¿Engordaré? ¿me darán trombos? ¿tendré dolor de cabeza? Son preguntas comunes que se hacen las mujeres antes de tomar la píldora anticonceptiva. Pero no son los únicos efectos que sufren y, para muchas que ya han vivido sus consecuencias durante años, ni siquiera son los más relevantes. A este método hormonal recurre el 18% de mujeres de entre 15 y 49 años activas sexualmente, estima la Sociedad Española de Contraconcepción (SEC). La Encuesta SEC de Anticoncepción de 2024 concluyó que el uso de este medicamento está más extendido entre las veinteañeras (un 22,4% de ellas toma la píldora), seguidas de las jóvenes de 15 a 19 años (un 21,7%), mientras que a partir de los 30 el porcentaje va en descenso.
Los estudios y especialistas consultados por La Vanguardia coinciden en que la subida de peso, las cefaleas y los trombos son los grandes miedos que persiguen a las mujeres que valoran iniciar este anticonceptivo hormonal. El ánimo depresivo y la pérdida de libido, por el contrario, están entre las últimas consideraciones de la bibliografía científica. Y, sin embargo, estas consecuencias psicológicas, muy relacionadas entre sí, son, en realidad, los principales motivos por los que muchas deciden abandonar el tratamiento.
En consulta dicen que lo quieren dejar o preguntan por otras opciones porque han notado que de repente dejan de tener deseo en sus relaciones

Para muchas mujeres, la pérdida de deseo que experimentan a raíz de tomar la píldora les hace sentir “muy desconectadas y ausentes” de su propia sexualidad
Lo ha constatado, entre otras, la médica de familia Vera López Herrero. “Estos efectos están descritos en los prospectos, pero se han considerado siempre consecuencias asumibles para las mujeres”, señala. En su consulta, en un centro de salud de Madrid, López Herrero detecta que falta información sobre los potenciales efectos psicológicos de la píldora y, aunque no siempre es el caso –muchas no los padecen o no son capaces de detectarlos–, ha visto cómo muchas de sus pacientes que quieren dejar el fármaco lo hacen alegando sufrir pérdida de libido.
“Vienen a consulta y dicen que lo quieren dejar o preguntan por alguna otra opción, porque han notado que de repente en sus parejas o en sus relaciones dejan de tener deseo”, señala la doctora. Se da la paradoja, pues, de que el anticonceptivo, que muchas mujeres toman precisamente para mantener relaciones sexuales sin riesgo de embarazo, las lleva a disminuir su actividad sexual hasta tal punto que esa precaución deja de tener sentido. Además, el descenso en la libido asociado a la píldora, que en algunos casos se toma desde la adolescencia bajo prescripción médica –para solucionar dolores menstruales o incluso acné–, hace que muchas hayan crecido percibiéndose a sí mismas como “amebas” o “setas”.
Así se describe Talía (32 años). Esta madrileña empezó con el tratamiento a los 13, así que desde el primer día de su vida sexual compartida dice que ha tenido que “esforzarse” para tener relaciones. “Cuando no he tomado la pastilla, en tres periodos de cambio, lo he notado muchísimo”, cuenta. La primera vez que paró y percibió la diferencia fue a los 19 años. “Me subía por las paredes”, detalla. Las otras veces que ha detenido el tratamiento ha experimentado lo mismo. Pero, mientras las tomaba, no tenía ningún deseo. “En principio, podría ser una ameba de por vida”. No le supone un problema en su matrimonio porque, dice, ella siempre se ha “esforzado”. “Y antes, cuando estaba soltera, tenía vida sexual por costumbre, no porque me apeteciera la mitad de las veces”, añade.
Cuando no he tomado la pastilla, lo he notado muchísimo (...) Me subía por las paredes (...) Antes tenía vida sexual por costumbre, no porque me apeteciera
También Alexia (25 años) ha sido muy consciente de cómo la píldora ha afectado a su líbido a lo largo de su vida. Se la recetaron a los 15 años, en su Chile natal, porque tenía ovarios poliquísticos. Lo primero que notó, que cree relacionado con la píldora, es el ánimo depresivo. “No salía de la cama”, dice. Luego probó otro tipo de pastillas. “Me las cambiaron a las de posparto y ahí lo que sentía era una inestabilidad emocional súper grande”. Le cambiaba el ánimo constantemente y nunca entendía qué le pasaba. Después de no sangrar durante cinco años, algo que le resultaba “anormal”, quiso cambiar de tratamiento.
