María Angeles Durán (Madrid, 1942) es un referente internacional en la investigación del trabajo no remunerado y su relación con la estructura social y económica. En los años 60 comenzó su ‘cruzada’ para visibilizar a la mujer en la ciencia y su contribución a la economía del país (una misión en la que actualmente sigue implicada).
Con poco más de 20 años, obtuvo una beca Fullbright de investigación en la Universidad de Michigan, a la que siguieron otras en la Universidad de Cambridge, Washington, México… Es una activista en favor de los derechos de los enfermos y los cuidadores, de la recuperación de las comarcas despobladas y una apasionada de la sociología del arte, especialmente del uso social de la iconografía.
Autora de más de 250 publicaciones, mostró su lado más personal en el libro Diario de Batalla. Mi lucha contra el cáncer (publicado en 2003), un relato que ayuda a comprender las consecuencias sociales y personales de esta enfermedad.
Ha recibido numerosos premios y reconocimientos internacionales; sin embargo, todos los logros alcanzados no le motivan a parar y aún sigue trabajando. “Desde hace 12 años, soy profesora de investigación ‘ad honorem’ [en el CSIC], que significa emérita —sin sueldo— y para mí es una alegría”, destaca. Está en las antípodas de ser la abuela típica que le correspondería por su edad, pero piensa que dedica a sus nietos el tiempo suficiente.
Nada se le resiste. ¿O sí? A pesar de tener carné desde los 20 años, conducir es su asignatura pendiente, y aprender a hacer buenas paellas, aunque sabe que nunca serán tan buenas como las de su suegra y su marido.
Es una incansable feminista desde siempre.
Soy sobre todo una intelectual, una investigadora y una ciudadana, y como tal pienso que es muy raro ser demócrata y no ser feminista. El feminismo no es otra cosa que llevar un pensamiento democrático en las relaciones entre hombres y mujeres. Por eso, si alguien dice que es demócrata, pero luego no es feminista, creo que tiene una definición muy errónea de lo que es el feminismo.
¿Ahora hay mucho feminismo de postureo?
Sí, hay feminismo de postureo. Lo ha habido siempre, son muchos votos y muchos clientes.
Usted tiene unos principios muy arraigados sobre el feminismo, los enfermos y los cuidadores. ¿Son asuntos en los que realmente esté volcada la sociedad actual?
La sociedad española es mucho más individualista ahora de lo que ha sido en las décadas anteriores. El individualismo tiene muchas ventajas -estimula el esfuerzo personal-, pero también tiene consecuencias muy complicadas, especialmente para los más débiles – porque lo son estructuralmente o porque les acontece alguna circunstancia que les convierte en vulnerables, como la enfermedad o la vejez.
Tenemos una Seguridad Social que cubre el diagnóstico y el tratamiento médico, pero no cubre ni el acompañamiento ni la atención y el cuidado a los dependientes
En este sentido, al ser una sociedad cada vez más envejecida y con más enfermos, somos una sociedad más vulnerable…
Hay más proporción de personas vulnerables, aunque al mismo tiempo, comparado con décadas pasadas, los sistemas de protección social han mejorado mucho. Yo he conocido la época en la que una gran parte de las personas no tenían Seguridad Social.
Y en ese contexto no quedaba otra que tirar de la ayuda de la mujer…
Y sigue siendo así. Tenemos una Seguridad Social que cubre relativamente bien el diagnóstico y el tratamiento médico, pero no cubre ni el acompañamiento ni la atención y el cuidado a los dependientes. Al mismo tiempo, los derechos laborales han mejorado mucho, por lo que, ahora, para atender a un dependiente grave se necesitan cinco empleados que cubran las 24 h, 365 días (si se cumple la legislación laboral).
¿Hay economía que pueda soportar eso?
