Crecer no siempre se siente como avanzar. En muchas ocasiones, el verdadero cambio personal llega acompañado de ruptura, dolor y desconcierto. Lejos de la imagen luminosa y progresiva del desarrollo personal, hay un tipo de transformación más silenciosa, más cruda, que ocurre cuando algo dentro se rompe para dar paso a una nueva versión de uno mismo.
La escritora Tati Ballesteros reflexiona sobre esta idea en un vídeo que ya supera las 500.000 visualizaciones, donde habla del crecimiento como un proceso que a veces parece más demolición que construcción. “Aunque suene paradójico, toda transformación real implica una ruptura interna”, afirma.
“Crecer a veces es como una demolición”, asegura. “Algo se parte: una creencia, una relación, una identidad. Y en ese silencio roto, empieza el verdadero crecimiento”, añade.
El cambio tampoco empieza en la zona de confort
No solo se crece sumando
Según Ballesteros, hemos sido educados para asociar el crecimiento con el sumar (años, logros, experiencias...). Pero pocas veces se nos enseña que también se crece al soltar, al perder, al mirar de frente aquello que ya no funciona y tener el valor de dejarlo atrás.
El crecimiento profundo, el que realmente transforma el modo en que entendemos y habitamos la vida, raramente surge desde la comodidad. A menudo, llega después de una crisis, de una pérdida o de una incomodidad persistente. Es entonces cuando muchas personas comienzan a hacerse preguntas difíciles y necesarias.
Por otro lado, tampoco es fácil dejar atrás partes de nosotros mismos, sobre todo cuando aún no sabemos qué ocupará su lugar. Por eso, según la escritora, crecer también requiere coraje.
Es decir, mirarse al espejo con honestidad y reconocer que algo ya no encaja, aunque haya formado parte de nuestra identidad durante años. “Hay que ser valiente para destruir partes de ti mismo sin garantías de lo que va a nacer. Pero ahí es cuando florecen las cosas”, concluye.
En definitiva, Ballesteros remarca la importancia de aprender a sostenernos en medio de lo incierto, entender que no todo lo que se rompe es un final, y que a veces, el mayor acto de autocuidado es permitirnos cambiar, aunque duela.

 
            
