Todavía no ha empezado la guardia de Eva Espallargas, abogada del turno de oficio del Colegio de la Abogacía de Barcelona, y ya tiene dos casos asignados para el día siguiente. Dos mujeres la esperan en distintas comisarías de los Mossos para formalizar denuncias por violencia de género. Son las ocho de la tarde de un jueves cualquiera y, a partir de las diez, esta letrada sabe que el teléfono puede sonar en cualquier momento por una emergencia. En esta ocasión, su sueño no se ha visto interrumpido.
A las nueve de la mañana se presenta puntual en una comisaría de Barcelona. La mujer que debe atender llega poco después. Un agente presenta a la denunciante a la que será su abogada en todo lo que dure el procedimiento, hasta que haya sentencia. Es habitual que los Mossos, cuando no hay riesgo, citen a las víctimas al día siguiente con la abogada de oficio ya avisada. Ambas ya habían hablado brevemente por teléfono; Espallargas lo hace siempre que consta un número de contacto.
El primer encuentro, a solas, dura unos 15 minutos en los que la víctima le resume los hechos y le expresa que quiere denunciar a su expareja, que en los últimos días ha vuelto a ponerse en contacto con ella. La abogada le explica que ahora le tomarán declaración para presentar la denuncia. “Tendrás que ser clara y ordenar los hechos. Te preguntarán qué tipo de violencia ejercía sobre ti y con qué frecuencia, si había testimonios, si te sientes coaccionada o si tienes miedo, y por qué denuncias ahora”, le adelanta. La mujer asiente y responde que no lo hizo antes porque “no contaba con el apoyo de nadie”.
La denuncia por violencia ante los Mossos
Cruzan un pasillo, acompañadas por el agente, hasta una sala donde un cartel anuncia “Oficina d'Atenció a la Víctima”. Tres mesas con sus respectivos ordenadores ocupan el espacio, iluminado por la luz que entra por una ventana. En una de ellas, una mossa se dispone a tomar declaración y redactar el atestado.
Víctima y abogada se sientan frente a la agente, separadas por la mesa y una mampara de plástico no muy grande. En la superficie transparente, un cartel advierte sobre las consecuencias de las denuncias falsas y la simulación de delitos, citando el artículo 456 del Código Penal. El mismo aviso cuelga en el filtro de recepción de la comisaría, aunque aquí, colocado justo a la altura de la mirada, llama aún más la atención de Espallargas, y de todas las víctimas que pasan por allí. Detrás de ellas, hay un espacio infantil que da color al lugar, con una estantería llena de libros y juguetes.
Sé qué son preguntas difíciles. Haremos las paradas que sean necesarias
La agente formula una serie de preguntas siguiendo un orden cronológico. La escucha, la orienta y la interrumpe cuando se desvía hacia detalles que no tienen relación directa con el caso. “Sé qué son preguntas difíciles. Haremos las paradas que sean necesarias, no se preocupe”, le dice, intentando tranquilizarla cuando, en varios momentos, la mujer se rompe. La declaración se alarga cerca de una hora y veinte minutos.
Antes de cerrar el atestado, la agente le pregunta si quiere solicitar una orden de protección. La abogada le explica que si la pide es porque “temes por tu vida” o “crees que puede hacerte daño”, y le recuerda que será el juez de guardia quien decida si hay indicios suficientes para concederla. También le detalla que, en caso de solicitarla, tendrá que acudir en un plazo máximo de 72 horas al juzgado de guardia para ratificar la denuncia. El presunto agresor, por su parte, será citado para declarar ante los Mossos en un plazo máximo de 24 horas y, después, deberá presentarse en el juzgado el mismo día y a la misma hora que la víctima.
Eva Espallargas, abogada del turno de oficio de violencia sobre la mujer.
La víctima duda. No sabe qué hacer y teme cómo pueda reaccionar él. En Catalunya, más de la mitad de las órdenes de protección solicitadas en 2023 –un 52 %– no llegaron a concederse. Espallargas le recuerda que, si cambia de opinión, puede volver a comisaría y pedir la orden en cualquier momento. Finalmente, decide no solicitarla y parece tranquila con la decisión y con la denuncia presentada. Agradece a los agentes la atención y la empatía mostrada. Si el caso llega a juicio, lo más probable es que tarde alrededor de un año y medio o dos en celebrarse. Si deciden archivarlo, el presunto agresor nunca recibirá la notificación.
Los Mossos cuentan con su propio sistema de valoración del riesgo, el SIAV, a diferencia del que utiliza el resto de España, el conocido sistema Viogén. Con este sistema, la policía catalana puede cruzar en un mismo programa todos los datos policiales y judiciales de la víctima y del presunto agresor. La comisaría de Les Corts es la que vehicula todos los atestados policiales, que luego envían a los juzgados de guardia, quienes evalúan el riesgo y pueden poner protección si lo creen conveniente.
¿Qué ocurre cuando la víctima solicita una orden de protección?
Cuando tanto la víctima como el presunto agresor acuden a los juzgados, el juez de guardia puede conceder o no una orden de protección penal, que se mantiene vigente durante todo el procedimiento. Si no hay orden de protección, no se aplican medidas civiles urgentes como el uso del domicilio, ni pensión, ni custodia de los hijos. En esos casos, la víctima puede presentar una demanda de medidas cautelares, que puede tardar hasta ocho meses en resolverse.
