Olmo Morales es sociólogo y coordinador de grupos de hombres. Desde 2004 participa en grupos autogestionados contra el machismo propio y ajeno, cuestionando y revisando las actitudes aprendidas. Profesionalmente, empezó a trabajar con hombres en 2010 y desde entonces ha facilitado talleres y grupos en contextos muy diversos como centros escolares, cárceles, pisos tutelados, personas en situación de sinhogarismo o pobreza extrema, jubilados e incluso espacios de igualdad para hombres ya sensibilizados.
Su proyecto más transformador es un grupo semanal de nueve meses que organiza de manera independiente a través de Subjetividad masculina y cambio, un espacio donde observa la evolución de los participantes y que, según Morales, evidencia la necesidad de apostar por este tipo de programas.
El mayor 'clic' es darte cuenta de que también reproduces desigualdad
¿Qué es la masculinidad?
La masculinidad puede entenderse de distintas maneras. Una visión la ve como una jaula, como esa “caja de la masculinidad”, que limita cómo deben comportarse los hombres, enfocándose en su bienestar y vulnerabilidad, pero sin cuestionar la desigualdad con las mujeres. La otra, desde la teoría crítica feminista, la plantea como una posición social privilegiada que se beneficia de relaciones desiguales.
La masculinidad no es un conjunto fijo de estereotipos, ya que puede ser tradicional, neoconservadora, sensible o incluso cercana al feminismo. El poder no siempre se ejerce con violencia. También se mantiene de forma sutil, con gestos o palabras, reproduciendo la desigualdad sin golpes ni gritos.
¿Cómo describiría el momento actual en el que se encuentran los hombres frente al feminismo?
Por un lado, está la reacción hacia la derecha, es decir, de que somos víctimas del feminismo o de que las mujeres quieren dominarnos. Desde ahí se niega la desigualdad o se justifica diciendo que “siempre ha sido así”, que hombres y mujeres somos distintos por naturaleza y a sí tiene que seguir siendo porque lo manda Dios. Pero en el fondo seguimos colocándonos como víctimas.
En el otro lado, estamos quienes nos declaramos más sensibilizados, pero, en el día a día, repetimos dinámicas muy parecidas a las tradicionales. Y ahí también nos presentamos como víctimas, pero esta vez del patriarcado, que nos oprime y no nos deja ser libres. En ambos lados aparece el famoso “no todos los hombres”.
Olmo Morales, sociólogo, coordina grupos de hombres y ofrece talleres en institutos para revisar y cuestionar las actitudes machistas aprendidas desde niños.
¿Es cierto que los hombres también ganan con la igualdad?
Siempre hago la misma pregunta: ¿intentaríamos convencer a un empresario de colectivizar su empresa y redistribuir su riqueza, diciéndole que así será más feliz o más libre? Suena absurdo. Si estamos ganando, no estamos renunciando al poder ni a nuestros privilegios. Otra cosa es que ganemos en coherencia, es decir, tengo unos ideales pero, inconscientemente, unas prácticas desiguales. Reducir esa distancia entre lo que digo y lo que hago genera cierta emoción y bienestar a largo plazo que puede servir como horizonte. Pero esa es la única “ganancia” que tenemos los hombres.
España es uno de los países más igualitarios del mundo, según los rankings internacionales, ¿por qué las encuestas muestran un descenso en el apoyo del feminismo, especialmente entre los más jóvenes?
Parece que nunca son suficientes las evidencias de la desigualdad que sufren las mujeres. La respuesta habitual es: “Aquí no estamos tan mal” o “eso pasa en otros países”. Existe la idea de que la igualdad ya está conseguida y que ahora “las feministas se están pasando”, que habría incluso un supuesto “desequilibrio a favor de las mujeres”.
Pero si miramos la historia, todos los movimientos de hombres han surgido como reacción al avance de las mujeres. Ocurrió ya en los años 70, con los primeros grupos organizados, y sigue ocurriendo hoy.
Hay una masa de jóvenes con la que se puede trabajar y hacer ver que lo que han escuchado hace aguas
Según el último informe del Injuve, el apoyo al feminismo ha pasado del 64% (2019) al 54%, ¿hay motivos para preocuparse?
Toda la maquinaria mediática en internet con su avalancha de mensajes misóginos dirigidos contra el feminismo, la conocida manosfera, se nos está escapando de las manos. Existen intereses políticos y económicos que no estamos sabiendo regular ni afrontar.
Nos pensamos que basta con dedicar una o dos horas al año en el aula, pero los jóvenes están expuestos a mucho más contenido audiovisual y cultural. Ha cambiado la manera en la que los dispositivos de poder generan subjetividad, ya que estamos en una era donde la exposición a estos contenidos está totalmente desregulada.
¿Todo está perdido?
Sigo pensando que existe una masa crítica que se encuentra en un terreno ambiguo, que no tiene las ideas claras. Aunque algunos jóvenes se polarizan o compran ciertos discursos, también hay una masa con la que se puede trabajar y hacer ver que lo que han escuchado hace aguas.
¿Los hombres jóvenes son tan machistas como reflejan las encuestas?
Existen discursos muy misóginos y machistas, pero al analizar las prácticas cotidianas, muchas veces no coinciden con ese discurso tan radicalizado. Aunque emergen prácticas de dominación, concretamente en el ámbito sexual, como quitarse el preservativo durante las relaciones.
Pero, por otro lado, hay ejemplos muy asumidos como el reparto doméstico. El argumento de los chicos suele ir por otros lados y no necesariamente justifica la desigualdad de forma evidente. Por ejemplo, reconocen la violencia sexual y la cosificación, aunque en la práctica responsabilizan a las chicas por compartir fotos en redes sociales.
