Crónicas de un pueblo: las tardes con Teresa, de 112 años, y su vecina Marina, de 104

Una vida de novela

El día a día en Zambrocinos del Páramo (León) de la mayor supercentenaria de España, ‘olvidada’ en la lista internacional y con un año más que Carmen Noguera

Teresa Fernández

Teresa Fernández, en una foto reciente facilitada por su hija Rosalina 

LV

Zambrocinos del Páramo, en León, tiene menos de 100 habitantes. Cada martes recibe la visita de un médico (hasta hace poco, don Alfredo, que ahora se ha ido a la capital y ha sido sustituido por una joven colega). En el el pueblo hay iglesia y bar, pero no súper ni farmacia. Tampoco banco ni cajero automático. Zambrocinos, eso sí, tiene monumentos vivientes, como Teresa, de 112 años, y su vecina Marina, de 104.

De hecho, Teresa Fernández Casado, nacida el 29 de julio de 1913, es la persona viva de más edad de España, aunque el portal internacional Longeviquest otorga erróneamente ese puesto a la catalana Carme Noguera, como han publicado numerosos medios. Ese fallo nunca fue cometido por el doctor Manuel de la Peña, que en este terreno hace lo que hacía con las validaciones de los ascensos al Everest la estadounidense Elizabeth Hawley.

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Teresa vive en la casa en la que nació y que perteneció a sus padres, Manuela y Plácido, labradores. Fue a la escuela –un milagro en aquella España– hasta los 12 años, cuando dejó los libros por las ovejas. A los 17 se casó con Julián, seis años mayor y al que conocía desde niña. Se quisieron y fueron felices. Tuvieron nueve hijos; seis sobreviven: Rosalina (75), Manolita (77), Ausibio (79), Felicísima (81), Amancio (92) y Ángel (93).

La existencia de esta mujer es de novela, pero no de una tan triste como Una vida, de Maupassant, uno de cuyos personajes secundarios pronuncia una frase lapidaria y que justifica el subtítulo de la obra (La humilde verdad): “La vie, voyez-vous, ça n’est jamais si bon ni si mauvais qu’on croit”. Teresa y Marina, que pasa los veranos en la casa de al lado, dicen cosas parecidas: la vida no es ni un valle de lágrimas ni una fiesta continua.

Ampliar Teresa (arriba, con sus seis hijos) en dos fiestas de cumpleaños

Teresa (arriba, con sus seis hijos) en dos fiestas de cumpleaños 

LV

Las dos vecinas (216 años en total) eran hasta hace poco como Funes el Memorioso, de Borges. No olvidan su amistad, pero ahora van en silla de ruedas y sus piernas ya flaquean tanto como su memoria. Teresa vive todo el año en su pueblo (salvo algunos periodos en la vecina Pobladura de Pelayo García, con su hija Felicísima, o en Lloret, con Manolita) y ansía que llegue el verano para que regrese Marina, que pasa los inviernos en León. 

“¡Ay!, ¿cómo estás, Teresa?”. “¡Ay, ¿y tú, cómo estás tú, Marina?”, se preguntan cuando sus hijas las sacan a la puerta de casa y ponen juntas sus sillas de ruedas en cuanto refrescan las tardes estivales. Si algún día una de ellas está alicaída y prefiere no salir, la otra dice que tampoco le apetece. Pese a sus desvaríos, Teresa (once nietos, nueve biznietos y dos tataranietos) no se ha olvidado nunca de su marido ni de su vida en el campo.

Con un ramo, un 29 de julio

Con un ramo, un 29 de julio 

LV

De jovencita, mientras araba, uno de sus ojos recibió el impacto de una esquirla de la azada, lo que le obliga a usar gafas. Eso “y una pastillita para el colesterol” son casi todos sus problemas de salud. Hasta los cien años prácticamente no pisó una consulta médica. Con 103 tuvo un infarto y sus hijos se temieron lo peor... En el hospital de León le pusieron una cánula en la vena obstruida para ensancharla y al tercer día la enviaron a casa.

El doctor De la Peña (no como Longeviquest) siempre supo que ella es hoy nuestra mayor anciana, aunque él no comparte la pasión mediática por los podios. Los árboles (las personas que en un momento u otro ostentan un récord fugaz) no siempre dejan ver el bosque (la longevidad). Y León, la tierra de Teresa, cuya constitución de hierro comprobó in situ este experto cardiólogo y estudioso de la longevidad, tiene 366 centenarios...

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LV

Teresa siempre tuvo una cotidianidad sencilla; humilde, diría Maupassant. Amó y fue amada. En 1936, cuando estalló la Guerra Civil, vivió su peor pesadilla. Tenía 23 años y tres niños (dos, que desgraciadamente fallecieron muy pequeños, y Ángel, que hoy, con 93 años, es el hijo de más edad de España con la madre viva). Pese al panorama, su marido fue llamado a filas y ella se vio de repente sola y a cargo de una familia numerosa.

Ha escuchado tantas veces la historia que Rosalina, la pequeña de la casa, con 75 años, la repite punto por punto como si la narrara su madre. “Días después de que se lo llevaran, llamaron  a la puerta. Abrí y allí estaba vuestro padre: 'Me han licenciado, mujer. No tengo que pegar tiros', me dijo”. Se abrazaron con la fuerza del mar y todo dejó de tener importancia. Los partes de guerra, el incierto futuro... Se tenían el uno al otro.

No os olvidéis de poner unas 'gotinas' de orujo en el café con leche”

Teresa Fernández, 112 años(Una petición a sus hijas)

Luego llegó la dura posguerra y los años del hambre, que  pudieron capear mucho mejor que otros porque tenían huerto y gallinas. Más difícil fue digerir la muerte de tres de sus hijos, sobre todo la de los dos pequeños (uno por peritonitis), aunque todas las cicatrices duelen: en 1994 enviudó y en el 2021 tuvo que enterrar también a una hija. No tiene secretos ni reglas de oro, pero ha enseñado a los suyos a vivir en paz y tranquilos.  

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Manolita, de 77 años, besa a su madre, de 112 

J.Casares / Efe

Fue una gran cocinera, capaz de improvisar grandes platos con una exigua despensa, recuerdan Rosalina, Manolita y Ausibio, que se turnan para cuidarla en este rincón de la España vaciada y que habría que empezar a llamar la España tranquila. “Cuando se decretó el confinamiento por la pandemia, el día a día apenas cambió para nosotros y salíamos a la calle igual: quedábamos diez personas en el pueblo y no nos cruzábamos con nadie”.

Se levanta a las diez de la mañana y se acuesta a las diez de la noche. Come poco, variado y sano.  Desayuna galletas, fruta y  leche, pero a mediodía se toma un café y pide que le añadan “unas gotinas de orujo”. También bebe un dedito de vino con las comidas. No le da miedo la muerte, aunque sí las tormentas. “Encended una vela”, ruega cuando suena un trueno. “Así ha sido toda su vida”, explican sus hijos. La vie, voyez-vous...

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