“Estuve 12 años dedicado a cuidar a mis padres, el día que murió mi madre fue algo parecido a reír y llorar al mismo tiempo”: recuperar la libertad a los 68 y reinventarse viajando en autocaravana

‘Después de los 60’

Manel B. Fiol cuidó durante más de una década a sus padres con dedicación absoluta; hoy, tras cerrar ese largo paréntesis vital, ha recuperado su independencia y viaja en autocaravana mientras da forma a una nueva vida desde Cunit, junto al mar

A menudo reiniciar la vida no es posible hasta que no acaban las responsabilidades familiares, como los cuidados a los padres o a los hijos

A menudo reiniciar la vida no es posible hasta que no acaban las responsabilidades familiares, como los cuidados a los padres o a los hijos

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A sus 68 años, Manel B. Fiol acaba de comprar la casa en la que espera “reposar los huesos hasta el final del camino”. Así lo dice con esa mezcla de humor, serenidad y convicción que atraviesa todo su relato. No es una historia de éxito al uso, sino que se nutre de una narración de compromiso, de pérdidas y renuncias, de tiempo en pausa y libertad recuperada. Es la historia de cómo una vida puede reinventarse cuando muchos suponen que ya está todo dicho.

“Fui a un colegio de curas durante 10 años”, recuerda. Una adolescencia entre misas diarias, cartillas selladas los domingos y marchas en formación para subir a clase. “Afortunadamente, empezamos a tener algunos pequeños cambios que denotaban aires de libertad”. Lo recuerda casi con ternura. Su padre, como muchos hombres de la posguerra, tenía una expectativa clara: que su hijo llegara donde él no pudo. “La universidad fue un imperativo patriarcal”, dice con ironía. Probó primero con Ingeniería de Telecomunicaciones, después con Derecho, pero la vida lo fue llevando por otros caminos.

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“Mi vida se cruzó con el dueño de la tienda de motos Control 94... Pude comprarme una Benelli, que me ayudaba como anzuelo a vender motos”. Aquella etapa, lejos de ser un desvío, fue el inicio de su propia trayectoria. Montó un bar musical, Quirófano, en 1981. “Dinero no había, pero ilusión y ganas muchas”. Se mezclaba con personajes como Xavier Cugat, Ángel Pavlovsky e incluso Bob Marley. Fueron años de sueños grandes –como un fallido cruce del estrecho de Bering en moto– y de una libertad que entonces parecía infinita.

Pero la vida, más que líneas rectas, se escribe en curvas. A los 54 años, Manel da un giro radical: “Tuve que dejarlo todo y cuidar, primero de mi padre hasta su fallecimiento y después de mi madre”. No lo romantiza, pese al cariño. “Lo mío fue por obligación moral”, señala con una claridad que desarma. En ese momento ya había cerrado su tienda de ropa, se había separado, y sus padres quedaban completamente a su cargo tras la muerte de su hermana: “Ellos estaban desatendidos y mi madre ya no podía con toda la responsabilidad”.

Tuve que dejarlo todo y cuidar, primero de mi padre hasta su fallecimiento y después de mi madre; fue por obligación moral

Manel B. Fiol68 años
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Al principio fue extraño. “Un día mi padre me pidió que le cortara las uñas de los pies… para mí, en ese momento, era todo un shock”. Pero pronto, como tantas cosas en la vida, llegó la adaptación: “Con el transcurso del tiempo me volví un virtuoso de cortar uñas. Y ese ejemplo sirve para todo”. La tarea se extendió y se tradujo en más de una década de cuidados. De rutinas marcadas por la dependencia. De una vida suspendida, en cierto modo. “Más que cambiarme, significó un paréntesis en mi vida. Un largo paréntesis”.

El aislamiento era real y palpable. “Tenía una vecina… que compartíamos momentos durante el aperitivo diario y nos ayudamos mutuamente en el desahogo”. Poco más. “No podía viajar, no podía salir... No podía irme de casa más que una hora o dos”. Había, además, una carga adicional que lo ataba: una hipoteca por un piso en Madrid en el que nunca vivió. “No sentía que fuera mío... Era un eslabón que me tenía prisionero”.

En medio de esa vida contenida, comenzó a ojear autocaravanas por Internet. “Una mañana encontré un portal alemán de venta de autocaravanas... Durante más de 3 años, cada día miraba las novedades”. Era un ritual silencioso. Un plan a largo plazo, una promesa. Se metió en foros especializados, aprendió del mercado, ahorró cada euro posible. “Los días pasaban muy despacio, pero mis ahorros poco a poco iban creciendo”.

