“No debes dejar que el viejo entre; uno tiene que tener ilusiones, objetivos que te mantengan vivo”: comenzar a subir montañas y preparar un ascenso al Himalaya, a los 63

'Después de los 60'

A los 63 años, el ingeniero Luis Bozzo entrena cada tarde para cumplir sueños de juventud que solo se atrevió a perseguir después de los 60; a falta de uno, ya va a por su cuarto intento de conquistar el Aconcagua, ha hecho cumbres de más de 6.000 metros y se prepara para su primer ascenso en el Himalaya

Lo que comenzó como una simple caminata a los 50 se ha convertido en una filosofía de vida: “El cuerpo no tiene un límite definido por la edad”

Luis Bozzo, en su último intento de subir hasta lo más alto del Aconcagua.

Luis Bozzo, en su último intento de subir hasta lo más alto del Aconcagua. 

Cedida

Luis Bozzo no se hizo alpinista a los 20. Ni a los 30. Ni siquiera a los 40. Empezó a tocar la nieve a los 58 años, cuando su cuerpo comenzó a emitir las señales del paso del tiempo. Para otros, esas señales se convierten en resignación. Para él, fueron el impulso para transformar su vida. “Uno va notando señales tenues, pero las captas. Yo claramente decidí que tenía que hacer más ejercicio. Y lo hice”, explica con la serenidad de quien no solo ha comprendido su cuerpo, sino que ha aprendido a escucharlo. Ingeniero de formación, decidió aplicar a su vida un método muy propio de su profesión: el predictor-corrector.

“La predicción a partir de los 50 es clara. Por eso, lo que se necesita es aumentar la actividad física. Y eso hice, de forma constante”. En una sociedad que suele entender el paso del tiempo como una renuncia, Bozzo representa todo lo contrario. En lugar de limitar sus sueños, los ha escalado. Su método fue tan simple como poderoso: correr cada mes más que el anterior. El objetivo no era la velocidad, sino la constancia. “Si el primer mes corría tres kilómetros, el siguiente corría cuatro, luego cinco… Y así hasta que terminé corriendo 120 kilómetros al mes”, recuerda. Aquel cuerpo que había pasado años entre cálculos estructurales y oficinas –con algunas escapadas a la pesca submarina durante su juventud en Perú– comenzó a transformarse.

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“Me sentía mejor, con más potencial. Corría cinco kilómetros de forma rutinaria, tres o cuatro días a la semana”. Los resultados no solo fueron físicos. Su mente también cambió. Empezó a entender el envejecimiento como un terreno que puede explorarse, no como un abismo al que se cae. “La mayoría de la gente piensa en la genialidad, pero yo pienso en la constancia”, sentencia. Después de años corriendo, su cuerpo le dio otra señal: las sobrecargas. Entonces vino la siguiente corrección: “Comencé a variar los entrenamientos. Ahora corro menos, pero hago más desnivel. Hago diez kilómetros con 400 metros de desnivel cada semana, gimnasio una vez por semana, piscina otro día...”

Y entre subida y subida, descubrió una pasión latente: las montañas. La primera fue el Toubkal en Marruecos, luego vino el Kilimanjaro, después el Aneto, y más adelante, el intento de Mont Blanc. Cada cumbre era una lección. Cada intento fallido, una corrección en el camino. A los 63 años, hizo su primera media maratón en Barcelona, y ya se prepara para subir el Mera Peak, de 6.400 metros, en el Himalaya. “Mi próxima cumbre es en un mes. Es mi primera vez en los Himalayas. Nunca he estado. Pero estoy entrenando todos los días para ello”.

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Luis ha subido al Aconcagua tres veces. Ninguna ha terminado en la cima. “Pero no se trata solo de llegar. Cada vez he aprendido algo”, dice sin rastro de frustración. El primer intento se lo impidió el clima. El segundo, la decisión de respetar al compañero de expedición. El tercero, el miedo. “Me faltó cabeza. Me bloqueé. Estaba con el guía, le dije que bajábamos. Pero llegué más alto que la vez anterior, así que ya era un logro”. Un paso más en ese plan continuo de superación. En febrero, volverá a intentarlo. “En la montaña, si no estás calmado, hiperventilas. Y no subes. La experiencia te da tranquilidad”, reflexiona. “Mi primera vez con crampones fue a los 60 años. Imagínate. Vas aprendiendo todo sobre la marcha. Las capas, las botas, cómo hidratarte, cómo moverte. Cada intento me enseña algo nuevo”.

No da consejos, pero tiene clara su postura frente al edadismo. “La vida no termina a los 60. No hay un límite que te diga que ya está. Yo estoy mejor ahora que a los 50. Incluso mejor que hace seis meses”. Frente a la imagen tradicional del abuelo que se retira, Bozzo se rebela con sus botas, sus mochilas de 15 kilos y su constancia. De hecho, al momento de esta charla, está a punto de ser abuelo por primera vez. Y también a punto de subir por primera vez al Himalaya. “No debes dejar que el viejo entre”, dice citando a Dylan Thomas. “Uno tiene que tener ilusiones. Tener objetivos que te mantengan vivo”.

La vida no termina a los 60, no hay un límite que te diga que ya está; yo estoy mejor ahora que a los 50

Luis Bozzo63 años
Luis en su cuarta subida al Toubkal, en Marruecos.

Luis en su cuarta subida al Toubkal, en Marruecos.

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Grabó un vídeo desde los 6.000 metros del Aconcagua para su nieto, aún no nacido. “Le pedí a mi hija que se lo enseñe cuando sea mayor. Quiero que vea que su abuelo seguía soñando. Que nunca es tarde para empezar”. No ha abandonado su profesión. Al contrario. Sigue liderando junto a su hijo un proyecto de protección antisísmica con más de 3.000 unidades instaladas en 10 países. Mientras tanto, entrena, sube montañas, y planifica su siguiente reto.

“El COVID fue una etapa dura, pero incluso ahí encontré una forma de seguir: corría dentro de casa, daba vueltas hasta hacer cinco kilómetros diarios”. De cada circunstancia, extrae una posibilidad. Incluso de los errores. En la media maratón de Roma, se dio cuenta de que había cargado con dos zapatillas del mismo pie. No podía correr. “Tenía unos zapatos de calle, unos Clarks. Pensé: si puedo caminar con ellos, también puedo correr”. Y lo hizo. Terminó la carrera.

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En su método no hay fórmulas mágicas. Solo constancia, humildad y curiosidad. “No hay que irse lejos para entrenar. Cerca de mi casa en Premià de Dalt, hay una montaña que subo cada semana. Tiene 400 metros de desnivel. Cada semana cambia el bosque: flores, insectos, colores. No necesitas más que tus ganas”. Lo que comenzó con un tímido trote de tres kilómetros se ha convertido en un estilo de vida. Hoy entrena cinco veces por semana. Sube montañas con mochilas cargadas, corre, hace pesas, se cuida, observa su cuerpo. Calcula, ajusta, corrige.

Como ingeniero, aprendió a proyectar. Como montañista, ha aprendido a esperar. Y como hombre que no se rinde, ha hecho de su tercera edad una aventura en constante ascenso. “Lo más importante es bajar sin accidentes”, dice al final, con la sabiduría que solo da la experiencia. “Pero mientras puedas subir… ¿Por qué no intentarlo?”.

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