Las minas antipersona vuelven a Europa: de la guerra de Crimea a la de Ucrania, su larga historia en los campos de batalla

Armamento

Su imagen ha basculado entre trampas traicioneras y armas fundamentales para la defensa. La amenaza rusa anula los filtros que algunos países de la OTAN habían adoptado en contra de su uso

Un soldado ucraniano desactiva una mina rusa dispuesta sobre una granada de fragmentación en un punto indeterminado del país en julio de 2023

Un soldado ucraniano desactiva una mina rusa dispuesta sobre una granada de fragmentación en un punto indeterminado del país

Scott Peterson/Getty Images

Las minas antipersona han vuelto a Europa. Esta pasada primavera, algunos países de la OTAN limítrofes con Rusia –Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Finlandia– manifestaron su intención de renunciar al Tratado de Otawa, que prohibía el uso, almacenamiento y producción de estas armas. El 29 de junio, Vladímir Zelenski anunció que Ucrania haría lo propio y lo justificó basándose en las necesidades defensivas para afrontar la invasión del Kremlin.

En el ambiente de optimismo por el final de la guerra fría, el Tratado de Ottawa se firmó en 1997 y se adhirieron a él 160 países, aunque con ausencias notables, como las de EE. UU., Rusia y China. Recibe ese nombre por la ciudad donde se firmó, pero el oficial es “Convención sobre la prohibición del empleo, almacenamiento, producción y transferencia de minas antipersonales y sobre su destrucción”.

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Ahora, en un mundo con tensiones geopolíticas cada vez más desatadas y con el abandono del Tratado de Ottawa por los cinco países de la OTAN más Ucrania, es una buena ocasión para recordar la presencia constante que han tenido las minas antipersona en los conflictos desde mediados del siglo XIX.

Aunque hay que ir más atrás para encontrar sus antecedentes. El uso de armas camufladas contra el enemigo es tan viejo como la propia guerra. Uno de los primeros ejemplos fue el gran entramado defensivo que Julio César dispuso en la batalla de Alesia y que él mismo detalló en La guerra de las Galias. Allí preparó trampas ocultas en hoyos con estacas y otros obstáculos letales.

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'Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César', por Lionel Noel Royer (1899)

Terceros

El empleo de dispositivos explosivos se originó en China, y aparecen registrados desde finales del siglo XIV, al comienzo de la dinastía Ming. Sus tropas instalaban trampas denominadas “trueno subterráneo que se eleva al cielo”. Eran explosivos que se escondían bajo objetos de valor, aparentemente abandonados en el campo de batalla como cebo para el enemigo.

Europa vivía ajena a estos avances y surgieron otros dispositivos. El que tuvo un empleo más extenso fue la fuogasse a partir del siglo XVI, invento del pirotécnico alemán Samuel Zimmermann, que consistía en practicar agujeros en el suelo y rellenarlos con pólvora y metralla. Cuando el enemigo se aproximaba, un defensor prendía una mecha o un cabo para que explotara.

Hijas de la Revolución Industrial

Los avances técnicos que trajo la Revolución Industrial a lo largo de la primera mitad del siglo XIX permitieron el desarrollo de trampas más efectivas, como la cápsula fulminante (o pistón), que abrió el camino a la creación de minas que detonaran por la presión de una pisada.

La primera guerra que dejó ver las posibilidades de estos nuevos dispositivos explosivos fue la de Crimea (1853-1856). Los rusos las utilizaron para defender sus posiciones en la península. Tal como las describieron observadores estadounidenses en el conflicto, consistían en una caja de unos 20 cm de lado dentro de otra para protegerla de la humedad. Cuando se ejercía una mínima presión sobre ella, se rompía un tubo con ácido sulfúrico que entraba en contacto con cloruro potásico y la mezcla hacía estallar la pólvora.

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Momento de la batalla del río Chórnaya, el 17 de agosto de 1855, durante la guerra de Crimea.

Algunos atribuyeron la autoridad de estos explosivos a Immanuel Nobel, padre del fundador de los premios, que había proporcionado a los rusos minas navales (útiles para mantener a la flota británica alejada de San Petersburgo). Otros apuntan a que el creador fue el ingeniero alemán Moritz Herman von Jacobi, quien también trabajó para los zares.

Moritz Herman von Jacobi

Moritz Herman von Jacobi

Dominio público

El conflicto que dio un paso más en la utilización de estas armas fue la guerra civil americana (1861-1865). En ella se emplearon por primera vez campos de minas con una gran cantidad de explosivos para cubrir amplias zonas. El ejército confederado (sureño) fue el bando que más los utilizó para defender sus posiciones ante las más numerosas fuerzas de la Unión.

Enseguida se vio que eran unas armas cuestionadas. Su gran impulsor, el general Gabriel J. Rains, desarrolló la espoleta a presión, que mejoró las minas desplegadas en el conflicto de Crimea. Los generales nordistas las detestaban por considerarlas una herramienta de cobardes, y algunos oficiales confederados compartían esta opinión.

Ataque a una trinchera durante la guerra de Secesión.

Ataque a una trinchera durante la guerra civil estadounidense

Dominio público

Fue también la primera vez que la prensa se fijó en las minas. La primera mención figuró en el semanario político Harper’s Weekly el 29 de marzo de 1862, donde se definieron como “máquinas infernales que podían hacer volar por los aires regimientos enteros sin siquiera la posibilidad de escapar”.