Un día mi padre me pidió que le cortara las uñas de los pies... para mí, en ese momento, era todo un shock

Manel B. Fiol68 años
La autocaravana de Manel.

La autocaravana de Manel.

Cedida

En febrero de 2022 encontró una Adria –“una buena marca”, la describe– accidentada en Berlín, “con daños totalmente asumibles”. Se la jugó. “Le pedí a mi sobrina que estuviera al cuidado de mi madre 4 días, cogí un avión y fui a por ella”. El viaje de regreso fue una travesía, una especie de entrenamiento para la libertad que venía: “Llegué a las 6 de la mañana y directamente fui al taller. Tras la reparación vino la matriculación y para casa con ella”.

Pero la verdadera escapada aún debía esperar. Su madre, con 82 años, seguía necesitando ayuda constante. “Se pasaba muchas horas sola delante del televisor. Su cabecita ya no regía como antes”. La trampa de la dependencia era cada vez más evidente. Una tarde, Manel había quedado para ir al cine. Uno del grupo llegó tarde, y decidieron ir a una sesión más tardía. “Me di cuenta de que no podía ir a esa sesión porque mi madre me necesitaba”. Ahí comprendió lo esencial: “No podía ir al cine y entendí que estaba atrapado”.

Había quedado con unos amigos para ir al cine; uno llegó tarde y se decidió posponer a la siguiente sesión, y me di cuenta de que no podía ir porque mi madre me necesitaba

Manel B. Fiol68 años

La muerte de su madre, en 2023, fue el momento más contradictorio de su vida. “Lo primero que pensé es que por fin mi madre podía descansar en paz”. Pero también: “Ya era libre”. Describe ese día como un cruce de emociones opuestas. “Más de una persona conocerá la sensación extraña de reír y llorar al mismo tiempo. El día que murió mi madre fue algo parecido”. Se marchó de la casa familiar, que nunca sintió como propia. “Fue más una prisión que un palacio”. Cargó lo poco que tenía en la autocaravana y volvió a Barcelona. Meses después, se deshizo del piso en Madrid. “Deshacerme de la hipoteca fue como relamerte los dedos porque el cucurucho de avellana se está deshaciendo y recorre tu mano”.

Lo siguiente fue simplemente vivir. “Estuve viajando de norte a sur, enriqueciéndome con la cultura y gastronomía de muchos pueblos de España, Francia y Portugal”. Y no era una simple aventura: “Era volver a reanudar mi vida desde el punto donde la había dejado 12 años antes”. Su cuerpo, como el de todos, ha cambiado con los años. Tiene una enfermedad degenerativa que suelda las vértebras una a una, pero ha hecho las paces con la dolencia en la medida de lo posible. “Mi solución fue hacer un pacto con el dolor: tú no me molestas y yo tampoco”. Una tregua frágil, pero suficiente: “La libertad no me la va a quitar hasta que me muera”.

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Hoy vive en Cunit, en la Costa Dorada, en una casa que eligió tras mucho indagar: “Era exactamente lo que iba buscando y cumplía todas las premisas, fue amor a primera vista”. Está cerca del mar, lejos del ruido, cerca de la movilidad que pueda necesitar más adelante. “Ya colgaré el volante y disfrutaré... Hasta que toque mi fin”. Habla del amor con la misma lucidez con la que habla del dolor o del pasado. Ha tenido cinco relaciones de convivencia y otras más después pasada la sexta década. “Esto de que a los 60 años ya eres viejo para relacionarte es un mito”.

No busca pareja, pero tampoco la rechaza. “Con alguna de esas amigas puede, en un momento dado, que la relación tenga algún tipo de roce... Pero valoras más tu intimidad”. Y también cierta desilusión que no es amargura, sino madurez: “He sido fiel creyente toda mi vida. Otra cosa distinta es la realidad... La inocencia va algo relacionada con el amor, y a medida que dejamos de ser inocentes, también nos alejamos de él”.

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Cuando se le pregunta si cambiaría algo, responde sin dudar: “No me arrepiento de nada, ni cambiaría nada de mi pasado. Si acaso, viviría con mayor intensidad el presente”. Tiene 68 años, sí, pero se sabe en plenitud. “Tengo aún fuerza para viajar unos años más, y si no ya buscaré una alternativa tranquila”. Apunta, casi como conclusión: “La vida es lo que va sucediendo mientras nosotros vamos suponiendo”. La reflexión definitiva acerca de una historia en la que nada salió como él planeó y, sin embargo, todo ha terminado encajando.

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