Muchas de las emociones y creencias que nos limitan de adultos se originan durante la infancia, en el vínculo que establecemos con nuestros padres o aquellas personas a quienes consideramos figuras de referencia. Sin embargo, a menudo, no resulta sencillo enfrentarse al pasado, aunque algunas de sus heridas condicionen nuestro presente.
La psicóloga e ilustradora Nataxa Ruzafa (Rubí, 1993) nos invita a explorar con una mirada compasiva y amable esas cicatrices invisibles que determinan nuestra forma de sentir, relacionarnos con los demás e incluso mirarnos a nosotros mismos. En su primer libro, ¿Cuándo seré suficiente? (Ed. Molino), esta especialista en autoestima y gestión emocional combina ilustraciones, ejercicios prácticos y reflexiones para mostrar cómo las dinámicas familiares moldean nuestra identidad. A su vez, ofrece una guía para reconciliarse no sólo con pasado y presente, sino también con uno mismo. La terapeuta, que también divulga contenido de psicoeducación en sus redes sociales, manda desde Guyana Guardian un mensaje claro: sanar es posible. Aunque para ello, primero es necesario aceptar que, para esos referentes de nuestra infancia, uno tal vez nunca sea suficiente.
Las experiencias traumáticas de una generación se transmiten a las siguientes, igual que los recuerdos familiares que pasan de padres a hijos
En su libro afirma que los traumas se pueden heredar. ¿Cómo es esto posible?
Se trata de un fenómeno que se conoce como trauma generacional y ocurre cuando las experiencias traumáticas de una generación se transmiten a las siguientes, de un modo parecido a las historias o recuerdos familiares que pasan de padres a hijos. En este sentido, las heridas emocionales, las formas de entender la vida, las creencias y los patrones de comportamiento poco sanos, también pueden heredarse. Cuando uno no advierte esas herencias invisibles, o no encuentra los recursos necesarios para gestionarlas de un modo diferente al que le han sido transferidas, corre el riesgo de propagarlas a la siguiente generación y, de algún modo, perpetuarlas en la familia.
¿Por eso es importante detectar estas herencias, para frenar su transmisión hacia los que vienen detrás?
No sólo por eso. Sino también porque tomar conciencia de estos traumas generacionales es el punto de partida para empezar a sanarlos y, a su vez, nos permite revisar los vínculos familiares, o aquellas relaciones que nos generan malestar en el presente, desde una perspectiva basada en la comprensión y no en la búsqueda de culpables.
Cualquier herida emocional genera mucho dolor y resentimiento, pero si entiendo por qué mis padres o referentes han podido causarme ese daño y que, a su vez, ellos también forman parte de un ciclo en el que han aprendido a dar algo negativo en sus vínculos familiares, puedo llegar a trascender ese sufrimiento y transformarlo en algo que me aporte un aprendizaje o un nuevo enfoque. Tal vez el dolor no desaparezca, pero si comprendemos por qué se produce, podemos aprender a integrarlo en nuestra vida de un modo que no nos limite.
¿Qué ocurre si ese dolor que sentimos nos impide perdonar a nuestros padres?
En realidad, no pasa nada. No hay que obligarse a perdonar a quien nos ha hecho daño para poder sanar, porque el perdón sólo ayuda si lo sentimos de verdad. Forzarse a perdonar a nuestros padres cuando no lo sentimos, por mucho que nos hayan educado así, es una manera de autoinvalidarse. Es como si nos estuviéramos diciendo a nosotros mismos que aquellos sentimientos que nada tienen que ver con el perdón, como la rabia o el enfado, no son válidos.
Cuando se establecen dinámicas muy disfuncionales o no existe una actitud de reparación, lo mejor es alejarse
Usted defiende que enfadarse puede resultar incluso saludable.
El enfado es un sentimiento que está muy castigado en nuestra sociedad, especialmente en las mujeres, a las que parece que no se les permite enfadarse. A los hombres, en cambio, se les tolera más el enfado pero no tanto la tristeza. El problema está en que nadie te enseña a regular ese enfado, para poder transitarlo de una manera adecuada: o lo reprimo o exploto.
Sin embargo, cuando algo nos hace daño es sano enfadarse. Sentir rabia, por ejemplo, hacia alguien que te ha herido, no te convierte en mala persona. Esa rabia, que es una forma más intensa de enfado, nos ayuda a identificar que hay límites y necesidades que han sido vulneradas y que debo protegerme pidiendo un cambio externo, ya sea poniendo límites o tomando distancia.
