El Estado de Palestina cuenta con un respaldo masivo en la ONU: un 78% de los países miembros del organismo internacional ya han oficializado su reconocimiento. Hasta potencias como el Reino Unido, Francia y Canadá han dado el paso. Lo han hecho, argumentan, para reavivar la esperanza de paz en Oriente Medio.
Pero los buenos deseos chocan con la realidad. Hoy, la existencia de un Estado palestino parece más lejana que nunca.
En primer lugar, Palestina no controla su territorio. Su hipotético Estado tendría que estar formado por Cisjordania y Gaza, dos regiones en las que la presencia de Israel no ha dejado de aumentar en los últimos tiempos.
El caso de la franja es el más sangrante: actualmente, cerca del 82% del enclave está en manos del ejército israelí o bajo órdenes de desplazamiento, según datos de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés). Y, tras casi dos años de guerra, la devastación es total: no solo los muertos por el fuego israelí superan los 65.000 –de acuerdo con el recuento de las autoridades locales–, sino que más del 90% de las viviendas han sido destruidas o dañadas.
Pese a la creciente presión internacional, Israel no da visos de poner fin a esta ocupación. Todo lo contrario: al mismo tiempo que los tanques se adentran en la capital de la franja, el Gobierno de Beniamin Netanyahu habla de repartirse Gaza con EE.UU. “Toca empezar a construir”, dijo la semana pasada el ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, quien anticipó un boom inmobiliario cuando finalice la ofensiva.
La sombra de la anexión también planea sobre Cisjordania. Los socios más extremistas de Netanyahu lo planteaban abiertamente hace unos días: Israel debe acelerar sus planes para la absorción de este territorio ocupado, la “Judea y Samaria” bíblicas, con el fin de echar por tierra cualquier proyecto de Estado palestino.
No son amenazas huecas. Desde el inicio de la guerra en Gaza, el Gobierno israelí –que controla directamente más del 60% de Cisjordania, en virtud de los Acuerdos de Oslo– ha impulsado de forma notoria la expansión de los asentamientos judíos en la región, donde ahora viven más de medio millón de colonos. En este tiempo se han creado al menos una cuarentena de nuevos asentamientos. Además, se ha aprobado un macroproyecto de 3.400 viviendas que interrumpirá la continuidad territorial palestina y cimentará el control israelí sobre Jerusalén –ciudad en la que, según el derecho internacional, debería ubicarse la capital de Palestina–.
Cada nuevo asentamiento va acompañado de carreteras y puntos de control de uso exclusivo para los israelíes, lo que va confinando a la población local en espacios cada vez más reducidos, desconectados del resto del territorio. Un informe de la OCHA de inicios de año documentaba hasta 850 obstáculos distintos al movimiento para los palestinos de Cisjordania, frente a los 565 que había antes del comienzo de la guerra de Gaza.
La Autoridad Nacional Palestina (ANP), que administra alrededor del 40% de Cisjordania, ha expresado su rechazo frontal a la política expansionista de Israel, pero tiene las manos atadas.

Un muro separa al asentamiento judío de Neve Yaakov del barrio palestino de Al-Ram en la Cisjordania ocupada
Precisamente, la ausencia de un liderazgo sólido constituye el otro gran obstáculo para el proyecto de un Estado palestino. La ANP goza de escaso respaldo entre los palestinos. Las acusaciones de corrupción y de complicidad con el Gobierno israelí minan su credibilidad ante una ciudadanía que no vota en unas elecciones generales desde el 2006, cuando la victoria de Hamas frente a Fatah propició una grave crisis política que derivó en enfrentamiento armado.
Más allá de su mala imagen, la ANP tampoco cuenta con un relevo claro para su actual presidente Mahmud Abbas, de 89 años. El candidato preferido, según los sondeos, sería Marwan Barghouti, líder de la Segunda Intifada, pero se encuentra en una prisión israelí desde hace más de dos décadas, cumpliendo una condena a perpetuidad por terrorismo. Su liberación no figura en los planes de Israel.
Teniendo en cuenta que Hamas –que controla políticamente Gaza desde el 2007– no es considerado un interlocutor válido por gran parte de la comunidad internacional, no se atisba en el horizonte un actor que pueda dar un impulso real al Estado de Palestina. Un Estado que, en cualquier caso, Netanyahu ya ha dicho por activa y por pasiva que “no se establecerá”.