Matar de hambre: una historia de la hambruna como arma de guerra

Crisis humanitaria

Dos días después de los ataques del 7 de octubre de 2023, Israel anunció un bloqueo total de suministros en Gaza. La situación crítica de la población civil palestina encuentra eco en otros momentos del pasado

November 18, 2024, Deir Al Balah, Gaza Strip, Palestinian Territory: Palestinians, including children, wait to receive food distributed by an aid organization in Deir Al Balah, Gaza on November 18, 2024. Israel's relentless attacks on the blockaded Gaza Strip continue as Palestinians also face the dire threat of hunger due to the imposed blockade. In Deir al-Balah, a central city where many have fled seeking refuge from Israeli strikes, aid organizations distributed meals to those in need,Image: 935914063, License: Rights-managed, Restrictions: , Model Release: no, Credit line: Omar Ashtawy  Apaimages / Zuma Press / ContactoPhoto
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Colas del hambre en la franja de Gaza 

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“Los tejados estaban llenos de mujeres y bebés deshechos, y las calles de ancianos muertos. Los niños y los jóvenes vagaban hinchados, como fantasmas, por las plazas y se desplomaban allí donde el dolor se apoderaba de ellos”. Podría ser una crónica desde Gaza, pero estas palabras tienen 2.000 años y hablan de una ciudad cercana: Jerusalén. El historiador Flavio Josefo describía así los efectos de cinco meses de asedio a manos de las tropas de Tito Flavio Vespasiano. “No había llantos ni lamentos en medio de estas desgracias. Un profundo silencio y una noche llena de muerte se extendió por la ciudad”.

Desgraciadamente, el uso de la hambruna como arma de guerra no tiene nada de nuevo. Ya 500 años antes de que Flavio Josefo presenciara aquellas desgracias, Jerusalén había sufrido otro cerco de año y medio por parte del emperador babilonio Nabucodonosor II donde el hambre fue tan atroz que se dieron casos de canibalismo. La propia Biblia lo recoge en forma de maldición divina: “Les haré comer la carne de sus hijos y la carne de sus hijas, y cada uno comerá la carne de su amigo, en el asedio y en el apuro con que los oprimirán sus enemigos”.

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Lo más probable es que matar de hambre al enemigo sea un recurso militar tan antiguo como la propia guerra. Ya en la primera batalla medianamente bien documentada de la historia, en el siglo XV a. C., las tropas del faraón Tutmosis III acabaron asediando la ciudad cananea de Megido durante 7 meses, y Julio César hablaba orgulloso en el siglo I a. C. De que a sus soldados “no se les oyó ni una palabra indigna de la majestad del pueblo romano” cuando los galos cortaron sus líneas de suministro. Sin embargo, la distinción clave entre los objetivos militares y la población civil es una cuestión que no se abordó realmente hasta el siglo XX.

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Ruinas de la ciudad de Megido

Terceros

Flavio Josefo tuvo buen cuidado de decir en sus crónicas cuánto había lamentado Tito la desgracia de los hambrientos de Jerusalén, pero claramente no lo suficiente como para levantar el asedio. Sobran ejemplos a través de la historia: el rey asirio Asurbanipal decía en el siglo VII a. C. Que para someter a los tirios “hice escasear el agua y la comida que necesitaban para preservar sus vidas, los confiné en una dura prisión de la que no había escapatoria”, pero en 1863 las ordenanzas del ejército de EE. UU. Todavía decían que “es legal hacer pasar hambre al enemigo, armado o no, si contribuye a una victoria más rápida”.

Esa doctrina se aplicó una y otra vez para someter a las tribus indígenas. Asediarlas no era sencillo por el carácter nómada de muchas de ellas, pero sí se podían destruir sus fuentes de alimento. Como dijo un coronel del ejército por aquel entonces: “Cada búfalo que muere es un indio que se va”. En el caso de los bisontes, antes de la llegada de los colonos en 1607 había 60 millones de ellos en lo que hoy son EE. UU. Y Canadá. En 1890, ya quedaban menos de mil.

Los horrores del hambre en la guerra moderna

En Europa, como en todas partes, el concepto moderno de ayuda humanitaria no existió hasta bien entrado el siglo XX. Las tropas napoleónicas sitiaron más de una decena de ciudades españolas durante la guerra de la Independencia y solamente Girona, por ejemplo, sufrió tres cercos entre 1808 y 1809. En el último, resistió durante siete meses durante los que “los ratones eran muy apreciados y se vendían a ocho reales cada uno”, según una crónica.