Por eso, es importante explicar cómo funciona la socialización, de ayudarles a entender cómo se construye la personalidad y, en definitiva, incidir en cómo es el proceso de construcción de nuestra mirada masculina y la de las chicas también sobre sí mismas, ayuda a aflojar un poco también y a entender que existe una relación desigual y que no es responsabilidad de las chicas, sino que es una responsabilidad cultural.
¿Existen clichés o miedos recurrentes entre los chicos, como las “denuncias falsas”?
La idea de que abundan las “denuncias falsas” es muy común, al igual que el discurso de que los datos están manipulados. A menudo ni siquiera preguntan de dónde provienen las estadísticas, sino que te cuentan estadísticas que han sacado de youtubers como si fuesen fuentes válidas. Hay que incidir mucho en las fuentes fiables, ya que existe un fuerte descrédito de los datos y una proliferación de información con fines y objetivos distintos.
¿Cómo se puede llegar a un público masculino joven que se siente atacado por el feminismo?
Es muy complicado. No se llega en una hora. Hay que partir de cero, explicar cómo se construye la subjetividad, qué es la socialización de género y cómo opera el inconsciente. No es una historia de buenas y malos, sino de mostrar cómo se reproduce la injusticia en la vida cotidiana.
Por ahí es donde se empieza a aflojar la resistencia, porque ya no se les señala con el dedo ni se les acusa de ser “los culpables de todo”. Luego hay otra clave muy importante que es hablar en primera persona del plural y usar un lenguaje claro y llano.
El modelo centrado en convencer a los hombres de que “ganamos con la igualdad” es equivocado
¿Qué modelos de intervención con hombres funcionan y cuáles no?
El modelo de intervención que se centra en convencer a los hombres de que “ganamos con la igualdad” es equivocado porque pone el foco en beneficios personales y no trabaja desde la ética. Hay que trabajar en el vínculo con las mujeres. Es un trabajo más incómodo, difícil de asumir, pero necesario. Además, es lo que realmente moviliza a los chavales. No es el beneficio personal, es un “no quiero que mis amigas sufran esto”.
La mayoría de los hombres que participan en grupos de reflexión experimentan un “clic” cuando se dan cuenta de que ellos también reproducen desigualdades y no quieren hacerlo. Pasan de ver el problema afuera, a reconocerlo en sí mismos. Cuando uno se abre, lo que dice resuena en los demás y se empieza a construir una red de reflexión que ayuda a entender mejor la desigualdad y a cuestionar las prácticas aprendidas.
¿Cómo se puede atender el sufrimiento masculino (adicciones, suicidio…) sin caer en un relato victimista?
Este argumento aparece tanto en el discurso de las “nuevas masculinidades” como en el de los neoconservadores. Creo que debemos diferenciarlo, es decir, hay cuestiones individuales de los hombres, que deberían abordarse desde la salud masculina, y cuestiones que tienen que ver con las relaciones con las mujeres, que forman parte de la desigualdad estructural.
Fabián Luján, amigo y compañero, decía algo así como que “los hombres morimos por lo que hacemos, porque tomamos decisiones que nos ponen en riesgo, y las mujeres mueren o son asesinadas por lo que son”.
En los grupos, hay hombres que se reconocen en prácticas y admiten que quizás han violado
Julia Salander, activista feminista, afirmó en el podcast El sentido de la birra que “todos los hombres son violadores en potencia”, ¿cómo valora esta afirmación?
No sé si es la primera mujer que lo expresa, pero para mí es innegable. Nuestra socialización nos enseña a ejercer la dominación y a buscar placer, aunque sea a través del ejercicio de la violencia. Existe una deshumanización y cosificación que abarca no solo lo sexual, sino también el uso del cuerpo, los cuidados y otros ámbitos.
Hace 40 años, Andrea Dworkin escribió: “Quiero una tregua de 24 horas en la que no haya violaciones”, durante un discurso por la igualdad dirigido a hombres en Estados Unidos. Cuando trabajo con hombres sensibilizados que deciden profundizar en su reflexión, esta idea aparece. Tal vez no de forma explícita, pero se reconoce en muchas preguntas y confesiones: “Yo igual he violado”. Hay que seguir rompiendo en la idea de violación que tenemos en la cabeza.
¿Por qué tantos hombres se sintieron atacados?
A nadie le gusta verse del lado de los opresores. Surge entonces la idea de “muchos hombres, pero yo no”. Que te digan que también formas parte de eso, resulta difícil de gestionar, y es completamente comprensible.
El feminismo es incómodo, no ha venido a hacernos la cama, sino a poner sobre la mesa la desigualdad estructural que vivimos. Aceptar que nos beneficiamos de esta estructura es difícil, pero eso no significa que debamos dejar de insistir y trabajar en ello.
¿Estas afirmaciones ayudan al cambio o lo dificultan?
Si hay reacción es porque estamos avanzando. Cuando los grupos opresores se revuelven, significa que estamos apuntando donde realmente importa. La clave está en cómo canalizamos esa incomodidad y trabajamos con ella.
¿Qué mensaje daría a los hombres que hoy se sienten atacados por el feminismo?
Que podamos mirarnos con un ojo autocrítico y entender que esto no va de buenas y malos. Explicar cómo aprendemos a estar en el mundo, cómo se construyen nuestras relaciones y cómo actúa el inconsciente. El feminismo no ha venido a “salvar” a los hombres, y está bien.
Muchas de sus acciones están guiadas por creencias aprendidas desde niños y niñas, y reconocer eso ya es un paso. Si me acusan directamente de lo que hago conscientemente, lo voy a negar, porque “yo soy un buen tío”. Pero si me muestran que ciertas conductas surgen sin que me dé cuenta, por cómo me he socializado, entonces es más fácil abrirme y reconocer que puedo reproducir violencia.



