Los códigos de vestimenta laboral son hoy más flexibles e informales que nunca. Los trajes de chaqueta, las corbatas y los tacones de aguja han quedado relegados a entornos laborales muy formales, como la banca o el derecho. E incluso en esos ámbitos, el smart casual , el estilo “elegante pero informal”, gana terreno: Trajes sin corbata combinados con zapatillas deportivas o con camisetas blancas, pantalones chinos o vaqueros oscuros para ellos; americanas de colores o estampadas y tejanos o vestidos con calzado cómodo para ellas...
Y, en aquellos sectores que ya vestían casual o sport , lo que ahora se impone es la moda ultra casual, cómoda y sin reglas, donde caben tejanos, camisetas, camisas oversize , botines, sandalias... La variedad y comodidad que este cambio de código aporta hace pensar que ha sido recibido con los brazos abiertos, pues permite expresarse más libremente y personalizarse a través de la ropa. Pero no es así para todos.
Con el traje era más fácil

La relajación del código de vestir en la oficina crea nuevas expectativas sobre la imagen que se quiere proyectar ante los demás
La ruptura de reglas ha creado nuevas expectativas sobre cómo vestirse para el trabajo y, para algunas personas, eso supone una presión añadida para encajar en su empresa. Porque el traje y los códigos formales facilitaban ese encaje, era fácil vestirse como el resto si uno no quería destacar ni para bien ni para mal.
Pero la moda ultra casual lo complica. Colores, tejidos y complementos amplían las posibilidades de expresión personal pero también el riesgo de llamar la atención, de que la ropa distancie a las personas del equipo.
“Ahora hay una preocupación por cómo vestirse para ir a trabajar; has de pensar cómo te quieres presentar delante de los demás en un espacio laboral, y ahí has de armonizar la practicidad, la comodidad y tu esencia como persona con la esencia de la marca u organización en la que trabajas”, afirma Marta Marín Anglada, profesora de Estética y Comunicación de Moda en Blanquerna-URL y analista de tendencias.
Y explica que la prueba de que la libertad de vestimenta supone un problema para muchos empleados y ejecutivos es que, en algunos países, como Estados Unidos y Australia, ya ha surgido un nuevo perfil profesional: el estilista especializado en crear armarios cápsula (un conjunto de prendas básicas y atemporales que se combinan entre sí) para los momentos laborales de la vida de una persona.
Ahora has de vestirte para ser tú pero sin generar miradas que te hagan sentir incómoda en tu espacio laboral
“Nos importa la imagen que proyectamos a los demás; a unos más y a otros menos, pero a todos nos interesa; cuando estaba todo muy reglamentado podía no gustarte, pero era más fácil; ahora has de vestirte para ser tú pero sin generar miradas que te hagan sentir incómoda en tu espacio laboral”, justifica Marín.
Norbert Monfort, colaborador del departamento de Dirección de Personas y Organización de Esade y asesor de compañías de diversos sectores, asegura que, “en España, estamos ante un cambio total de vestimenta laboral en muchos casos impulsado por los máximos ejecutivos (CEO) de las empresas” como una forma de democratizar, de transmitir apertura, compromiso con la diversidad y con entornos laborales flexibles.
Es un cambio total a menudo liderado por los CEO; no puedes hablar de diversidad y vestir todos como clones”
“No puedes hablar de diversidad y vestir todos como clones porque, al final, la vestimenta, en el ámbito laboral o en el personal, es un lenguaje silencioso que transmite mensajes sobre mi”, justifica.
Y por ello considera que una cosa es dejar atrás los códigos rígidos sobre el atuendo profesional y otra “el todo vale”, sobre todo cuando se trabaja con clientes o de cara al público y hay que transmitir una determinada imagen profesional o corporativa.
“Hay que definir y poner límites”, afirma Monfort, partidario de que las empresas “definan códigos de vestimenta que, sin eliminar la autenticidad y la expresión individual, permitan mantener la esencia profesional y el sentido de pertenencia”
Carlos González Reyes, profesor Economía y Empresa y del master de Recursos Humanos de la UOC, cree que esos códigos no tienen que estar escritos formalmente pero sí que han de transmitirse a través de los departamentos de personal.
Algunas líneas rojas
Ni vaqueros rotos ni lentejuelas
La legislación permite que las empresas impongan un código de vestimenta siempre que esa política no infrinja los derechos de los empleados y que las normas sean razonables y no discriminatorias, que respeten la diversidad cultural y de género.
No obstante, cada vez son menos las empresas que lo hacen y, en paralelo, más las firmas de moda y las plataformas de venta de ropa que ofrecen consejos sobre cómo vestir en la oficina e ideas de outfits business casual (atuendos profesionales relajados o informales) específicos para asistir a una reunión, impartir una conferencia o acudir a una entrevista.
Las propuestas son variadas y se adaptan incluso en función de la estación del año. Y, aunque las hay más y menos atrevidas, coinciden en fijar algunas líneas rojas sobre prendas que, por muy informal que sea el trabajo, no deberían formar parte del atuendo laboral.
Los pantalones vaqueros rotos son claramente una de ellas, para ambos sexos. También se desaconsejan las camisetas y camisas con mucho escote, con lentejuelas o telas brillantes; las zapatillas deportivas “voluminosas”; el chándal y las prendas muy deportivas, y las camisetas o sudaderas con mensajes que puedan resultar ofensivos o contengan ciertas connotaciones políticas.
Y en el caso de varones, también hay consenso en dejar fuera del ámbito laboral las sandalias y los pantalones cortos.
Recursos Humanos no ha de ser la policía de la moda, pero sí facilitar que la ropa esté alineada con lo que quiere transmitir la empresa
“No se trata de imponer un código único sino de ofrecer marcos claros; Recursos Humanos no ha de ser la policía de la moda, sino un facilitador para que la ropa que nos ponemos esté alineada con lo que quiere transmitir la empresa. Coincide con Marín y Monfort en que uno puede vestir alineado con esos requerimientos sin perder su esencia. “Nuestro trabajo es el que debe llamar la atención sobre nosotros, no la vestimenta”, dice.
También deja claro que vestir sin traje no borra los roles “porque la autoridad no se construye desde los uniformes sino desde la empatía y la coherencia”.
Con todo, González opina que se deben respetar “ciertos límites” al vestir en aras de mantener la imagen de profesionalidad, límites que, dice, “los marca el sentido común”.