Somos una sociedad que idealiza la familia como un lugar de amor incondicional. Muchas personas pueden llegar a sentirse culpables por querer o necesitar alejarse de los suyos, ¿Qué les diría en este caso?
Nuestra sociedad tiene una visión muy marcada de la construcción de la familia y eso nos lleva a evitar enfrentarnos a ciertas realidades. A pesar de ello, cuando un familiar o un referente no quiere reconocer el daño causado, es necesario pasar por un proceso de duelo y asumir que aquella persona no es como a mí me gustaría que fuese. Hay que dejar ir la idea romántica de que el otro cambiará y aceptar que “ser suficiente” no depende sólo de uno mismo. En muchos casos, cuando se establecen dinámicas muy disfuncionales o no existe una actitud de reparación, pese a haber dado oportunidades para ello, lo mejor es alejarse. Pero en ningún caso hay que caer en una culpa insana que nos haga sentir responsables de aquello que no nos corresponde.
¿A qué se refiere cuando habla de culpa insana?
Existen dos tipos de culpa. La culpa sana es aquella emoción que nos lleva a comprometernos a subsanar un error cometido cuando es posible, o bien, a realizar un aprendizaje y asumir un compromiso con nosotros mismos para no reproducirlo en un futuro. En cambio, la culpa insana, que está muy presente a nivel relacional, ocurre cuando sentimos esa emoción de culpa sin haber cometido ningún error, y suele derivarse de manipulaciones, conscientes o inconscientes, por parte del otro, que por norma general es quien desarrolla patrones de inmadurez emocional.
¿Cómo de importante es conectar con nuestro niño o niña interior para dejar de sentir que no somos suficiente?
Conectar con nuestra niña interior es crucial para sanar la relación con nuestros padres porque muchas de las heridas que nos afectan en el presente tienen sus raíces en la infancia. La búsqueda de validación de nuestros padres, que son las primeras figuras de apego, afecta de manera directa a la construcción de nuestra autoestima y puede acarrear inseguridades o patrones negativos que arrastramos hasta la edad adulta. Abrazar a nuestro niño interior y conectar con esta parte más vulnerable, nos permite tratar esas heridas desde el adulto que somos ahora, y entender que las expectativas impuestas por nuestros padres no definen nuestro valor.
Muchos están revisando los patrones inmaduros de sus padres y abuelos, que priorizaron la supervivencia sobre la gestión emocional
¿Somos una sociedad suficientemente madura para enfrentarnos al reto que supone sanar nuestros traumas generacionales?
Todavía nos queda un largo camino por recorrer, pero lo cierto es que vivimos un momento de oportunidad, en el que muchas personas están revisando los patrones inmaduros de sus padres y abuelos, que priorizaron la supervivencia sobre la gestión emocional, como consecuencia del contexto histórico y social que les tocó vivir.
Sin embargo, el vínculo actual en nuestras relaciones nos lleva a experimentar todavía emociones negativas como la inseguridad, el miedo o la ansiedad, debido al temor a perder a la otra persona o a que se produzca un conflicto. Avanzar en este sentido significaría establecer relaciones humanas más positivas en todos los campos, ya que crearíamos lazos que nos generarían un mayor bienestar y más seguridad.
Tanto su libro como sus vídeos en redes sociales incluyen sus propias ilustraciones. ¿Cómo se sirve de ellas para contribuir a este proceso de sanación?
Las ilustraciones llegan con una sensibilidad diferente a cómo lo hacen las palabras, porque permiten transmitir matices y hacer metáforas visuales que van más allá del texto. Las imágenes evocan en cada persona emociones, recuerdos y sensaciones diferentes y, a partir de ahí, cada uno puede conectarse al mensaje de un modo más personal, o bien complementarlo con las propias emociones y vivencias que le inspiran esos dibujos.
En su libro, tanto las ilustraciones como las historias que las acompañan, esconden un secreto que se nos va revelando poco a poco.¿Puede darnos alguna pista al respecto?
Claro. Es un guiño que hago a los álbumes ilustrados, porque soy una apasionada de este género literario, al que considero apto para todos los públicos. Si el lector se fija bien en los detalles, descubrirá que ilustraciones e historias están interconectadas, y que le van contando un mensaje oculto a medida que avanzan las páginas. Y hasta ahí puedo leer – sonríe -.