“Me dieron unas minipíldoras que no tienen estrógeno, porque mi ginecólogo decía que ese era el problema”. Eso acabó con su libido. “Al principio no, pero con el uso notaba cómo cada día era más indiferente al sexo. Si tiraba solo quería terminar el acto. Ni ahí con los orgasmos. Ya era una cosa que ni me humectaba”, recuerda. Cree que eso perjudicó también a su vida amorosa. Estuvo en pareja entre 2018 y 2024: “Yo lo amaba profundamente pero no tenía deseo de nada, ni siquiera para tocarme a mí. Quería que el sexo siempre fuese rápido, corto, y como no me humectaba casi nada a veces paraba porque me dolía”. Cuando dejó las pastillas, aún en relación con él, experimentó un cambio radical: “Volvieron las ganas, el deseo, el sexo esporádico, todo”. Ahora, dice, “no volvería jamás a tomarlas”.
Es difícil saber con precisión cuánto tiene que ver la píldora anticonceptiva en la pérdida de deseo. En muchos casos, las mujeres la toman cuando están en una relación estable, y cuando pueden notar el efecto secundario —que por lo general no es inmediato, arguye la doctora López Herrero— coincide a veces con una etapa de la relación en la que, con o sin el tratamiento hormonal, el atractivo sexual en la pareja puede reducirse.
Tenemos más libido alrededor de la ovulación, cuando los estrógenos están más altos. (...) Pero el anticonceptivo anula todas esas curvas de hormonas

Miriam Al Adib Mendiri es ginecóloga y directora de cuatro clínicas
Pero la pérdida de libido es un efecto de la píldora que avalan tanto los estudios científicos como las expertas en salud hormonal. Una de ellas, muy activa en la divulgación de este fenómeno, es la ginecóloga extremeña Miriam Al Adib. Autora de varios libros –el más reciente, Cuando las hormonas se desmadran (Alienta, 2024)–, directora de cuatro clínicas y profesora del máster de Sexología de la Universidad de Extremadura, Al Adib aprovecha cada ocasión que tiene para resaltar el sesgo de género en la ciencia, que históricamente ha estudiado los efectos secundarios en hombres, incluso para fármacos ideados para uso femenino. “Tradicionalmente la medicina, el modelo de salud y la enfermedad lo hemos estudiado con ensayos clínicos en hombres, y los resultados se han extrapolado a la mujer”, aduce.
Esto es lo que ocurre en las mujeres de manera natural: “Cuando tenemos el pico más alto de estrógenos, que son activadores naturales, es antes de la ovulación. Ese es el momento en que nos comemos el mundo, porque estamos más pletóricas. Luego, la progesterona, que activa el sistema GABA (ácido gamma-aminobutírico) nos pone más en estado de tranquilidad. Hay mujeres que se sienten más irritables antes de la regla y es porque tienen un déficit de progesterona. Eso es el síndrome premenstrual. Todos estos movimientos de las hormonas tienen un gran efecto en nuestro cerebro y nuestra libido cambia también cíclicamente. Tenemos más libido alrededor de la ovulación, cuando los estrógenos están más altos. Pero el anticonceptivo anula todos esos mecanismos, porque le da al organismo las mismas hormonas que fabrica el ovario en versión sintética, y da las dos hormonas juntas. Así, elimina esas curvas de hormonas y proporciona las sintéticas”.
Al Adib aclara que ella no está en contra de la píldora: “Hay mujeres que toman anticonceptivos y están maravillosamente bien”. A muchas les mejora la calidad de vida, elimina los dolores o les da seguridad en sus relaciones sexuales. Como con el resto de medicamentos, los efectos adversos no afectan a todo el mundo. “Pero hay mujeres a las que les das la píldora y se les quitan las ganas de vivir, y eso hay que considerarlo como un efecto secundario lo suficientemente grave”, zanja la ginecóloga. A su juicio, habría que advertir mucho más de los potenciales efectos depresivos y sobre la libido de la píldora antes de prescribir el medicamento. De esa manera, ellas tomarían una decisión libre e informada. Pero la solución no puede ser “infantilizarlas”, recalca, “ni mucho menos lo que estoy viendo en las consultas, que son mujeres que toman a la vez el anticonceptivo y el antidepresivo”.