No; prácticamente nadie puede resistirlo. Entonces, después de muchos años en los que la mujer se ha incorporado a la educación primero y al empleo después, ahora hay una presión muy fuerte para resolver la falta de tiempo para cuidar, y se está haciendo de dos maneras: presionando a las mujeres para que vuelvan a hacerse cargo del cuidado gratuito e importando trabajadores en peores condiciones que las de la media del mercado laboral español.
¿Cómo se puede mejorar esta situación?
La única manera de resolver el tema es redistribuir la carga, y se puede hacer de distintas maneras: fiscalmente -a base de pagar entre todos a trabajadores bien remunerados, pero eso significa subir impuestos- y otra hacer una campaña fortísima de ahorro.
Tenemos una esperanza de vida próxima a los 90 años; si empezamos a trabajar con 20 y nos jubilamos con 65 años, significa que se trabaja para el mercado 45 años y durante otros 25 no se produce. Luego, la productividad debe de ser altísima, ya que cerca del 70% de lo que producimos en el periodo activo se tiene que guardar para la hucha de la generación siguiente y para nosotros mismos hasta que muramos. Esto no lo entiende la población; pensamos que con lo trabajado durante 38 años podemos cubrir la longevidad, pero el retraso en entrar en el proceso productivo y la longevidad, que hace que el periodo post laboral sea de al menos 20 años, nos obligará a postergar la edad de jubilación, a tener una presión fiscal más fuerte y a aumentar el ahorro personal.
El retraso en entrar en el proceso productivo y la longevidad nos obligarán a postergar la jubilación, a tener una presión fiscal más fuerte y a aumentar el ahorro personal
Los primeros años siguientes a la jubilación son muy buenos…
Sí, hasta los 75 años son muy buenos…
Después vienen los problemas. A edades más avanzadas es muy difícil cubrir las necesidades porque las ayudas públicas son cortas y los cuidadores caros. Por tanto, se necesita tener una buena hucha.
La mayor parte del ahorro de los españoles es inmobiliario (piso en propiedad y una segunda residencia) y de las pensiones (pública o un fondo privado). Sumando todo, la mayoría no puede pagar el cuidado de un profesional remunerado durante varios años, y no digamos ya si hacen falta dos cuidadores porque haya dos personas —como ocurre en muchos hogares— o haga falta cuidado durante varios años (primero lo necesita un cónyuge y luego el otro). Si el hombre es el primero que enferma, suele ser cuidado gratuitamente por la esposa, pero al cabo de unos años es ella la que necesita cuidados, y para entonces la hucha ha mermado y, además, ella tiene una pensión mucho más baja (si la tiene, ya que un tercio de las mujeres no tienen ingresos propios y viven de la familia).
La mujer tiene dos ventajas al envejecer, biológica porque vive más años, y social porque cuida más las redes familiares y afectivas,

La mujer tiene dos ventajas al envejecer, biológica porque vive más años, y social porque cuida más las redes familiares y afectivas.
Entonces, nuevamente, la mujer vuelve a estar en una situación de desventaja.
Enorme. Sin embargo, tiene dos ventajas: biológica —porque la mujer vive más años— y social, ya que ellas cuidan más las redes familiares y afectivas, por lo que están mejor psicológica y socialmente de lo que estarían si solo contaran los aspectos económicos. Se sienten más útiles; rara es la mujer que cuando se jubila o se hace mayor no tiene un montón de opciones para ayudar en su entorno inmediato, mientras que muchos hombres no han cultivado relaciones y se sienten más inútiles.
Otra realidad es que la mayoría de cuidadores son extranjeros.
Ahora, la mayoría de los cuidadores a domicilio remunerados son extranjeros de origen. El sector del cuidado está tan internacionalizado como el conjunto de la población. Tenemos unas tasas de inmigración altas y una baja natalidad de los españoles de origen, y sin embargo se extiende por Europa el discurso de la extrema derecha de la repatriación de inmigrantes y contra la extranjerización de la población, pero los elementos demográficos no pueden negarse.