Pese a estas afirmaciones hiperbólicas, los efectos de las minas eran principalmente psicológicos. Apenas provocaron unos pocos centenares de muertos entre las filas de la Unión, lo que suponía un porcentaje muy bajo comparado con sus 140.000 caídos en combate.

Dos guerras mundiales y una fría

Las potencias europeas también consideraron efectivo utilizar minas en sus conflictos coloniales para derrotar a las fuerzas indígenas, que solían ser más numerosas. Aunque no siempre sirvieron, como le sucedió al general Charles Gordon en la fallida defensa de Jartum en 1885. Algo más de utilidad tuvieron en la segunda guerra bóer, donde las fuerzas británicas recurrieron a ellas para proteger la ciudad de Mafeking y las líneas de ferrocarril.

Las potencias impulsaron la fabricación de minas cada vez más letales. Un artefacto explosivo en vísperas de la Primera Guerra Mundial lanzaba unos 1.000 pedazos de metralla, frente a la veintena de los que expandía uno de la época de la guerra francoprusiana, casi cuarenta años antes.

En la Gran Guerra, no obstante, el protagonismo de las minas antipersona sería muy limitado. Ambos bandos las consideraban virtualmente inútiles, porque las grandes descargas de artillería las hacían detonar. Se prefirió recurrir a las ametralladoras y las alambradas para proteger las líneas de trincheras. Solamente hubo un uso destacado en frentes secundarios, como en África, o hacia el final de la guerra, cuando los alemanes las utilizaron para cubrir sus retiradas en Europa occidental.

En su arranque, la Segunda Guerra Mundial parecía que iba a repetir la tónica. Los aliados no contemplaron el uso de minas de manera masiva para contrarrestar los avances de la Blitzkrieg. Con la excepción de los británicos, que enterraron 350.000 explosivos en sus playas ante una hipotética invasión.

Soldado estadounidense usando un cuchillo para buscar minas

Soldado estadounidense usando un cuchillo para buscar minas

Dominio público

Pero todo cambió en 1942 con el giro en las tornas de la guerra. Entonces, las tropas del Tercer Reich tuvieron que ponerse a la defensiva y, ante un enemigo más numeroso, recurrieron a los campos de minas para proteger sus líneas en los diferentes frentes donde combatían.

Rommel empleó 500.000 minas (tanto antitanque como antipersona) en El Alamein. El “Zorro del desierto” fue un entusiasta de estas armas y pidió 200 millones de dispositivos para defender el “Muro Atlántico”. No se cumplieron sus deseos, pero, poco antes del Día-D, los alemanes habían desplegado cinco millones de explosivos en las playas del norte de Francia.

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Las minas antipersona solo causaron un 4% de las muertes en la Segunda Guerra Mundial. Las antitanques fueron más letales, ya que dejaron fuera de combate uno de cada cuatro blindados destruidos, según datos de Mike Croll, analista de seguridad y autor del libro Landmines in War and Peace: From Their Origin to Present Day (Pen & Sword, 2009).

Pero el impacto psicológico comenzó a extenderse por la sociedad. Las peligrosas labores de desminado en Europa se cobraron miles de víctimas entre 1945 y 1948. Muchos de estos trabajos los llevaron a cabo prisioneros de guerra alemanes, lo que generó un debate sobre si era un trato humanitario a un enemigo vencido o un justo castigo, como se retrató en la película Bajo la arena (Land of mine, 2015).

La guerra de Vietnam marcó un punto de inflexión en el uso de minas antipersona. El Viet Cong fue especialmente efectivo usándolas y causaron un 30% de las bajas estadounidenses (muertos y heridos). Antes de ser el artífice de la Tormenta del Desierto, el general Norman Schwarzkopf dirigió unidades de infantería en el conflicto asiático y reconoció que las trampas explosivas eran una de las principales causas de desmoralización entre sus tropas.

Los estadounidenses también recurrieron a un buen número de minas para limitar los movimientos de sus enemigos en Vietnam. Esto propició que no solo hubiera explosivos en el frente (que no existió como tal en esta guerra), sino que se desperdigaron por todo el país, exponiendo a miles de civiles a sus efectos.

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La cantidad de víctimas atribuibles a las minas durante la guerra es difícil de calibrar, pero el problema siguió muchos años después del fin del conflicto. Según la ONG belga APOPO, experta en desminado, casi 39.000 personas han muerto y 66.000 han sido heridas por explosivos desde 1975.

Vietnam marcó la tónica para otros conflictos en el tramo final de la guerra fría, como Angola, Afganistán, Nicaragua… Tanto las guerrillas como las fuerzas contrainsurgentes vieron en las minas armas muy útiles, pero que imponían un alto precio de vidas civiles. En los años ochenta y noventa fue creciendo la concienciación sobre la necesidad de proteger a la población.

Mina antipersona Valmara 69

Mina antipersona Valmara 69, Kuwait, 1992

Dominio público

Gracias al trabajo de activistas de decenas países, agrupados en la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersona y con el apoyo de personalidades como Diana de Gales, se logró un compromiso internacional materializado en el Tratado de Otawa. Esta cruzada tuvo su reconocimiento con el Nobel de la Paz de 1997.

Más allá del camino incierto que abren los países de la OTAN y Ucrania, la verdad es que las cifras de la ONU no invitan al optimismo. Según este organismo, entre 1999 y 2020, 143.000 personas perdieron la vida por las minas antipersona en diversos puntos del planeta. Parece que a estos explosivos aún les queda mucha historia. 

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