“Se da la paradoja de que la víctima pide una orden para que su agresor no pueda acercarse y, si el juez la deniega, ambos salen del juzgado por la misma puerta. Si no tiene otro lugar donde ir, la mujer se ve abocada a volver a la misma casa donde conviven. Al final, le estás diciendo que regrese con su agresor”, lamenta Espallargas. Y, a veces, esa es la realidad.
Con la orden de protección, el juez puede decidir el uso temporal del domicilio o establecer medidas sobre custodia y visitas de los hijos durante un máximo de 30 días. Además, para evitar que víctima y agresor coincidan cuando tienen hijos en común, se recurre a puntos de encuentro supervisados o a intercambios bajo supervisión profesional.
El mediodía transcurre tranquilo. Tras asistir a la primera víctima, la abogada no recibe más llamadas. “No suele ser así. Hoy somos cuatro abogados en el turno de Barcelona. Otras veces, tan solo dos o uno”. Espallargas cubre los tres turnos de violencia sobre la mujer –Barcelona, Besòs y Llobregat– y también está adscrita al turno penal general y al de menores. Compagina estas guardias con su propio despacho, donde lleva asuntos penales y civiles. Acumula 23 años en el turno de oficio y dos décadas en el de violencia.
Espallargas no tenía referentes familiares que hubieran ejercido la abogacía, pero le motivó la profesión por su labor social y compromiso con las personas.
Lo hace, asegura, por una convicción más moral que económica: “Un día cogí un libro de derecho y me enamoré de esta profesión. Creo que es una labor social. Este trabajo lleva implícito ayudar a las personas. Es duro, porque te encuentras situaciones de todo tipo y acabas agotada, pero cada día aprendes algo, de derecho y de la vida”. En las guardias de delitos penales, añade, puede llegar a asumir hasta nueve asistencias a la vez. Cuando quiere alejarse de la rigidez y los procedimientos del oficio, se refugia en los fogones. Su principal afición es la cocina, que le permite explorar su lado más creativo y desconectar. De hecho, ha publicado dos libros de recetas.
Son las tres de la tarde cuando llega a la comisaría de Ciutat Vella, en pleno Raval, para atender su segunda asignación del día. En este caso, no ha podido contactar previamente con la víctima: no consta ningún número de teléfono. En el primer filtro de recepción, atendido por una agente de los Mossos, cuelgan varios carteles informativos. Uno de ellos anuncia la disponibilidad de intérpretes de 10h a 21h, con una pausa a mediodía. “Ha mejorado mucho. En los juzgados es más complicado, pero va funcionando”, comenta la abogada.
¿Por qué algunas víctimas no formalizan la denuncia?
“¿Letrada?”, pregunta un mosso a Espallargas mientras espera en el interior de la comisaría. “Sí, soy yo”, contesta. “La mujer estaba citada a y media. Esperemos que se presente. ¿Sabe de qué va el caso?”. La abogada responde que no. El agente le explica que, según consta, el presunto agresor le habría producido cortes en manos y cara con un objeto. Añade que intentarán localizarla para averiguar dónde está y si va a llegar más tarde. Son las 15.27 h, pero no llega nunca.
Ante la ausencia de la víctima, Espallargas contempla dos posibilidades. La primera, que en el último momento se haya echado atrás por miedo: “En muchas mujeres veo pánico en sus caras, temen quedar desprotegidas si se les deniega la orden, cuando no saben qué puede pasar con sus hijos o cuando no tienen recursos ni un lugar al que ir”. La segunda, que se trate de una relación con episodios de agresiones mutuas, consumo y situaciones de exclusión o sinhogarismo que dificultan que las dos partes sigan el procedimiento.
Nadie presenta una denuncia por capricho. “Muchas veces, las víctimas sienten miedo, se arrepienten o no saben cómo gestionar la situación. Denunciar no es agradable e implica pasar horas en la comisaría y en los juzgados”.
Aunque su turno finaliza a las diez de la noche, no ha recibido más llamadas (ni va a recibir en lo que queda de día). En otros casos, cuando las víctimas solicitan una orden de protección, la guardia se prolonga más de 24 horas. Al día siguiente, la abogada debe acudir al juzgado de guardia para acompañar a las víctimas y donde tiene la posibilidad de interrogar al investigado.
Es un trabajo duro, pero cada día aprendes algo, tanto de derecho como de la vida
Lo más habitual, dice, es que en los juzgados de guardia tenga de media de tres a cuatro mujeres esperando a declarar y a ratificar su denuncia. Las víctimas esperan en una sala durante horas, en un ambiente “un poco frío”, sin poder salir sin permiso para evitar encontrarse con el presunto agresor. Luego, se toma declaración y se escucha a cada parte y, posteriormente, se lleva a cabo una vista donde se resuelve la orden.
Hoy ha sido un día excepcionalmente tranquilo, aunque lo habitual en cada guardia es sentir que “tienes que estar en todas partes a la vez, haciendo malabares ante la imposibilidad de duplicarte”. “Con las víctimas, tienes que ser cercana y explicar cómo funciona el proceso, porque el desconocimiento genera miedo. Me gusta contarles cada paso del procedimiento, lo que puede ocurrir y explicarles que estaré con ellas en todo momento”. El turno finaliza a las diez de la noche. Y así hasta la próxima guardia, la próxima mujer.



