Cuando la cuerda de la vida se tensa, ya sea por una pérdida, una crisis o un desafío inesperado, podemos quedarnos observando sin hacer nada, dejar que se rompa, esperar a que alguien la repare por nosotros o arreglarla por nuestra cuenta.
A quienes eligen esta última opción, el escritor y experto en desarrollo personal Francesc Miralles los denomina Homo Solver. Este es también el concepto que da título a su último libro, escrito junto a su compañero Álex Rovira. El Homo Solver representa un paso evolutivo más allá del Homo Sapiens: un ser humano que ya no se define solo por lo que sabe, sino por su capacidad para afrontar la adversidad, transformar los problemas en oportunidades y ofrecer respuestas creativas al dolor. Desde La Vanguardia, hablamos con Miralles para explorar cómo ese Homo Solver pasa de la palabra a la acción, entrena su resiliencia y entiende que el entorno no solo influye, sino que es clave para crecer y evolucionar.

Francesc Miralles, experto en desarrollo personal
¿Por qué pasamos más tiempo hablando de los problemas en lugar de invertir ese tiempo en resolverlos?
Vivimos mucho en lo mental. El Homo Sapiens se caracteriza por su conciencia, y eso nos lleva a hablar de las cosas más que a hacerlas. Puedes quedar con una amiga que te habla dos horas de los defectos de su pareja… pero no cambia de pareja. ¿Por qué? Porque es más fácil quedarse en la mente que tomar decisiones que implican sacrificios. Y tomar decisiones siempre significa perder algo y ganar otra cosa. La mayoría de la gente pasa el 90 % del tiempo pensando en lo que hará y solo un 10 % haciendo algo. Si realmente queremos ser Homo Solver, personas que resuelven, hay que invertir eso: pensar un poco, sí, pero sobre todo actuar. Hay cosas que solo sabrás si funcionan cuando las haces. Desde la mente, desde la discusión o desde la queja, no vas a cambiar nada.
El miedo es como un músculo que se puede entrenar. Y si haces, poco a poco vas ampliando tu vida
Muchas veces no actuamos, no por falta de soluciones, sino por miedo. ¿Cómo se vence ese bloqueo?
Primero hay que entender que el miedo es algo natural en todas las personas, y que cada quien tiene los suyos. Hay quienes temen al vínculo, otros a perder lo que han logrado profesionalmente, y también quienes temen los cambios en el mundo. El miedo es una señal, una puerta que debemos atravesar. Los grandes terapeutas dicen que el miedo no se supera, se acepta. Por ejemplo, cuando empecé a dar conferencias, tenía miedo de hablar en público. Me ayudó mucho un libro que se llama Aunque tengas miedo, hazlo igual. Así que subía al escenario con miedo, y daba la charla. Con la repetición, al hacer algo muchas veces, el miedo se va haciendo más pequeño. Si, en cambio, obedeces al miedo, este puede convertirse en fobia. Si me da miedo la gente y me encierro en casa, puedo acabar convirtiéndome en alguien que ni siquiera se atreve a coger el metro. El miedo es como un músculo que se puede entrenar. Y si haces las cosas con miedo, poco a poco vas ampliando tu vida. Si te dejas guiar por él, en cambio, te vas paralizando.

Francesc Miralles, experto en desarrollo personal
¿Por qué nos preocupamos tanto por lo que no podemos controlar?
Al ser humano le gusta predecir las cosas; necesitamos seguridad. Venimos de épocas en las que la vida era muy frágil. En la era de los cazadores-recolectores, la esperanza de vida era de unos 30 años y dependíamos de prever cuándo habría caza, de protegernos de tribus enemigas, de sobrevivir al frío, a las tormentas... Por eso desarrollamos esa necesidad de controlar. Hoy tenemos muchas comodidades, pero ese instinto controlador sigue ahí. Sin embargo, la pandemia, las guerras actuales o la irrupción de la inteligencia artificial nos han recordado que, en realidad, no controlamos nada: las cosas simplemente suceden. Aquí es útil la sabiduría de los estoicos, que distingue entre dos tipos de cosas: las que dependen de ti y las que no. A lo que depende de ti, dedícale energía: mejorar tus hábitos, controlar tus reacciones, hacer cambios reales. Lo que no depende de ti —como quién ganará las elecciones, el carácter de tu madre o qué pasará en el mundo— no merece tu energía. Una forma efectiva de gestionar tu tiempo y tu paz mental es dedicarte solo a lo que depende de ti.
