El mundo según Trump

visión periférica

El mundo según Trump
News Correspondent

La perspectiva global de Donald Trump se condensa en 33 páginas. Estas páginas componen la actualizada “Estrategia Nacional de Seguridad”, la cual revisa y rectifica las principales directrices de la política exterior estadounidense a lo largo de la historia. Su estilo y materia, una amalgama de análisis y argumentos ideológicos, a veces evoca un folleto político. No obstante, su examen ilumina la nueva dirección de la política exterior de los Estados Unidos.

Desde que Trump retomó el poder en enero, hace menos de un año, ha demostrado su deseo de un cambio radical. La nueva estrategia lo confirma, poniendo fin al período posterior a la Guerra Fría donde Estados Unidos buscó dominar a nivel global. El documento, que establece como máxima prioridad para la nación garantizar su liderazgo en América, o el Hemisferio Occidental, indica: “Las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente de Estados Unidos sobre el mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país. Sin embargo, los asuntos de otros países solo nos incumben si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses”.

Estados Unidos vuelve a la doctrina Monroe y enfoca su interés en el Hemisferio Occidental.

La ilustración que acompaña este reportaje presenta de forma satírica un escenario global dividido en tres zonas principales, cada una gobernada por una figura prominente superseñores feudales –el propio Trump, el ruso Vladímir Putin y el mandatario chino Xi Jinping–. “El peor mapa geopolítico que he visto en mucho tiempo; tan malo que vale la pena compartirlo”, manifestó el analista político estadounidense Ian Bremmer, quien preside el Grupo Eurasia, al compartirla en plataformas sociales (sin mencionar al creador).

El mapa representa de forma satírica la inclinación de Trump a respaldar una nueva configuración global dominada por hombres fuertes y segmentada en áreas de influencia. Esto es algo que, en cierta medida, está ocurriendo al adoptar las posturas de Rusia respecto a Ucrania. Cada uno con lo suyo. No obstante, existe un tope: mientras Estados Unidos conserve su estatus de principal potencia mundial. “EE.UU no puede permitir que ninguna nación se convierta en tan dominante que amenace nuestros intereses”, subraya la reciente estrategia de seguridad.

La principal fortaleza a resguardar de intereses ajenos es el Hemisferio Occidental. El documento revive y actualiza la doctrina Monroe —renombrada por los observadores como Donroe —, que postula que el continente americano debe constituir el ámbito de influencia exclusivo de EE.UU. Y estar libre de intromisiones externas. En la época en que James Monroe formuló su doctrina, en 1823, los oponentes eran las potencias europeas. Actualmente, el adversario es China, que ha incrementado considerablemente su comercio e inversiones en América del Sur durante los últimos años.

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Ilustración satírica que representa el globo terráqueo repartido entre tres influyentes señores feudales.

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Al igual que en el pasado, la meta de EE.UU. Es impedir que potencias foráneas “posicionen fuerzas u otras capacidades amenazantes, o posean o controlen estratégicamente activos vitales” el Hemisferio Occidental, abarcando desde infraestructuras críticas hasta recursos naturales vitales. Paralelamente a esta inquietud, existe el propósito de garantizar la colaboración de las naciones americanas en la contención de la inmigración a gran escala y el tráfico de drogas, dos de las principales prioridades del gobierno actual.

Antes de que se diga, los Estados Unidos ya han comenzado a implementar esta política con firmeza, como lo demuestran su agresiva presión comercial sobre Canadá y México, la coerción para apartar a China de la administración del canal de Panamá, la deportación a gran escala de migrantes a diversas naciones centroamericanas, la intervención económico-política para respaldar a Javier Milei en Argentina, la interferencia en los comicios de Honduras, o la insistencia sobre México, Colombia y Venezuela para luchar contra las organizaciones de narcotráfico. El envío de una considerable fuerza naval al Caribe, al tiempo que se advierte a Caracas sobre una posible intervención para remover a Nicolás Maduro del poder, ilustra la renovada ambición de Washington de actuar como una fuerza policial.

La segunda gran inquietud de EE.UU. Es Asia, lo que refuerza el cambio en la política exterior que el demócrata Barack Obama ya inició en la década anterior. Washington no desea perder influencia en esta área vital y, con ese fin, su meta principal es “reequilibrar” las conexiones económicas con China, desalentar cualquier enfrentamiento bélico y garantizar la libre circulación marítima en la zona, lo cual implica salvaguardar la situación actual en Taiwán. En cualquier caso, con Pekín se busca “mantener una relación económica genuina y mutuamente ventajosa”.

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África y Oriente Medio reciben una cobertura insuficiente. Resulta notable la frialdad con que el documento trata la situación en Oriente Medio, a pesar de la implicación personal de Trump en el conflicto palestino-israelí: “Los días en que Oriente Medio dominaba la política exterior americana (...) Afortunadamente han acabado”.

Resulta interesante comparar la forma en que se trata a China, a la que se le critican sus métodos comerciales y poco más, con la que se da a Europa, a la que se considera casi un oponente. Washington afirma que ya no busca ser el protector de los derechos humanos, la libertad y la democracia a nivel global, sino que se enfoca únicamente en sus propias prioridades. “Buscamos buenas relaciones y relaciones comerciales pacíficas con las naciones del mundo sin imponerles cambios democráticos o sociales”, manifiesta. Sin embargo, esta postura no la extiende a Europa. Posiblemente porque en este continente sí percibe que sus intereses están en riesgo.

Ciertamente, en relación con Europa, la Administración Trump describe un escenario desolador –incluso prediciendo el ocaso de la civilización europea debido a la inmigración foránea– y critica severamente a la UE, a la que señala como una entidad no democrática que restringe la libertad y debilita la autonomía de las naciones (además de aplicar estrictas normativas a las grandes empresas tecnológicas de Estados Unidos). Con el fin de enmendar esta circunstancia, Washington planea intervenir brindando respaldo a los “partidos patrióticos” (partidarios del nacionalismo y la ultraderecha), quienes son vistos como “aliados”. Los dirigentes del continente aún no han asimilado la sorpresa.

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