Cada vez hay más personas que han optado por no encender nunca los fogones. Resulta curioso, teniendo en cuenta que muchos otros guardan las recetas de su abuela como si fueran un tesoro, compran libros y gadgets, se apunta a cursos y, en definitiva, aprovechan cualquier momento para encerrarse en la cocina.
Hay muchos motivos para no cocinar. Pereza, falta de tiempo, inercia, sibaritismo o, en algunos casos, también por simple aceptación de las propias limitaciones. Hemos hablado con personas que hace años que no cocinan —o que lo hacen de forma muy puntual— para saber cómo es el día a día de alguien que jamás se hace de comer. Los más cocinillas dirán que cómo es posible, pero quienes militan en el lado contrario aseguran que comen de maravilla y que no tienen ninguna intención de cambiar de bando. El debate está servido.
Hay muchos motivos para no cocinar. Pereza, falta de tiempo, inercia, sibaritismo o, en algunos casos, también por simple aceptación de las propias limitaciones
“Como variado, ¿para qué complicarme?” Pere Minguet tiene 77 años, es viudo y vive solo en Calafell. Hace tiempo que no cocina y no tiene intención de hacerlo, ya que para sustituirle en esta tarea ha decidido ponerse en las mejores manos. No le gusta cocinar para él solo, de manera que ha construido una rutina férrea: a mediodía siempre come en diferentes restaurantes de confianza, que le mandan el menú del día por Whatsapp por la mañana para que vaya abriendo boca. Por la noche, todos los días cena un bocadillo, de manera que los fogones de su casa no se encienden nunca.
“Intento que la pereza vaya de la mano del sentido común”. El perfil de Pere –un señor jubilado que vive solo– es habitual entre los que comen a diario fuera de casa. Así lo explica Manuel Bocero, técnico de teatro y audiovisual en Barcelona, que a sus 40 años, muy lejos aún de la jubilación, almuerza y cena fuera casi todos los días. En su defecto, compra algún plato preparado. Cualquier cosa menos cocinar. “La gente no lo sabe, pero muchísimas personas comen fuera todos los días, sobre todo señores ya retirados, viudos o solteros, que no quieren gastar más de 8 euros en comer y han sabido encontrar los buenos sitios para hacerlo”.
Yo no me voy a cocinar unos fideos a la cazuela para mí solo
Se refiere a restaurantes como Alt Heidelberg, en la Plaça Universitat, en el que cena prácticamente todos los días cuando sale de trabajar. “Hay platos buenísimos para a buen precio: bocadillos, sopa de cebolla, gulash... Somos legión los que lo frecuentamos, porque además tienen un menú a 7,95 € que está de maravilla”, asegura. Cuando no le apetece cenar al estilo alemán, el restaurante Kasa Ramen es otra opción. La idea es “comer variado y sano sin gastar en exceso”.
No sabe bien qué responder a la pregunta de por qué nunca cocina. Más bien ha ido descubriendo que se siente comodísimo saliendo a comer a los bares de menú de su barrio, Camp de l'Arpa, donde puede alimentarse bien a precios ajustados y –algo muy importante para él– de forma variada y equilibrada. “Yo no me voy a cocinar unos fideos a la cazuela para mí solo”, señala, en referencia a los que preparan en el restaurante El Barco, con una buena oferta de cocina casera y platos de cuchara. También suele frecuentar El Timbalet, del que es cliente habitual y que aglutina a muchos vecinos del barrio: “El propio personal come un menú del día que cuesta solo 13 €: eso no puede tener fallo”.
Tras tantos años sin usar la cocina (aunque con excepciones: “hace poco le preparé unos espaguetis a mi compañero de piso”), Bocero se ha hecho un experto en detectar chollos y ofertas. Todo por no ponerse el delantal. “Los Listísimos de La Sirena suelen caer a menudo. Amatller es más caro, pero si yo pongo la bebida y el postre puedo cenar a buen precio”, explica.
Pese a lo que pueda parecer, cuida mucho su alimentación. Precisamente por eso come fuera: “Cada vez que cocino yo, me gasto un dineral porque tiendo a escoger los productos más caros. Soy perezoso, pero gourmet”, bromea.
