Desde la infancia hasta la adultez, el ser humano busca a personas con quienes relacionarnos, sentirnos valorados y queridos. Abraham Maslow, psicólogo estadounidense conocido por la teoría de la pirámide de necesidades humanas, afirmaba que, una vez cubiertas las necesidades básicas y de seguridad, surge la necesidad de afiliación. Es decir, el deseo de pertenecer y ser aceptado en un grupo. Según Maslow, esta necesidad no es un lujo ni un capricho, sino un elemento esencial para el bienestar emocional. La falta de aceptación o el rechazo generan dolor, frustración y soledad, e incluso pueden bloquear el desarrollo de necesidades superiores, como la autoestima y la autorrealización.
En este sentido, formar parte de una comunidad de amigos, de la familia o de una pareja es clave para sentirnos acompañados y reconocidos. Sin embargo, en la edad adulta este proceso se vuelve más complejo. Crear nuevas amistades resulta difícil, ya que el tiempo social suele reducirse al trabajo y al ámbito familiar. Además, muchas personas tienden a acomodarse en sus relaciones sin cuidarlas, algo que a largo plazo generar decepciones y expectativas poco realistas, porque la manera en que funciona la amistad adulta no siempre coincide con la visión que tenemos.

Hacer amigos en la adultez requiere un mayor esfuerzo
Mel Robbins, reconocida coach y autora, invita en su teoría Let Them a replantear cómo entendemos las relaciones sociales. Robbins señala que solemos pensar que, si formamos parte de un grupo, automáticamente deberíamos ser incluidos en todas las actividades. Sin embargo, la amistad en la adultez no funciona así. Según ella, debemos dejar que las personas vivan su vida, entendiendo que cada uno atraviesa sus propios procesos y que la dinámica social cambia con el tiempo.
Esperas que los demás te den las cosas que quieres en la vida. Y por eso te sientes cansado y agotado, porque esperas que ellos te elijan
Robbins explica que la amistad en la madurez se parece más a un “deporte individual”: no se trata de esperar que los demás nos integren, sino de asumir la responsabilidad de nuestro propio esfuerzo para integrarnos. Ella misma relata su experiencia personal al mudarse a Vermont a los cincuenta años, después de décadas viviendo en Boston. Fue la etapa en la que más sola se sintió, como si hubiera vuelto a la primera semana de universidad. “Allí descubrí que la única forma de encontrar a tu gente es buscándola activamente y asumiendo la responsabilidad de conectar con otros”, señala.
Esta idea se puede extender más allá de la amistad. Mel Robbins advierte que, en muchas áreas de nuestra vida, solemos esperar que los demás tomen la iniciativa: que nos elijan, que se comporten como queremos, que nos den ese ascenso soñado en el trabajo, y en definitiva, que creen por nosotros la vida social o incluso el camino que deseamos seguir. Esa dependencia nos desgasta, nos hace sentir cansados y agotados, porque delegamos nuestro bienestar en factores externos que no podemos controlar.
Por ello, la coach propone un cambio de perspectiva: invertir la expectativa en nosotros mismos. En lugar de esperar a que los demás hagan, debemos preguntarnos qué estamos dispuestos a hacer nosotros, qué acciones queremos emprender y de qué manera decidimos presentarnos ante el mundo. Al soltar la necesidad de controlar o de ser elegidos, se gana libertad y poder personal.