Durante la República de Weimar, Alemania fue un hervidero cultural, con figuras como Bertolt Brecht, Thomas Mann o Fritz Lang. Pero con la llegada de los nazis al poder, todo cambió. Las primeras víctimas fueron los libros: se organizaron purgas literarias en universidades y bibliotecas. Se quemaron obras de autores judíos o considerados ideológicamente peligrosos, como Franz Kafka o Stefan Zweig.
El ataque se extendió también al mundo del arte. En 1937 se inauguró la exposición “Arte degenerado”, organizada para ridiculizar las vanguardias. Obras de Kandinsky, Klee o Chagall fueron expuestas con comentarios ofensivos. Sin embargo, esta muestra fue un éxito de público. Muchas de esas piezas, aunque vilipendiadas por el régimen, fueron vendidas en el extranjero para financiar a los nazis.
Hitler, rechazado en su juventud por la Academia de Bellas Artes de Viena, soñaba con construir un gran museo en Linz, el Führermuseum, que albergara lo mejor del arte europeo en su óptica. Para llenar sus salas, el régimen necesitaba colecciones enteras, que fueron obtenidas a través del saqueo.
Tras la anexión de Austria se institucionalizó el expolio. Con la invasión de Europa se organizó el saqueo sistemático a través de la Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg (ERR), unidad activa en los numerosos países afectados por esta ocupación. París fue uno de los principales objetivos. El Museo del Louvre logró evacuar obras clave como la Mona Lisa gracias a la previsión de su director, Jacques Jaujard. Sin embargo, muchas otras piezas fueron almacenadas en el Jeu de Paume, donde Göring elegía personalmente lo que deseaba para su colección privada.
Rose Valland, conservadora del Jeu de Paume, espió discretamente a los nazis y registró cada movimiento de arte robado. Su labor permitió recuperar hasta 60.000 obras tras la guerra. Muchas fueron halladas por los Monuments Men, un cuerpo de expertos aliado encargado de proteger y rescatar patrimonio. El mayor alijo fue descubierto en la mina de sal de Altausee, salvado in extremis por mineros austríacos que sabotearon los planes nazis de destruirlo.
Una de las historias más singulares fue la del falsificador holandés Han van Meegeren, que logró engañar a Hermann Göring con una supuesta obra de Vermeer. Detenido por traición tras la guerra, se salvó de la pena de muerte al demostrar que la obra era falsa… y que él era el autor. Se volvió célebre y hoy sus falsificaciones incluso se cotizan.

Han van Meegeren pintando 'Jesús entre los doctores' en 1945
Muchas obras siguen desaparecidas hoy. En 2009, la Declaración de Terezín reafirmó el compromiso de los países europeos con la restitución. España tiene desde 2017 una ley que lo garantiza. No han faltado devoluciones recientes, como la de dos obras a los herederos de los Czartoryski en 2020. El expolio nazi aún tiene ecos en el presente.
Para profundizar en el tema, Isabel Margarit, directora de Historia y Vida, y la periodista Ana Echeverría Arístegui recomiendan El expolio nazi, de Miguel Martorell (Galaxia Gutenberg, 2020), una completa radiografía del saqueo que organizó el III Reich. También podemos disfrutar de The Monuments Men, la película que dirigió George Clooney en 2014 sobre el famoso comando de rescate de obras de arte.
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