“No me gusta comer solo, así que monté un club para no hacerlo”
Miguel Herrero, fundador del club Nunca comas solo, ha hecho de su necesidad de socializar un proyecto hedonista y sin ánimo de lucro. “Hace tiempo me di cuenta de que no me gusta comer solo. Como vivo solo, tuve que inventar una manera de hacerlo en compañía y descubrí que había otras personas interesantes que compartían esta inquietud”, cuenta. Organiza cenas entre semana para grupos de entre 6 y 8 personas que él mismo escoge. No se conocen entre ellas y acuden al encuentro sin compromisos ni expectativas más allá de conversar. Y de comer muy bien, porque en esto Herrero no perdona. Nadie se enriquece, ya que cada uno paga su cuenta, pero los asistentes se llevan el placer de una buena conversación y la oportunidad de conocer restaurantes de nivel en buena compañía. “Solo hay una norma: que haya una única conversación, para que todos escuchen y participen.”
Herrero come y cena fuera cada día, ya sea por trabajo o por placer, y lo hace por puro sibaritismo. “Me apasiona la gastronomía y me gusta el trabajo de los cocineros. Por eso he decidido destinar buena parte de mis ingresos a visitar restaurantes”, explica. Tanto es así que “gasto más en comer fuera que lo que pago de hipoteca”. Suele visitar restaurantes de alta gastronomía entre tres o cuatro veces por semana, ya sea en las cenas de su club o acompañando de colegas o amigos: “Si como solo es porque estoy de viaje, pero cuando estoy en Madrid voy acompañado”.
Gasto más en comer fuera que lo que pago de hipoteca
Pese a que no escatima en visitar nuevas aperturas y acudir regularmente a los Michelin que le gustan, Herrero también come a menudo de menú y lamenta que una tradición tan arraigada en nuestro país como el clásico menú del día esté perdiendo fuelle. “Entre el teletrabajo y la pérdida de la pausa de mediodía, se está abandonando la tradición de parar para comer. Es una pena”, opina. Suele combinar los menús más modestos con la alta gastronomía, aunque a veces “puedo almorzar en un estrella Michelin y cenar en otro”.
Con este panorama, los fogones de su cocina están siempre intactos. Porque, además, Herrero desayuna fuera aproximadamente la mitad de los días: “Soy fan de descubrir churrerías y puedo cruzar la ciudad para conocer alguna propuesta interesante en un barrio alejado de mi casa”. En su nevera encontramos leche fresca, huevos y embutidos, lo justo para desayunar bien cuando la ocasión lo requiere.
“No es que no sepa cocinar: es que no lo necesito”
Sergio Terol, presidente de la Academia de Gastronomía de la Comunidad Valenciana, lo resume así: “Cuando hay que cocinar, se cocina. Pero no es lo habitual”. Vive solo, viaja con frecuencia y dedica entre 10 y 12 de sus 14 comidas semanales a visitar restaurantes. “Si un día tengo que improvisar algo en casa, abro un salmón, un buen jamón o unas anchoas, pero no suele ocurrir”.
Afincado en Valencia, Terol también es un sibarita. Conoce bien la alta cocina y visita habitualmente restaurantes de referencia en su ciudad. Si le apetece mucho ir a un restaurante, aunque esté lejos, coge el coche y va. “A veces viajo solo para probar un restaurante. Me gusta saber qué está pasando en la escena gastronómica”, asegura. Precisamente esa inquietud le lleva a comer en restaurantes de escaso interés al menos un par de veces al mes. “Me gusta tomar el pulso de las calles y por eso a veces como en sitios de moda cuya oferta no me dice nada”.
Por sibarita
Sergio Terol (...) vive solo, viaja con frecuencia y dedica entre 10 y 12 de sus 14 comidas semanales a visitar restaurantes
Todos ellos –Pere, Manuel, Miguel y Sergio– son buenos ejemplos de que se puede comer bien sin haber pisado jamás una cocina. Sin embargo, existen perfiles en los que no cocinar nunca puede ser un lastre que acabe afectando a la salud física y psicológica. Según la psicóloga Irene Ampuero, del Instituto Psicológico Cláritas, en Madrid, en muchos casos optar por no cocinar no es algo estratégico y bien organizado, sino el resultado de una vida desordenada. “En vidas aceleradas, suele faltar esta organización, lo que lleva a pedidos frecuentes, menos opciones saludables y, en última instancia, culpa”.
Para evitarlo, es necesario “aprender a planificar las comidas de forma realista y entender el valor de una alimentación equilibrada”. Ampuero insta a quienes no estén satisfechos con su rutina a cambiar de hábitos sin presión, de forma lenta pero segura. “Se trata de valorar cada pequeño logro para entender que te estás cuidando no solo en tu presente, sino también en el futuro”, concluye.