La primavera vez que Sara Heras probó un frizzante fue a los 23 años y en una fiesta con amigos. Antes de ir, se acercó a un conocido supermercado con una amiga, que le comentó: “ese ‘vino’ está muy bueno”. Se refería a “un mosto parcialmente fermentado”, elaborado con uva verdejo y bastante asequible, por cierto: tan solo 2,70 euros. “Ni siquiera había reparado en él, cuando lo probé, tuve una sensación extraña porque no se parecía al concepto más pesado y con cuerpo que tenía sobre el vino; de hecho, por las burbujas, se asemejaba más a lo que tenía en mente sobre los refrescos”, reconoce, añadiendo que hubo algo que, sobre todo, le sorprendió: su dulzor.
Fueron los italianos quienes, en 1895, “inventaron” esta elaboración —que, en España, algunos insisten en no denominar como vino—. De ahí que sean famosos en el mundo entero los frizzantes que se producen, sobre todo, en las regiones del Veneto, Emilia-Romaña, Lombardía y Piamonte. Una bebida con bollicine (pequeñas burbujas), aunque con una presión de gas más moderada que la de los espumosos al uso, que pueden llegar a alcanzar un máximo de 6 atmósferas, frente a un máximo de 2,5 de estos.
Por eso, son, por un lado, más suaves y, por otro, menos efervescentes. Pero no solo. También los grados alcohólicos del frizzante son menores: “por debajo de los que tienen un vino seco”, comenta Jesús Martínez, enólogo de la bodega Valdecuevas. De ahí que sea “mucho más suave, más amigable”, y tenga “más frescura y ligereza” que el resto, precisa este experto. Y es que, para conseguirlo, “jugamos también con el factor de las burbujas, el azúcar, la dulzura…”
Aspectos que, sin duda, contaron a la hora de que Sara perdiera “el miedo al vino” y viera en el frizzante un “muy buen primer paso para iniciarme en este mundo, que es muy enriquecedor”. Y así fue. Luego, empezó a probar vinos blancos, dulces y semidulces; comenzó a tomar “una copita” de esos tintos que siempre tenía su padre en casa; fue a catas a bodegas con su pareja; se interesó por el proceso de elaboración… Y ahora, con 35 años, afirma: “cuando hay alguna celebración en la que sé que los invitados no suelen catar vinos, suelo llevar un frizzante, porque tiene un sabor que puede gustar a todo el mundo”
Quizás no es “la mejor forma de adentrarse en el mundo del vino”, pero sí una alternativa “más fácil”, asegura Martínez. “Hay gente que todavía no siente atracción por el vino, pero están interesados en entrar en este mundo y quieren hacerlo de una manera más sencilla, sin pensar en entender esos gustos un tanto desagradables que para ellos pueden tener vinos secos, ácidos o cualquier tinto”.
Cuando hay alguna celebración en la que sé que los invitados no suelen catar vinos, suelo llevar un frizzante porque tiene un sabor que puede gustar a todo el mundo
Claro, que el hecho de que, para algunas personas, forme parte de una especie de ritual de inicio, no quiere decir que haya que olvidarse de ciertas normas a seguir. Este enólogo las resume así: “un frizzante tiene que ser fresco y aromático, sin resultar muy cargante. Además, ha de mantener un equilibrio entre dulzura y acidez. También debería apreciarse notas muy sutiles de flores, peras, manzana, fruta de hueso… Y que la burbuja esté muy bien integrada, sin asperezas ni sensaciones desagradables”.
Y sí que conviene fijarse en el precio para, al menos, garantizar, como afirma Marcos Yllera, presidente de Bodegas Yllera, que “se pone en valor al viticultor pagando más cara la uva”. “Si a un frizzante que cuesta 2,70 euros le descuentas el IVA y el 25 o 35% del supermercado de turno, se queda en un euro y medio. Quita el coste de la botella, la chapa, el tapón, la caja, la etiqueta… apenas te deja margen para tener un buen producto”.
Hay gente que todavía no siente atracción por el vino, pero están interesados en entrar en este mundo y quieren hacerlo de una manera más sencilla
Eso sí, aunque “no existe una única variedad que sea más adecuada para frizzantes”, la uva que aparece en su etiqueta da algunas pistas. Así, Jesús Martínez destaca la moscatel —“muy aromática y con sabores de frutas tropicales, melocotón o uva”— la gewürztraminer —“con aromas de rosas, lichis y fruta tropical que consiguen que el frizzante sea muy agradable”—, la glera —variedad autóctona italiana, claro, utilizada en la producción del prosecco, y que debido a sus “notas más de pera y flores blancas”, es “ideal para frizzantes secos semisecos”— o la verdejo, “muy versátil”, y que Valdecuevas utiliza para elaborar en su gama Flor Innata.
También la verdejo es la base del que elabora Yllera. “En las visitas a la bodega, a la gente le encantaba lo que aquí se llama chichorra; es decir, un medio mosto que sabe un poquito a vino y que tiene el azúcar natural de la uva y un poquito de gas carbónico”, comenta Marcos Yllera, refiriéndose al frizzante como “un vino divertido, que no se puede llamar vino”. Y es que en España —aunque sí en Italia— este término no tiene categoría legal reconocida. Además, tiene que hacer frente a la opinión de no pocos puristas que piensan que, debido a que no están concebidos para su envejecimiento, es un concepto que está un tanto alejado de los vinos de crianza.
En 2010, Yllera sacó 20.000 botellas de su 5.5 (en referencia a sus grados de alcohol y, entonces, también a su precio); este año, lanzará millón y medio (con un importe sensiblemente superior: el coste de la vida influye, claro). El nombre de este frizzante —y de los que elaboran Barbadillo con moscatel (VI Cool) o Palacio de Bornos también con verdejo (Bornos Frizzante Verdejo), ambas bodegas líderes, junto a Yllera en este segmento— destaca en un sector en el que parece demasiado habitual que se utilicen nombres de mujer para denominarlos: Julietta, Reina, Bianca, Duchessa Lia, Clara, Isabella. Incluso una bodega de Cigales decidió llamar, como canta Shakira, ‘Las mujeres ya no lloran las mujeres facturan’ a su frizzante. Aunque Yllera asegura que es un mito pensar que solo lo consumen las mujeres, ya que “el público más masivo suele ser gente joven”.
Si a un frizzante que cuesta 2,70 euros le descuentas el IVA y el 25 o 35% del supermercado de turno, se queda en un euro y medio; apenas te deja margen para tener un buen producto
No es el único prejuicio al que se enfrentan estos (ligeramente) espumosos. También deben luchar contra aquel que pone en duda su calidad —pese a que algunos “se elaboran con mucha técnica y mucho cuidado, sobre todo en regiones del Piamonte italiano, o con variedades de uvas seleccionadas”, precisa Martínez—, además de combatir otra especie de estigma que los acompaña y que asegura que solo maridan con postres y recetas dulces. Y es que, como dice el experto, “hay muchos frizzantes semisecos, combinan muy bien con mariscos, tapas, comida picante o sushi, porque son sorprendentemente versátiles”.





