La fiebre del sensor continuo de glucosa entre los no diabéticos

¿Absurdo o talismán?

Aunque algunos expertos han cuestionado su uso en personas sanas, otros sostienen que puede ser una herramienta útil para mejorar hábitos

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Woman with diabetes checking with mobile phone her blood sugar test

El aparato normalmente era utilizado solo por personas con diabetes tipo 1, ya que mide en tiempo real los niveles de glucosa y permite saber cuándo y cuánta insulina inyectarse

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Hasta hace poco, los sensores continuos de glucosa (CGM, Continuous Glucose Monitor, según sus siglas en inglés) eran dispositivos reservados casi exclusivamente a personas con diabetes tipo 1. Un pequeño aparato adherido al brazo que mide en tiempo real los niveles de glucosa y permite saber cuándo y cuánta insulina hay que inyectarse. Sin embargo, cada vez más personas sin patologías diagnosticadas —sin diabetes ni prediabetes— están recurriendo a estos sensores para conocer mejor cómo responde su cuerpo a los alimentos, los horarios y sus hábitos diarios.

“Muchas personas sanas han empezado a usar sensores de glucosa para entender cómo determinados alimentos o rutinas afectan a su cuerpo. Aunque en principio es una herramienta que usan los diabéticos, puede tener una función educativa en personas sanas, ya que puede ayudar a fomentar buenos hábitos y prevenir problemas a largo plazo”, apunta la doctora Susan Judas, especialista en medicina familiar y comunitaria y experta en medicina evolutiva en Clínica Tufet.

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Un sensor continuo de glucosa cuesta alrededor de los 100 euros, se coloca en el brazo y tiene una duración de unos 15 días. A través de una app móvil, el usuario puede consultar en todo momento cómo fluctúan sus niveles de azúcar en sangre, aunque técnicamente lo que mide es la glucosa del líquido intersticial (el fluido que rodea las células), que puede diferir ligeramente de la medición sanguínea tradicional. Por este motivo, la Federación Española de Diabetes ha alertado de la escasa fiabilidad de lo que denomina “glucómetros sin pinchazo”, que en ningún caso deberían sustituir la tradicional analítica en sangre.

Los sensores continuos de glucosa se están empezando a usar de forma regular en el mundo del fitness, ya que permiten a deportistas y entrenadores ver cómo responde el cuerpo a distintos entrenamientos y comidas, monitoreando posibles bajadas de glucosa durante ejercicios intensos que pueden afectar al rendimiento. Además, ayudan a ajustar la dieta y la ingesta de carbohidratos, al mostrar en tiempo real la reacción del cuerpo a ciertos alimentos, lo que permite personalizar la alimentación para evitar picos o caídas bruscas de glucosa que generan fatiga o ansiedad. También son útiles para controlar la energía y la recuperación, al mantener niveles de glucosa estables. Finalmente, también permiten diseñar entrenamientos metabólicos personalizados que optimizan el uso de grasas o carbohidratos como fuente de energía, especialmente en deportistas de élite.

La Generalitat financiará los aparatos para monitorizar la glucosa en los enfermos de diabetes hasta los 18 años. // CC0

La Federación Española de Diabetes ha alertado de la escasa fiabilidad de lo que denomina “glucómetros sin pinchazo”, que en ningún caso deberían sustituir la tradicional analítica en sangre

Propias

Son muchos los expertos que han cuestionado el uso de estos dispositivos en personas sanas. David Spero, divulgador estadounidense experto en diabetes, señala que el uso de estos aparatos sin supervisión médica puede generar ansiedad y comportamientos obsesivos, así como preocupación innecesaria y a conclusiones erróneas. En su artículo Why Do Test Strips Cost So Much, publicado en Diabetes Self-Management, critica, además, que la excesiva dependencia de la tecnología puede desviar la atención de enfoques transversales más efectivos.

Otros, como el doctor Ángel Durántez, doctor en Medicina y Cirugía y titulado en Age Management Medicine en EEUU, defienden desde hace años su uso en pacientes sin patologías. “Permiten tener un control más exhaustivo de la salud y poder anticiparnos a la enfermedad”, asegura.

Son muchos los expertos que han cuestionado el uso de estos dispositivos en personas sanas

Para entender el uso que han tenido tradicionalmente estos dispositivos, conviene recordar la diferencia entre los dos tipos de diabetes. La tipo 1, de origen autoinmune, se diagnostica normalmente en edades tempranas y requiere insulina diaria para sobrevivir. La tipo 2, en cambio, suele estar relacionada con el estilo de vida: sobrepeso, sedentarismo, mala alimentación… y en muchos casos puede controlarse e incluso revertirse con cambios de hábitos y alimentación. “En pacientes con diabetes tipo 1 el uso de estos sensores es generalizado, ya que les permite saber cuánta insulina tienen que pincharse, mientras que en los que tienen diabetes tipo 2, el sensor se utiliza a menudo como herramienta educativa”, explica la doctora. “Ver cómo se comporta la glucosa a lo largo del día —especialmente después de ciertos alimentos o combinaciones— es muy útil para hacer cambios sostenibles”.

La información que proporciona el sensor puede ser sorprendente. “Un simple café con leche puede provocar una subida notable en los niveles de glucosa, porque la lactosa se degrada en glucosa. Muchas personas no son conscientes de ello hasta que lo ven reflejado en la curva”, explica Judas. Lo mismo ocurre con esa galleta después de comer, una pieza de fruta en ayunas o un bocadillo a media tarde.

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Incluso el orden de los alimentos en el plato influye. “Si comemos primero una ensalada con fibra, y después los carbohidratos, la absorción de la glucosa es más lenta. El cuerpo lo agradece”, recuerda la doctora. Lo mismo ocurre con el desayuno: “Si empiezas el día con bollería, tienes un pico de azúcar seguido de una bajada, y eso desregula todo el día. En cambio, si desayunas proteína —como pan proteico con huevo o jamón—, el día suele ir mejor y el cuerpo no va a pedir azúcar”. El sensor permite obtener toda esta información y trasladarla al día a día. “No hace falta crear una dependencia, pero usarlo puntualmente durante 15 días podría ser de ayuda para cambiar hábitos y establecer algunos nuevos en personas sin patologías”.

Según la doctora Judas, usar estos sensores puede ser útil para personas con sobrepeso, mujeres en menopausia (etapa en la que aumenta la resistencia a la insulina), o quienes sospechan que pueden estar entrando en un cuadro de prediabetes: “En ayunas, un nivel de glucosa en la sangre menor que 100 mg/dl es normal. Entre 100 y 125 mg/dl se considera prediabetes. Si el resultado es 126 mg/dl (7 mmol/l) o más en diferentes análisis, se diagnostica diabetes”.

Usar estos sensores puede ser útil para personas con sobrepeso, mujeres en menopausia, o quienes sospechan estar entrando en un cuadro de prediabetes

De hecho, una glucosa elevada de forma sostenida implica más trabajo para el páncreas, inflamación crónica de bajo grado y un riesgo mayor de desarrollar síndrome metabólico, que combina factores como obesidad, hipertensión, colesterol alto y, en última instancia, diabetes tipo 2. “Todo depende de diversos factores, fundamentalmente la genética, pero está claro que si tus niveles de glucosa son altos estás comprando papeletas para acabar desarrollando una diabetes tipo 2”. Así pues, “no se trata de obsesionarse con los números, sino de entender cómo funciona el cuerpo para cuidarlo mejor”.

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