Una forma efectiva de gestionar tu tiempo y tu paz mental es dedicarte solo a lo que depende de ti
Y cuando superamos una adversidad, se habla de resiliencia. ¿Crees que se nace con resiliencia o se aprende?
En toda persona hay tres ingredientes fundamentales: el carácter con el que naces, el entorno en el que creces y lo que haces por ti mismo. Hay personas que nacen resilientes, lo vemos incluso en los bebés; algunos lloran mucho y otros afrontan el entorno con más calma. Luego está el entorno en el que te crías: si te impulsa a levantarte, a no rendirte, a no victimizarte, favorece el desarrollo de la resiliencia. Si tus padres confiaban en ti, te animaban a ser valiente y a probar cosas nuevas, ese entorno te fortalecía. Pero si fuiste un niño sobreprotegido, con mensajes constantes como “cuidado que te vas a caer” o “cuidado con esto, con aquello”, entonces no fomentaron tu resiliencia, sino tu indefensión, haciéndote sentir que el mundo es un lugar peligroso. Así, por un lado, está el carácter propio, por otro, lo que te transmitieron tus padres y profesores, y finalmente, lo que tú haces por ti mismo. Lo importante es entender que la resiliencia también se puede cultivar en la edad adulta.
¿Y qué se puede hacer en la edad adulta para entrenar la resiliencia?
Aquí ya depende de cómo entrenes tu propia mente. Puedes haber sido un niño miedoso, pero aprender a ser valiente. Como decía antes, aunque algo te dé miedo —por ejemplo, volar en avión—, eso no debería impedirte viajar con tus amigos a Canarias. Ahí estás desafiando tu miedo, y eso es resiliencia. Si aparecen dificultades, en vez de paralizarte y caer en el “pobre de mí”, sigues intentándolo, sigues trabajando. La resiliencia se entrena. Mira el caso de quienes se dedican a carreras artísticas, como la pintura, el cine o la música: les cierran quinientas puertas antes de que se abra una. La constancia, la fe en que al final vas a lograr algo, eso es resiliencia. Y eso ya depende de tu actitud y del compromiso que tengas con tus objetivos.
Cuando te obsesionas con el trabajo, en realidad estás usando una máscara para evitar enfrentar aspectos íntimos contigo mismo o con tu familia
En esta nueva, también hay una obsesión por la productividad. ¿Qué consecuencias tiene esta obsesión y cómo podemos afrontarla?
En esta nueva era, también existe una fuerte obsesión por la productividad. En un mundo donde cada vez hay más personas freelance, que no trabajan por horario sino por objetivos, se valora más a quien consigue más resultados. El problema que he visto siempre en los autónomos es que el trabajo acaba ocupando las 24 horas del día, los siete días de la semana, y se convierte en su razón de ser. Esto ocurre especialmente en los hombres, porque, debido al patriarcado y a ciertos prejuicios, muchos identifican su valor personal con su carrera profesional más que las mujeres. Así, el hombre inmaduro emocionalmente, que no sabe tener conversaciones íntimas con su pareja o con sus hijos, se refugia en el trabajo; actúa como si fuera indispensable, como si sin él el mundo no funcionara. Pero eso es un engaño. No hay ningún trabajo que justifique estar más de ocho horas al día: ni ser político, ni pilotar un portaaviones. Son excusas para no afrontar temas personales que no nos atrevemos a mirar. Cuando te obsesionas con el trabajo, en realidad estás usando una máscara, una justificación para evitar enfrentar aspectos íntimos contigo mismo o con tu familia.
¿Qué papel juega el entorno social en nuestra capacidad para superar la adversidad?
Por un lado, influye lo vivido en la infancia: cómo eran tus padres, cómo te trataban, si te empoderaban o te hacían sentir incapaz; o cómo fueron tus profesores, si te valoraban o solo te señalaban los errores. Pero en la vida adulta, el entorno social también es fundamental. Lo decía Jim Rohn: eres la media de las cinco personas con las que más tiempo pasas. Si tus amistades son negativas, si te repiten que no lo vas a lograr, que no lo intentes, que te están engañando… ese mensaje, por contagio emocional, termina por calarte. Al final, acabamos pareciéndonos a las personas que nos rodean. Por eso, si notas que tu entorno no te hace bien, es buena idea empezar a rodearte de otro tipo de personas. Y aunque al principio dé miedo, acércate a la gente que admiras. Di: “Quiero estar cerca de esta persona porque me encanta cómo es y me gustaría parecerme a ella.” Esa es una excelente manera de aprender y crecer.