Por ello, hemos de reconocer el ritmo de transformación de la sociedad española, y me parece absurdo que ni la izquierda, ni el centro, ni la derecha presten atención a los temas demográficos reales y manejarlos bien. Hasta ahora, los migrantes que hemos recibido son jóvenes y vienen de familias numerosas, pero se van a plantear problemas cuando la población inmigrante, que ha tenido muy poca capacidad de ahorro y no ha traído patrimonio previo, envejezca y también necesite cuidados.
Es decir, se van sumando los problemas
Hay gente muy optimista que piensa que la tecnología resolverá todo y que vamos a revertir los efectos del envejecimiento, pero yo no soy tan optimista. Claro que la tecnología puede hacer algo, pero es un arma de dos filos en relación con el envejecimiento. He escrito sobre la ciborgización [en los libros ‘La riqueza invisible del cuidado’ y en ‘Incómodos viejos lúcidos’], que es el proceso tecnológico que permite que un organismo deteriorado funcione. Si eso se generalizara, que no es posible porque tiene un límite económico evidente, llegaría un momento en que habría muchísima gente en situación de mantenimiento tecnológico de una vida que naturalmente sería imposible.
Javier Yanguas decía en Longevity que el hombre se ha incorporado al cuidado de los hijos, pero aún les cuesta cuidar de los mayores…
En parte se ha incorporado al cuidado de los niños porque son mucho más manejables que los mayores. A un niño se le coge en brazos y se tiene autoridad sobre él, pero no se tiene autoridad sobre una persona mayor, que tiene su propia vida hecha y acumula morbilidades. Además, para que las mujeres pudieran entrar al mercado laboral, se crearon políticas de protección de infancia, redes de guarderías, sistemas de pediatría, etc. para garantizar el cuidado de los niños. Sin embargo, no tenemos un sistema social equivalente para el cuidado de los mayores.
Es un privilegio vivir y mientras la vida es agradable. A partir de cierto momento, vivir puede ser una tortura y no hay obligación de sufrirla
¿Es un fastidio envejecer?
No, es un privilegio. Es un privilegio vivir y mientras la vida es agradable. A partir de cierto momento, vivir puede ser una tortura y no hay obligación de sufrirla.
Entiendo que hay otras alternativas: muerte digna, eutanasia, …
Si, yo creo que vivimos en una sociedad bárbara que será recordada como extremadamente cruel en su relación con quienes están próximos a la muerte y desean morir. Obligarles a retrasar ese proceso, creyendo que es hacerles bien y demostrarles cariño, en realidad es una crueldad.
Usted es la mayor de los hermanos. ¿Ha ejercido de hermana mayor?
No mucho. Cuando mi padre murió, mi madre tuvo que hacerse cargo del patrimonio, y eso significó que durante varios meses al año no estaba con nosotros. Yo tenía 17 años y el pequeño 2. Sí, me sentí hermana mayor durante algún tiempo, pero la que fue inmensamente cuidadora fue mi madre, incluso en la distancia.
Vivimos en una sociedad bárbara que será recordada como extremadamente cruel con quienes están próximos a la muerte y desean morir
Su marido falleció y también le cuidó.
Mi esposo estuvo enfermo dos años y tras de una operación de corazón fue dependiente unos meses. Luego tuvo un declive rápido.
Entonces, ¿realmente no tiene la sensación de ser una mujer cuidadora?
No conozco ninguna mujer que no sea cuidadora, pero hay muchos grados. Unas lo han sido de cabeza, corazón y físicamente, otras lo han sido menos, y yo creo que en mi caso he tenido la suerte de que cuando me ha tocado de cerca ha sido un cuidado más repartido.
¿Las mujeres somos más cuidadoras porque venimos de serie o por aprendizaje?
