Durante décadas se ha pensado en la grasa corporal como un simple almacén de energía, un exceso de reserva que se acumulaba debajo de la piel y que podía corregirse con dieta y ejercicio. Sin embargo, los avances científicos han demostrado que no toda la grasa se comporta igual. Una parte de ella, la llamada grasa visceral, es hoy objeto de especial atención entre los especialistas por su papel en la aparición de enfermedades metabólicas y cardiovasculares. “Hipertensión, diabetes tipo II, esteatosis hepática o hígado graso, problemas cardiacos, respiratorios e incluso cáncer”, enumera el doctor Diego Sánchez Muñoz, especialista en aparato digestivo y director médico del IDI-Instituto Digestivo, en Sevilla.
“La grasa visceral es la que más nos interesa a los médicos cuando hablamos del impacto de la obesidad en la salud”, explica Andrea Ciudin, endocrinóloga del Hospital Vall d’Hebron, en Barcelona, y coordinadora de la Unidad de Obesidad: “A diferencia de la grasa subcutánea, la visceral no se localiza bajo la piel, sino alrededor de a órganos internos como el hígado, el riñón, el corazón o el páncreas. Precisamente por esa ubicación resulta especialmente peligrosa”. Ciudin lo explica a sus alumnos con el siguiente ejemplo: “Es como si nos sacaran de nuestro entorno y nos metiesen solitos en una isla. Empezaríamos a hacer cosas raras por estrés. Eso mismo hace la grasa cuando está donde no le toca: comienza a fabricar hormonas anómalas, moléculas que inflaman y manda señales equívocas al cerebro para regular el hambre, entre otras cosas”, apunta la endocrinóloga.
Por ello, es necesario diferenciarla de la grasa subcutánea – es decir, la que forma los llamados “michelines” abdominales–, ya que la visceral actúa “como un órgano endocrino, que fabrica hormonas y moléculas que participan en el metabolismo”, continúa Ciudin. “Los llamados michelines, es decir ese acordeón que se forma en el abdomen, es grasa subcutánea, que se acumula bajo la piel. Por eso da lugar a pliegues. En cambio, la grasa visceral, que es la que verdaderamente nos preocupa, se oculta alrededor de los órganos y da lugar a abdómenes duros y prominentes, incluso en personas con un índice de masa corporal adecuado”.
De hecho, ambos especialistas indican que el factor genético tiene un papel importante en la acumulación grasa visceral y señalan dos grandes fenotipos: quienes acumulan grasa subcutánea, más visible pero metabólicamente menos dañina, y quienes concentran grasa visceral, con un abdomen duro y pronunciado y la piel tensa. Este último perfil, que se puede dar también en personas delgadas (así como lo contrario: personas con un índice de masa corporal elevado cuyo porcentaje de grasa visceral puede ser moderado), es el que tiene un mayor riesgo de sufrir determinadas patologías metabólicas.
El factor genético tiene un papel importante en la acumulación grasa visceral
Lo explica Sánchez Muñoz: “Es importante no confundir la grasa visceral con el porcentaje de grasa corporal total. Este último tiene rangos de normalidad distintos para hombres y mujeres, ya que las mujeres, por su propia fisiología, tienen un porcentaje de grasa corporal más alto. En general, se considera saludable un porcentaje de grasa corporal total de entre 10-20 % en hombres y 20-30 % en mujeres. Sin embargo, una persona puede tener un porcentaje de grasa corporal total considerado normal y a la vez tener una alta cantidad de grasa visceral si esta se acumula de forma desproporcionada en el abdomen”. Son los llamados “delgados metabólicamente obesos”, advierte Ciudin.
Por eso, el perímetro de la cintura es una medida más útil y directa para valorar la grasa visceral, y por ello, puntualiza Sánchez Muñoz, no existen unos valores concretos de cantidad de grasa visceral “normal”. En líneas generales, una ratio cintura-altura superior a 0,5 es un signo de alerta, aunque existen técnicas de medición avanzadas como la bioimpedanciometría. Esta consiste en una báscula que, a través de una corriente eléctrica muy débil, calcula no solo la cantidad de grasa, sino también la masa muscular y el agua corporal, incluyendo una estimación de la grasa visceral. Sin embargo, “la forma más precisa de medir la grasa visceral sería mediante pruebas de imagen, como TAC o Resonancia Magnética, pero por su coste, radiación en algunos casos y disponibilidad, no es lo más práctico para el día a día”, añade Sánchez Muñoz.
El objetivo no es perder kilos de cualquier manera, sino reducir la grasa visceral y preservar el músculo
Según Ciudin, “estos métodos ayudan a fijar objetivos individualizados y a entender si existe un exceso de peso o una alteración metabólica más compleja”. La intervención tampoco puede ser uniforme. Durante años se han aplicado dietas restrictivas que en muchos casos han agravado los problemas metabólicos. “Lo importante es personalizar. El objetivo no es perder kilos de cualquier manera, sino reducir la grasa visceral y preservar el músculo”.
Para ello, la combinación de ejercicio de fuerza y aeróbico, junto con una alimentación equilibrada, es la mejor estrategia. “Lo que favorece la acumulación de grasa visceral no es tanto la grasa que comemos como los picos de insulina que generan los hidratos de carbono refinados”, apunta la endocrinóloga. Reducir azúcares simples y priorizar hidratos integrales de absorción lenta resulta clave para evitar esos picos.
Cuidar la alimentación, mantener una rutina de ejercicio y vigilar parámetros como el perímetro de cintura puede marcar la diferencia
Por su parte, Sánchez Muñoz subraya que la prevención debería ser una prioridad: “No hablamos solo de estética, sino de salud. La grasa visceral es silenciosa, no se ve como el michelín, pero está detrás de muchas complicaciones graves. Detectarla a tiempo y reducirla debe ser uno de los principales objetivos. No obstante, no es fácil aislar un tipo de grasa de la otra”,
En este sentido, cuidar la alimentación, mantener una rutina de ejercicio y vigilar parámetros como el perímetro de cintura puede marcar la diferencia, especialmente si existe una predisposición genética. Para Ciudin, “el verdadero cambio de paradigma es entender que la grasa visceral es un marcador de salud mucho más preciso que el peso corporal, que es por lo que nos habíamos regido hasta ahora”. Es decir, saber dónde está la grasa —y no solo cuánto pesamos— puede ser la clave para anticiparse a enfermedades metabólicas y mejorar la salud a largo plazo.