de octubre se produjo un giro en los acontecimientos: Joaquín se derrumbó y reconoció tanto el asesinato de Sonia como el de las otras víctimas. Era la primera vez que el asesino conectaba todas las muertes. Los investigadores se enfrentaban a una “personalidad psicopática”, como describió en rueda de prensa Santiago López Valdivielso, el por entonces director general de la Guardia Civil.

La detención de Joaquín Ferrándiz

La detención de Joaquín Ferrándiz

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Su confesión quedó plasmada en una carta manuscrita, en la que relataba las atrocidades de sus crímenes. “Observé a una chica caminando en solitario por la acera, paré el coche a su altura y le pregunté que por qué iba sola a esas horas de la noche. […] Nunca olvidaré sus gritos, un odio cegador se apoderó de mí”, escribió sobre el asesinato de su primera víctima, Sonia Rubio, el 2 de julio de 1995.

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El 24 de noviembre de 1999 se celebró el juicio contra Joaquín Ferrándiz Ventura, quien mantuvo en todo momento una actitud fría y sin emociones relevantes. El asesino en serie de Castellón respondió con educación, aunque sin empatía visible, mientras las familias de las víctimas rompían a llorar ante la brutalidad de unos crímenes sin sentido.

castellón- Esta mañana se ha iniciado en la Audiencia Provincial de Castellón el juicio contra Joaquín Ferrandiz (en el centro de la imagen), presunto asesino de cinco mujeres, que se ha acogido a su derecho a no declarar. El acusado, un agente de seguros de 35 años, se enfrenta a una petición fiscal de 163 años de carcel por el asesinato de cinco mujeres y por intentar asesinar a otras dos. EFE/Alberto Estévez.#{emoji}130;

Sesión del juicio contra Joaquín Ferrándiz (1999)

ALBERTO EST´EVEZ / EFE

La Audiencia Provincial escuchó testimonios de peritos, policías, forenses y expertos en criminología. Todos coincidieron en el retrato: un hombre con alta capacidad de manipulación, sin vínculos afectivos, con un deseo de control absoluto y ausencia de remordimiento. Estaban ante un “psicópata integrado”.

Un especialista afirmó: “No buscaba placer instantáneo sino poder. Pensaba como un cazador”. Una frase escalofriante que se convirtió en titular de aquel proceso. La Fiscalía solicitó la pena máxima. Las familias pedían justicia sin matices. La sociedad reclamaba una condena ejemplarizante.

Noticia publicada en La Vanguardia en octubre de 1998

Noticia publicada en La Vanguardia en octubre de 1998

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Joaquín escuchó las acusaciones sin alterarse. Nunca pidió perdón y, según consta, una de sus pocas frases durante el procedimiento fue: “Nunca quise hacer daño a nadie”. Las palabras sonaron vacías frente a los hechos.

El 14 de enero de 2000, el serial killer fue declarado culpable de cinco asesinatos y otros delitos asociados, y condenado a 69 años de prisión y a indemnizar a las familias con 130.000.000 de pesetas (en torno a 781.000 euros).

Joaquín Ferrándiz, en una de las sesiones del juicio

Joaquín Ferrándiz, en una de las sesiones del juicio

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Ingresó en el centro penitenciario de Castellón y más tarde fue trasladado a la prisión de Herrera de la Mancha para cumplir el resto de su condena. Entre rejas llevó una vida discreta, sin conflictos destacados. Los informes penitenciarios hablaban de un comportamiento “estable y colaborativo”, preso “modélico”, un tipo inteligente, educado y “encantador” en el trato.

No llegó a someterse a ningún programa de rehabilitación para agresores sexuales ni tampoco a programas orientados a su resocialización. Simplemente cumplía condena. Además, compartió patio con asesinos tan mediáticos como Miguel Carcaño o Tony Alexander King, y entabló una estrecha amistad con José Bretón.

En libertad

El 22 de julio de 2023, Joaquín recuperó la libertad tras cumplir 25 años de prisión, el máximo legal en España. A su salida, el asesino declaró ante los medios congregados en el exterior del recinto: “Nunca volveré a Castellón por respeto a las víctimas”. Y añadió: “Me marcho al extranjero”. No cumpliría su palabra.

Se instaló en el País Vasco, más concretamente en un caserío en el barrio de Ventas de Irún, trabajó en una empresa de mensajería y paquetería, hasta que, en junio de 2024, se mudó a Andoain. Allí consiguió trabajo en una firma nacional de alimentación e inició una relación sentimental.

Joaquín Ferrándiz a su salida de prisión en 2023

Joaquín Ferrándiz a su salida de prisión en 2023

Mediaset

En la actualidad, Joaquín vuelve a tener antecedentes, esta vez por violencia de género, tal y como confirman fuentes de la Ertzaintza. Recientemente, el juzgado le ha impuesto una orden de alejamiento respecto a una víctima, que fue pareja y compañera de piso el pasado año, por un delito de acoso. De ahí que la policía autonómica vasca mantenga sobre él una vigilancia discreta.

Varias personas de su entorno afirman que vive sin relacionarse demasiado. No levanta la voz, no destaca, no interrumpe. “Va a lo suyo, siempre solo. Da mal rollo, la verdad”, declaró un vecino. Otro fue más rotundo: “No me fío. Quien ha hecho eso una vez puede hacerlo otra vez”.

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