Es una mezcla de las dos cosas, pero como con los seres humanos no se pueden hacer experimentos, no podemos suprimir en un laboratorio lo que viene de serie y lo que viene de aprendizaje social, que es mucho. El único laboratorio que tenemos es la observación de diferentes países y culturas, y dentro de un mismo país, las distintas clases sociales e ideologías. En algunas clases sociales, en las que por razones económicas no aparece la posibilidad de delegar el cuidado, las mujeres son absolutamente cuidadoras. En las encuestas, cuando se habla de la valoración de las residencias y de la posibilidad de contratar a alguien para que cuide a un enfermo, las personas con más nivel de estudios y mejor situación socioeconómica son mucho más favorables, porque pueden hacerlo. Sin embargo, cuando no pueden pagarlos lo descartan como una posibilidad incluso opcional.
A sus 82 años vive sola y sigue trabajando. ¿Piensa que su excelente estado es por mantenerse activa, intelectual y laboralmente o a que la enfermedad le ha respetado?
Digámoslo al revés, si no tuviera buena salud, sería imposible seguir tan activa. Si tuviera una artrosis peor que la que tengo, o problemas de capacidad cognitiva, no podría haberlo hecho; pero que la actividad es un escudo protector, no lo dudo. Me gusta muchísimo mi trabajo intelectual. Hace 12 años que soy profesora de investigación ‘ad honorem’ -sin sueldo- y para mí es una alegría.
Ahora que se habla tanto de edadismo, de feminismo y machismo, etc. ¿Usted los ha sufrido? Puede que haya quien diga que, a su edad, mejor está cuidando de sus nietos...
En la sociedad española en la que yo he vivido, antes tenía y sigue teniendo, aunque menos, muchos prejuicios que podrían simplificarse, llamándolo machismo. Yo tuve bastante suerte. Yo digo que sufrí el machismo ambiental, pero no me tocó demasiado duro a nivel personal. Ambientalmente, porque era la época; se suponía que las mujeres trabajaban hasta que se casaban y como una actividad secundaria. En mi caso era una opción vital. Pero tuve suerte. Mis padres siempre pensaron que todos sus hijos estudiarían y me dejaron elegir la carrera que quise; después me casé con un compañero y eso fue también decisivo (con otro compañero en la vida, probablemente, hubiera resultado imposible).

María Ángeles Durán, socióloga.
¿Siente edadismo por parte de sus compañeros más jóvenes?
Es que me pasa lo mismo. También ayudan las actitudes con las que se va por la vida. Si cuando te piden un artículo lo haces, te vuelven a pedir el siguiente. Creo que es más fuerte el machismo que el edadismo.
¿De qué se siente especialmente orgullosa?
De haber vivido bien y haber hecho lo que quería. En general, he sido bastante libre y me han respetado en mi trabajo. He tenido 4 hijos, he compartido 55 años de mi vida con un hombre. No tengo fobia a nada de lo que haya hecho; me he equivocado muchas veces y he dejado de hacer cosas, pero ninguna me ha dejado una huella como para decir no quiero ni oír hablar de esto.
¿Qué les ha inculcado a sus nietos?
Mis nietos son pequeños —el mayor acaba de cumplir 16 años— y los valores se los inculcan sus padres. Al menor lo veo todos los días por videollamada.
¿Le gustaría ser más abuela practicante?
Creo que tengo una dosis bastante adecuada. Quizá me gustaría verlos más en vacaciones, pero yo soy la primera que tengo pocas vacaciones.
¿Hay algo que tenga pendiente por hacer?
No sé bailar, ni cantar, ni cocinar bien. Me he propuesto hacer buenas paellas. Cuando estuve con el cáncer, no podía cocinar y mi marido se ocupaba. Desde que murió, no he vuelto a comer buenas paellas y quiero intentar hacerlas. Es como un homenaje, un reto, traer recuerdos cariñosos de mi marido, de momentos de vacaciones en los que estábamos todos.
¿Y un capricho?
Me he concedido un sabático para escribir un libro sobre sociología del arte, de iconografía del arte, que me encanta. Ya tengo 800 páginas y no va a haber quién me los publique. Me está resultando poco un año.