Físicamente están bien. Pero, ¿y psicológicamente? Es la pregunta a la que ahora busca respuesta el grupo multidisciplinar encargado de la atención de los tres hermanos -dos gemelos de 8 años y un niño, de 10- encerrados por sus padres en un chalé de Oviedo los últimos cuatro años.
El caso de esta “casa de los horrores” es tan excepcional que ni los expertos atinan a aventurar las secuelas que esta historia puede dejar en esos niños. Ahora, tras tanto horror, toca volver a la realidad.
“Cuesta imaginar, en estos momentos, lo que han vivido las mentes y cuerpos de esos menores tras un aislamiento tan extremo”, afirma Úrsula Perona, psicóloga infanto-juvenil.
El tratamiento para reinsertarlos en el mundo real, después de ser obligados a dormir en cunas, llevar permanentemente puestas mascarillas y tener prohibido acercarse a puertas y ventanas de la casa, solo ha hecho que empezar.
Sus padres eran su mundo y ahora tendrán que asumir que ellos, los que debían protegerlos, son los malos”
Ahora sería precipitado, por no decir imposible, concretar con exactitud que van a necesitar esos hermanos (programas y tiempo) para “reconstruir su universo interno y recuperar su confianza en la realidad que les rodea”. Esa vuelta al mundo real hay que darlo con pequeños pasos y sin prisas.
Perona advierte que el encierro prolongado durante etapas clave del desarrollo (aquí hablamos de niños) “puede tener efectos devastadores”. Y añade: “Durante la infancia, el cerebro está en pleno proceso de maduración y necesita estimulación variada, interacción social, juego libre, movimiento y exposición al entorno para desarrollarse de forma saludable”.
Abel Domínguez, psicólogo infanto-juvenil y director de Domínguez Psicólogos, alerta que “a estos menores se les han negado estímulos (auditivos, táctiles, sociales…), que son los que ayudan a modular a una persona, sin ser ellos conscientes de ello”. Hay que empezar a trabajar con todo esto para recuperar el tiempo perdido.
Los niños dormían aún en cunas, llevaban pañales, vivían entre excrementos y sus padres les obligaban a llevar puesta la mascarilla
¿Qué concreta factura pueden pagar esos menores, privados de una infancia normal? Esos niños, responde Perona “pueden experimentar retrasos en el desarrollo del lenguaje; dificultades en la regulación emocional y en la comprensión del mundo exterior; apegos desorganizados o inseguros; ansiedad, fobias, desconfianza y una percepción distorsionada de la realidad y de sí mismos”.
La suerte sería que aflorara esa plasticidad que vemos en menores y que estos aceptaran la nueva realidad”
La herida más profunda de esos niños, que ahora es como si volvieran a nacer, “es la causada por el engaño de sus propios padres, que son los que debían de protegerlos”, indica Perona. Los menores, pese a su edad, seguían usando pañales y vivían rodeados de excrementos y montañas de medicinas. Han sido los progenitores los que los han aislado del mundo -les hicieron creer que estaban enfermos y que el exterior era peligroso- y una vez liberados, lo primero que hay que ofrecerles “”es un entorno seguro, predecible y afectivo”.
¿Quiénes son los padres?
Una pareja obsesionada con la enfermedad
Una vecina de ese chalé, ubicado en el núcleo de Fitora-Toleo, fue la que dio la voz de alarma. Había escuchado voces de niños en esa casa y atisbado siluetas de menores tras las ventanas, pero jamás vio a ninguna de esas criaturas en el amplio jardín de la vivienda. Así arrancó una investigación que pronto dio sus frutos. Las vigilancias constataron que a la puerta de ese chalé llegaban copiosos pedidos de comida. Siempre en entrega a domicilio y en cantidades muy superiores a lo que puede ingerir una sola persona. Y es que las autoridades solo tenían constancia de un vecino en esa casa: el padre. Había alquilado el chalé en 2021 y después se llevó allí a su esposa y tres hijos, sin informar a nadie. Esos pequeños no estaban escolarizados pero como su existencia no constaba en ningún documento, nadie les echó en falta en el colegio. Los niños se cree que no salieron ni un solo día al jardín en los últimos cuatro años. Al ser liberados uno se tiró sobre el césped para oler la hierba y los tres dieron fuertes bocanadas para respirar el aire del exterior. El estricto encierro se acordó en la sexta ola de la pandemia del coronavirus. Sus padres sostienen que estaban enfermos. Así intentaron justificar el cruel encierro. Una excusa que no les ha valido para librarse de la cárcel. La madre tampoco salía de casa y el padre, que teletrabajaba, solo se asomaba a la puerta para recoger los pedidos de comida. La pareja tiene nacionalidad alemana y se sospecha que abandonaron ese país al temer que les quitaran a sus hijos, dos gemelos de 8 años y un chico, de 10.
El tratamiento de esos menores tras lo sufrido, recalca Úrsula Perona, hay que individualizarlo. “Cada niño lo habrá vivido de manera distinta, según su edad, temperamento y vínculo con sus padres”, afirma. Hay que conseguir la rehabilitación emocional y relacional de esos niños. “Tienen que volver a confiar, cuanto antes, en los adultos, en el mundo y en sí mismos”, recalca.
Los padres fueron detenidos por la Policía Local de Oviedo y después un juez ordenó su ingreso en prisión, sin fianza. En este vehículo fueron sacados del chalé.
El Principado de Asturias busca a familiares de esos menores que podrían hacerse cargo de ellos. Pero esta estrategia, lógica y muy repetida en otros casos, plantea con este asunto muchas dudas.
“Buscar a parientes puede parecer lo natural –apunta Perona– pero en un caso tan grave, lo prioritario debería ser garantizar en estos primeros momentos a esos menores un entorno estable, protector y terapéutico”. Si los familiares comparten creencias o dinámicas similares a las de los progenitores, podrían reactivar el trauma.
“Por eso, una acogida temporal en centros especializados, donde se trabaje la reparación del daño desde el primer día, puede ser lo más adecuado al menos en una fase inicial”, estima esta psicóloga.
¿Buscar a familiares o tratarlos en un centro? Esta es la gran pregunta ante una historia tan excepcional como esta
Lo comparte Abel Domínguez: “Antes de entregar a esos niños a un familiar habría que hacer un perfil psicológico de esa persona, vista la conducta de los padres, para confirmar que ese cuidador no comparte sus criterios o fobias”. Con este tema, queda claro, hay que ir con los pies de plomo.
Lo más complicado, insisten los expertos, será hacer entender a esos tres hermanos que todo lo padecido es culpa de sus padres. “Lo lógico es que surja un conflicto emocional si ahora entienden que todo lo escuchado en casa era falso. La reacción pude ser de rabia, confusión, tristeza… porque para ellos sus padres eran el único universo conocido y creyeron todo lo que les decían”, augura Úrsula Perona.
La suerte sería en este caso, apunta Domínguez, que “aflorara esa plasticidad que tantas veces vemos en memores, muy superior a la de los adultos, y que estos aceptaran la nueva realidad a la que ahora se enfrentan”.
Después ya llegará el momento de reintroducirlos (escuela, encuentros con otros niños, juegos...) En el mundo del que nunca habrían tenido que ser sacados.
