Frente a la costa sur de Tanzania, en una pequeña isla de coral batida por el océano Índico, se levantan las ruinas de Kilwa Kisiwani, uno de los puertos más poderosos de África oriental en la Edad Media. La UNESCO recuerda que, entre los siglos XIII y XVI, sus mercaderes manejaban buena parte del comercio del Índico: oro, plata, perlas, perfumes, cerámica persa y porcelana china pasaban por sus manos.
La isla fue el corazón de un sultanato suajili que controlaba las rutas entre el interior africano y Arabia, India o China. Una misión de evaluación para UNESCO sitúa el primer asentamiento en torno al año 800 y describe el auge del sultanato entre los siglos XI y XV, cuando Kilwa llegó a ser probablemente el más rico de los Estados suajili, con gobernantes que acuñaban su propia moneda.
Ese poder se tradujo en piedra: mezquitas, palacios, murallas y una fortaleza costera levantada en parte sobre estructuras portuguesas posteriores. La autoridad de gestión patrimonial de Tanzania resume hoy el conjunto como un área con ruinas construidas en coral y mortero de cal, entre las que destacan la Gran Mezquita, el palacio de Husuni Kubwa y el fuerte conocido como Gereza.
Fortaleza contra corsarios y potencias europeas
El prestigio de Kilwa no pasó desapercibido para los cronistas. El viajero Ibn Battuta, que recaló allí en 1331, la describió como “una de las ciudades más bellas del mundo”. El puerto llegó a recibir expediciones portuguesas como las de Vasco da Gama y Pedro Álvares Cabral, hasta que en 1505 el almirante Francisco de Almeida la tomó por la fuerza y estableció una fortaleza para dominar el tráfico marítimo.
Con el declive del comercio del oro y el auge de nuevas rutas, la ciudad entró en decadencia. Más tarde sobrevivió gracias al comercio de esclavos en los siglos XVIII y XIX, hasta quedar reducida a un pequeño asentamiento costero. Sin embargo, sus murallas, la mezquita y los restos del fuerte siguen contando una historia de sultanes, corsarios y batallas por el control del Índico, que llevó a la UNESCO a inscribir las “Ruinas de Kilwa Kisiwani y Songo Mnara” en la Lista del Patrimonio Mundial en 1981.
Un Patrimonio Mundial que el mar va devorando
Ese patrimonio, sin embargo, está literalmente en retroceso frente al mar. En su informe de 2004, una misión de ICOMOS para UNESCO advertía que la erosión marina se había convertido en uno de los principales problemas de conservación y señalaba que el desgaste costero amenazaba monumentos clave como el fuerte Gereza. El Gobierno de Tanzania, junto con Francia, Japón y la UNESCO, ha financiado desde entonces proyectos de consolidación, estudios de conservación y la construcción de infraestructuras básicas como un embarcadero para facilitar el acceso regulado a la isla.
La gravedad de la erosión y del deterioro llevó a que las ruinas de Kilwa Kisiwani y Songo Mnara llegaran a figurar durante años en la Lista del Patrimonio Mundial en Peligro. Fueron retiradas en 2014 después de la adopción de medidas de salvaguarda más sólidas, según la documentación del Centro del Patrimonio Mundial.
Un sitio remoto con cifras modestas… y un registro oficial actualizado
A diferencia de otros enclaves del Patrimonio Mundial, Kilwa Kisiwani sigue recibiendo un volumen reducido de visitantes, lo que contribuye a que conserve un carácter remoto y poco alterado. El Boletín Estadístico 2022 del Ministerio de Recursos Naturales y Turismo de Tanzania recoge que ese año las ruinas registraron 4.919 visitantes nacionales y 810 visitantes internacionales, un total ligeramente superior a las cinco mil visitas anuales.
El informe oficial más reciente, el Maliasili Statistical Bulletin 2024, confirma que el sitio continúa recibiendo turismo patrimonial y figura entre los “Antiquities Sites” con visitantes internacionales registrados en 2024, aunque el documento público no ofrece un desglose completo que sume visitantes nacionales y extranjeros para ese año.
Esa limitación no impide mostrar una tendencia clara: Kilwa mantiene un interés estable pero discreto, con un flujo de visitantes que crece lentamente y que sigue estando muy por debajo del que reciben otros conjuntos arqueológicos de Tanzania, como Kaole o Bagamoyo. Ese contraste hace que la experiencia en Kilwa conserve un rasgo singular: un Patrimonio Mundial prácticamente sin masificación, donde la fortaleza devorada por el mar, las mezquitas de coral y las antiguas casas suajili pueden recorrerse en silencio, interrumpido solo por el viento del Índico.