“Lo peor”, para Julia (26 años) fue la depresión. Cuando era adolescente le recetaron la píldora para controlar el acné. “Empeoraron mucho mis síntomas de ansiedad y tuve un episodio depresivo terrible. No sé como explicarlo pero me sentía genuinamente loca, con pensamientos catastrofistas y suicidas, y paranoia”. Cuando dejó el tratamiento la cosa cambió: “Había una sensación de que algo estaba mal conmigo y al dejarla podía sentirme triste o incluso deprimida pero no me sentía tan desequilibrada”.
Lo peor fue la depresión. No sé como explicarlo pero me sentía genuinamente loca, con pensamientos catastrofistas y suicidas, y paranoia
Pilar (34 años) ha pasado por algo parecido. Ella tiene endometriosis, pero su “gran pesadilla”, dice, no ha sido tanto el dolor crónico sino la píldora Cerazet, una anticonceptiva hormonal que sólo contiene progestágeno. “No quería pensar en suicidarme porque si encontraba la forma sabía que lo intentaría”. Lleva tomando el anticonceptivo hormonal desde los 19 años, y ha probado diferentes tratamientos. El cambio de píldoras cada tres o cuatro meses vino tras el diagnóstico de endometriosis, en 2022. Le recetaron Dienogest al principio, que no sirve como anticonceptivo. “El cambio a mejor fue radical, pero el ánimo depresivo seguía, aunque no tan fuerte, y como los dolores no me los quitaron volvieron a cambiarme”. Con todas las pastillas perdió el apetito sexual.
A María (26 años), la pérdida de deseo que experimentó a raíz de tomar la píldora le hizo sentir “muy desconectada y ausente” de su propia sexualidad. “Eso y la situación emocional que tenía me causaron una pérdida de autoestima importante”, confía. Cuando empezó el tratamiento con las primeras pastillas no tenía pareja. “Después sí tuve una relación con un chico y creo que la pérdida de conexión con mi sexualidad fue un problema, porque era una situación en la que no sentía deseo hacía el otro y no estaba presente al mantener relaciones sexuales”.
“Tenemos claro que la píldora anticonceptiva es un factor que influye en el deseo porque ya hay suficiente bibliografía científica que demuestra que hay muchas mujeres a las que les puede afectar”, confirma la psicóloga y sexóloga clínica Ana Yáñez Otero, presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS). Esta experta en terapia de pareja y educación sexual advierte del impacto que tiene la pérdida de libido en la autoestima de las mujeres: “se sienten diferentes al resto o que no cumplen con lo que se espera socialmente de las chicas jóvenes o de mujeres de determinadas edades” y no estar a la altura de esa expectativa puede generar en ellas sentimientos de frustración, de culpa o de tristeza, precisa la especialista. “Cuando hay pareja se suele representar el deseo como pilar de la satisfacción de la relación porque el sexo ocupa un lugar importante en la mayoría de las relaciones de pareja”.
El deseo, al final, es “una manera de expresarnos afectivamente y de conectar con el otro, es un pilar importante en cómo nos vinculamos, pero sobre todo para la propia satisfacción de la persona, porque es lo que nos permite disfrutar a nivel sexual”, subraya Yáñez Otero. Así que no tenerlo, tanto si ha estado siempre en niveles bajos como si ha habido un descenso repentino, afecta emocionalmente y a la visión que tiene esa persona de sí misma.
Después de 15 años dejé las pastillas (...) Cada vez que tenía mi periodo me daba un bajón tremendo. Ahora soy otra, siento que me estoy conociendo
No es fácil aislar el fenómeno de otras causas circunstanciales en la vida de una mujer, así que Yáñez insiste en que hay que estudiar cada caso de manera individual. Asegura además que las consecuencias en el estado anímico asociadas a la píldora también merman el deseo sexual. Así, son dos efectos que se retroalimentan, y es prácticamente imposible saber cuál impulsa a cuál. “Si emocionalmente no me siento segura, emocionalmente no me encuentro bien por el motivo que sea –y tenemos muchos factores en nuestra vida que nos pueden afectar– el deseo se inhibe”, comenta.
“Cada cuerpo es un mundo”, coincide Al Adib. “Pero nos estamos perdiendo en etiquetas”, dice: en si la pérdida de apetito sexual se da por la depresión, o si es la pérdida de libido la que alimenta el ánimo depresivo. “Al final, ambas son efectos de la píldora”.
