El bienestar físico y emocional es uno de nuestros principales objetivos vitales. Tal y como ocurre con el cuerpo, el cerebro sufre las consecuencias del día, cada uno distinto del anterior. Tan pronto como nos despistamos, podemos sentir dolor, agotamiento, pulsaciones, ansiedad, nervios y muchas más afectaciones. El cuerpo debe estar limpio por dentro y por fuera, pero la mente también merece una atención especial.
En este sentido, una de las grandes preguntas que surgen es: ¿por qué la sensibilidad sigue siendo vista como un prejuicio, en vez de una virtud? Una duda que ha querido resolver Inma Puig, psicóloga clínica que trabajó para el Futbol Club Barcelona durante 15 años. Mediante una intervención en Aprendemos Juntos 2030, el ciclo de conferencias de BBVA, la invitada destacó el hecho de que este concepto se asocia a la fragilidad por determinados sectores.
“Esta resistencia a compartir emociones y sentimientos viene dada porque todavía está asociada a debilidad, a vulnerabilidad. La idea de que, si muestras tus sentimientos, estás enseñando unas cartas donde luego te pueden hacer daño por ahí, y nadie quiere ser vulnerable. Pero, el compartir las emociones y los sentimientos no es un indicador, ni de vulnerabilidad, ni de debilidad, al contrario, es un indicador de sensibilidad”, expresaba.
“Solo el sensible es confiable. No hay que fiarse del insensible. De estas personas frías y duras que van a sacar provecho a costa de la salud emocional de estas personas, son una especie que tendríamos que ponerla dentro de las especies a extinguir. El pasado ha sido de los fuertes físicamente. El futuro es de los sensibles”, sentenciaba. Otro elemento por supervisar es el estado de nuestro cerebro, y cómo podemos evitar flagelarnos constantemente.
Pensar de forma más crítica
“Suponte que tú vas caminando por la calle y de repente una persona se tropieza. Lo primero que va a aparecer en tu habitáculo mental es como asomarte para saber si está bien, si se ha hecho daño, si la tienes que ayudar. Ahora, muchos nos hemos tropezado en la calle, y los que nos hemos tropezado, uno sabe que, si uno se tropieza en la calle, lo primero que aparece es ‘qué tonto, qué distraído’. La pregunta es: ¿por qué uno, a uno mismo, no se pregunta cómo estás?”, cuestionaba Mariano Sigman, neurocientífico argentino.
“¿Te duele algo? ¿Hay algo que pueda ayudarte? Esto no es casual, sino que hay una especie de eje que va desde dos predisposiciones distintas. Una es la compasión: ¿cómo puedo hacerlo para el que lo está pasando mal lo esté pasando mejor? La otra es lo que se llama el juicio crítico, que es cuando ves a alguien que ha hecho mal algo, por ejemplo caerse, lo primero que piensas es: ¿cómo puedo hacer para que esto no suceda otra vez?”, planteaba.