La hambruna resultante mató en Girona a 10.000 civiles inocentes, y en Zaragoza la población quedó reducida a la mitad respecto a antes del sitio. Sus sufrimientos quedaron inmortalizados en los Episodios Nacionales de Benito Pérez-Galdós junto a los de Cádiz, que estuvo más de dos años sitiada por las tropas francesas: “Si hay hambre en Gerona la carne de gato dicen que no es mala. ¡Cuándo nos veremos fuera de estas murallas! ¡Cuándo se acabará esta maldita guerra!”.

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Los primeros intentos de ilegalizar el hambre como arma de guerra llegaron tras la Primera Guerra Mundial. La Comisión de Responsabilidades establecida por los ganadores incluyó explícitamente la “provocación deliberada del hambre en civiles” como una violación de las leyes de la guerra, pero le echó toda la culpa del conflicto a los imperios centrales, a pesar de que el propio Winston Churchill, entonces al frente de la marina británica, había definido su estrategia contra Alemania de forma bastante clara: “Hacer pasar hambre a toda la población hasta someterla, incluyendo hombres, mujeres y niños”.

Cuando llegó al poder, Hitler era muy consciente del papel clave que había tenido el hambre en la derrota de Alemania en aquella guerra y se dispuso a usar esos mismos instrumentos a su favor durante la Segunda Guerra Mundial. Los nazis desarrollaron un plan detallado para alimentar a sus tropas en la Unión Soviética mediante requisas, a pesar de que eran perfectamente conscientes del precio que pagaría la población: 4,2 millones de soviéticos fallecieron de hambre y enfermedades relacionadas.

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Bundesarchiv, Bild 146-1979-113-04 / Hübner / CC-BY-SA 3.0

Los nazis también sometieron a un asedio de 872 días a la ciudad de Leningrado, donde se calcula que murieron más de medio millón de civiles solo durante el invierno entre 1941 y 1942. “Una hambruna de una escala nunca vista en una sociedad urbana moderna”, según el historiador John Barber, de la Universidad de Cambridge, en la que un tercio de la población de la ciudad pudo huir, otro tercio murió y únicamente el tercio restante vivió para ver el final del sitio.

Los diarios de los que sufrieron el asedio son espeluznantes y el hambre es de largo su tema principal: “Me estoy convirtiendo en un animal, no existe nada peor que cuando todos tus pensamientos son sobre la comida”, escribía la adolescente Berta Zlotnikova. Debido a ella, decía Aleksandra Liubovskaia, los hombres y las mujeres, eran “idénticos... Avejentados, con los pechos hundidos, los vientres hinchados y en lugar de brazos y piernas solo huesos que asoman entre las arrugas”. Una ciudad, según Iván Savinkov, en la que quedaban “solo esqueletos, no personas”.

Fueron horrores como esos los que llevaron a la Convención de Ginebra a establecer, por primera vez, protecciones legales para la población civil durante un conflicto. Sin embargo, no fue hasta la aprobación de un protocolo adicional a estos textos en 1977 que se prohibió explícitamente “hacer pasar hambre a civiles como modo de hacer la guerra”, y también la destrucción de “objetos indispensables para la supervivencia de los civiles” como cultivos, ganado o instalaciones de agua potable.

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Civiles palestinos en uno de los comedores benéficos de Gaza

Ahmad Awad / EFE

En el papel de los tratados, las protecciones de ese artículo 54 son claras y parecen suficientes, pero no han valido para proteger a la población de Gaza, a pesar de que Israel los ha ratificado. Tampoco han podido salvar a la población de Yemen o el Congo, o a la de Sudán, que se enfrenta, a pesar de que su gobierno también ha firmado los tratados, a un desastre alimentario “no por sequías, inundaciones o terremotos, sino por el bloqueo de los bandos de un conflicto a la llegada de ayuda humanitaria”, según la ONU.

En la larguísima lista de líderes que han usado la hambruna como arma de guerra a través de la historia, lo único que diferencia a los ejecutores modernos de las estrategias de hambre de los faraones, césares y cónsules de la Antigüedad es que aquellos no sentían la necesidad de disimular sus fines.

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