Pero saber identificar el origen de ese malestar o esa baja libido, sea la píldora anticonceptiva o cualquier otra, ayuda a paliar el daño emocional, sugiere Yáñez Otero, pues “muchas veces cuando no se entiende por qué ha bajado el deseo es cuando aparece más sufrimiento en la persona”.
Tatiana, una colombiana de 29 años, ha usado métodos hormonales anticonceptivos desde que tenía 13. Los primeros años de su vida sexual compartida recurrió a la inyección, y, al migrar a España cambió a la píldora, que ha tomado hasta principios de 2025. “Cuando tomaba las pastillas era otra persona. Ya de por sí soy llorona, pero sentía que lloraba mucho más. Cada vez que tenía mi periodo me daba un bajón tremendo, tanto por los dolores como por lo emocional; me sentía súper triste. Ahora, sé que es muy pronto para decir que me siento distinta, pero me siento otra”, cuenta. Ha sido dejar la píldora y notar el “subidón” de libido: “después de 15 años planificando dejé las pastillas y ahora, literalmente, me estoy conociendo”.
Son decisiones que se toman en una edad tan temprana... Hoy me pregunto: ¿quién he sido yo estos últimos 15 años, en los que 10 he estado hormonada?
También Alexandra (30 años) dice estar ahora descubriéndose a sí misma, tras dejar los anticonceptivos hormonales a los que ha recurrido desde los 15. A esa edad, su médico de cabecera le recomendó tomar una píldora de dosis baja para aliviar la dismenorrea. “Disminuyeron mucho mis dolores físicos, pero la verdad es que mi estado emocional, ahora viéndolo en retrospectiva, estaba bastante mal”. Creció pensando que se trataba de su propia tendencia depresiva, pero con los años se fue percatando de cómo influía el anticonceptivo. “Dejé la píldora durante un tiempo. Luego volví a ella, y ahí es cuando me di cuenta de verdad de los efectos que causaba en mí. Me notaba con falta de energía. Estaba en un estado mental de embotamiento. Nada me emocionaba en exceso, ni tenía ganas de hacer cosas, aún siendo una persona muy sociable y muy activa en general”.
Llegado un punto, decidió cambiarse al DIU hormonal, pero notó aún más los efectos de las hormonas, en parte porque se reconoce más consciente ahora. La pérdida de libido, lamenta, ha afectado a sus relaciones de pareja, “y es un problema del que se habla bastante poco”. También señala los cambios de humor “drásticos” y el estado de ansiedad o tensión constante en el que se encontraba. Como algunas de sus amigas que han tomado anticonceptivos hormonales durante años, dice que ha visto al dejarlas que por primera vez se conocía a sí misma, que su personalidad era muy diferente de la que pensaba que tenía, “que las emociones positivas volvían a existir y antes probablemente no estaban de forma tan recurrente”.
“Muchas de nosotras no somos conscientes de cómo nos puede afectar esto. Muchas veces lo hacemos recomendadas por ginecólogos que piensan que nos va a doler menos la menstruación o que si tenemos una pareja estable es mucho más seguro tomar este tipo de medidas, pero no piensan en las consecuencias directas que puede tener en las mujeres. Y son decisiones que se toman en una edad tan temprana que yo creo que hay una gran oleada de mujeres ahora –yo por lo menos acabo de entrar en mi treintena– que se pregunta ¿quién he sido yo, quién ha sido este personaje que durante los últimos 15 años ha estado probablemente 10 de ellos hormonada?”.
Para la médica López Herrero, de fondo hay un problema estructural: la falta de una medicina adaptada a las mujeres. Por tanto, insiste, no se puede responsabilizar únicamente a quien prescribe el fármaco. “En medicina tienes que confiar en la evidencia científica, lo que se ha demostrado en estudios, lo que se aprueba como tratamiento para una enfermedad, etcétera. Es imposible verificarlo todo una misma. Tu propio juicio te lleva a revisar algunas cosas. No todo encaja, y esto es una de esas cosas, pero si las pacientes o tu propia sensibilidad no te lo ponen por delante confias en lo que se te ha enseñado. Las prescripciones se hacen siempre con buena intención, valorando el riesgo y beneficio en el interés de cada paciente”, concluye.