Tropezarse no siempre es mala suerte. A veces, según el doctor Manuel Sans Segarra, es exactamente lo que se necesita. El camino, dice, no está ahí para llevar a ninguna parte concreta, sino para ir dejando atrás lo que sobra. Y cuando algo duele, no hay que entenderlo como un castigo, sino como una especie de pista que señala lo que aún queda por pulir.
La idea puede sonar extraña, pero en su forma de ver la vida, cada paso tiene sentido, incluso cuando parece que uno se ha perdido. La clave no está en evitar las piedras, sino en verlas como parte del aprendizaje.
Evolución como propósito
La vida como un proceso de depuración constante
Sans Segarra parte de una convicción totalmente personal: “No creo en el azar, ni en la casualidad, sino en la causalidad”. Desde esa certeza, defiende que nada llega porque sí. Según su planteamiento, las dificultades no se interponen porque el universo tenga un mal día, sino porque algo interno las atrae.
Son una especie de mecanismo correctivo que ayuda a reencauzar. En su propio recorrido, cada tropiezo le ha servido para ajustar el rumbo, con una idea clara: “Este camino lo tenemos marcado para ir eliminando impurezas y llegar a nuestra supraconciencia”.
No se trata de improvisar un propósito sobre la marcha. Lo que plantea es que ese objetivo ya viene incorporado desde el nacimiento, como si la vida trajera de serie una dirección concreta. Aunque no se conozca desde el principio, cada experiencia empuja hacia él. El trayecto está lleno de pistas, y cada una revela algo más del sentido profundo de esa dirección.
Lo que él llama “supraconciencia” no es un lugar ni una meta concreta. Es más bien una forma de estar, un nivel de conciencia más depurado al que se accede, asegura, superando obstáculos. Lo curioso es cómo resignifica el sufrimiento: “Ante un problema que me condicionará dolor y sufrimiento, me hace evolucionar, me hace comprender en qué estoy equivocado, en qué estoy apartado de mi supraconciencia”. Para él, cada dificultad es una pista, no una trampa.
Todo esto, que podría parecer esotérico, en su boca funciona más como una lógica vital. Y aunque el concepto suene abstracto, su visión tiene una base sencilla: los golpes enseñan. Y si se aceptan como parte del viaje, incluso pueden convertirse en aliados.