El juego no es un capricho felino: es la manera en la que un gato ensaya la caza, mantiene su cuerpo en forma, afina sus sentidos y regula sus emociones. Por eso, cuando un gato deja de jugar o muestra un interés mínimo, conviene mirar más allá del “no le apetece” y preguntarnos qué está pasando. A continuación, las causas más habituales y qué puedes hacer en casa para devolverle las ganas.
1. Dolor o enfermedad
El primer paso es descartar un problema médico. Dolor dental, artrosis, enfermedades renales, respiratorias, digestivas o cardíacas reducen la energía y vuelven incómodo cualquier movimiento. “Max pasó de lanzarse a la caña a mirarla sin moverse; en la revisión detectaron artrosis en caderas y una gingivitis importante”, cuenta Rosa.
Cambios bruscos en la actividad, horas de sueño excesivas, reaccionar con incomodidad cuando tocamos ciertas zonas, agresividad o evitar saltos que antes realizaba con facilidad son señales de alarma. En estos casos, la visita al veterinario es prioritaria: un tratamiento adecuado y sesiones de juego adaptadas suelen devolver, poco a poco, las ganas.
2. Estrés o ansiedad
Un gato estresado destina su energía a vigilar y adaptarse, no a jugar. Mudanzas, obras, cambios de mobiliario, la llegada de un bebé o de otro animal, visitas frecuentes o incluso alteraciones en nuestra rutina pueden disparar la tensión. “Tras mudarnos de piso, Leo dejó de jugar durante semanas; pasaba el día recorriendo la casa como si inspeccionara cada rincón”, explica Clara. La solución pasa por identificar y reducir los factores que generan tensión y ofrecer rutinas predecibles, escondites accesibles, alturas y espacios tranquilos. Cuando el entorno resulta seguro, el juego reaparece de manera natural.
3. Miedo o desconfianza
El miedo anula por completo las ganas de jugar: un gato asustado prioriza la supervivencia antes que la diversión. Puede ser puntual (visitas con niños muy activos, la llegada de un nuevo animal, pirotecnia…) o convertirse en un rasgo de carácter en gatos poco o mal socializados o que han vivido experiencias traumáticas.
“Mi gato Kiko desaparecía debajo de la cama cada vez que venían mis padres a pasar el fin de semana. Durante esos días no jugaba nada, solo volvía a salir cuando se iban”, recuerda Esther.
La clave no está en forzar, sino en generar confianza poco a poco: refugios accesibles, espacios elevados y rutinas tranquilas. En gatos muy miedosos conviene contar con un especialista en comportamiento felino. Y para situaciones previsibles que generan gran angustia —como fuegos artificiales o mudanzas— es recomendable consultar al veterinario: podrá pautar fármacos o recomendar nutracéuticos (complementos naturales con efecto calmante). El uso de feromonas sintéticas en el hogar también puede ser un apoyo eficaz.
4. Frustración
El juego debe cerrar el ciclo de caza: acecho, persecución y captura. Si nunca llega la captura, el gato se frustra y pierde interés. “Me di cuenta de que jamás le dejaba capturar la pluma; cuando empecé a permitirle morder y ‘llevarse’ la presa, volvió la motivación”, admite Miquel. Para evitarlo, conviene que durante cada sesión tenga varias oportunidades reales de atrapar el juguete y que la experiencia termine de forma satisfactoria. Este es también uno de los motivos por los que el juego con puntero láser no se recomienda: el gato persigue un estímulo inalcanzable y nunca consigue capturarlo, lo que puede generar frustración y acabar con la motivación de jugar.
5. Aburrimiento o ambiente poco enriquecido
Un hogar demasiado predecible puede convertirse, para un gato, en un territorio de lo más aburrido. Los juguetes que siempre están a la vista pierden atractivo, la falta de escondites limita la curiosidad y la ausencia de alturas reduce sus oportunidades de explorar y observar. “Nala dormía casi todo el día. Yo pensaba que era porque ya era adulta, pero tras el enriquecimiento ambiental que hicimos, volvió a mostrarse activa y curiosa”, recuerda una clienta. Rotar juguetes, añadir estantes, túneles o rascadores, esconder premios en alfombras olfativas o habilitar una ventana segura como “tele felina” suelen ser suficientes para reavivar la curiosidad.

Hay que reeducar a los gatos para que dejen de mordernos mientras juegan.
6. Juego inadecuado por parte del tutor
Mover una caña de manera mecánica o agitarla delante del hocico rara vez despierta el interés de un gato: ninguna presa real se comporta así. “Cuando empecé a mover la pluma como un ratón que se esconde y da saltitos, Ciro volvió a activarse”, recuerda Pau. La clave está en imitar movimientos de caza: pegados al suelo, con pausas y cambios de ritmo. En la naturaleza, los felinos realizan varios intentos de caza al día, breves pero frecuentes. Siguiendo ese patrón, es más efectivo ofrecer varias sesiones cortas a lo largo de la jornada que una única sesión larga y forzada.
7. Edad y falta de energía
Con los años, las sesiones se hacen más cortas y pausadas, pero el juego sigue siendo terapéutico para ellos: mantiene la condición física y aporta bienestar emocional. Adapta el juego a su condición física y edad (menos saltos, más persecución suave a ras de suelo), ofrece superficies blandas y cálidas y alterna juego físico con estimulación olfativa o juegos de resolución simple. “Greta, con 14 años, ya no corre como antes por el pasillo, pero disfruta como nadie de encontrar premios en una alfombra olfativa”, comenta Laura.
8. Obesidad y sedentarismo
El sobrepeso es uno de los grandes enemigos del juego: cuando moverse resulta incómodo y se cansan enseguida, la motivación desaparece. En estos casos, jugar ya no es solo una fuente de placer, sino una parte fundamental del tratamiento. Lo recomendable es empezar con sesiones muy cortas, de apenas unos minutos, varias veces al día, y plantear pequeños retos que no exijan grandes esfuerzos. Los comederos interactivos sencillos y los juguetes que inviten a moverse poco a poco son grandes aliados. Paralelamente, conviene revisar la dieta con el veterinario: menos calorías, más movimiento y rutinas amables suelen traducirse en progresos visibles en pocas semanas.
9. Preferencias individuales
No todos los gatos disfrutan de lo mismo ni a la misma hora. Hay fanáticos de las plumas y otros que solo persiguen pelotas que botan, algunos prefieren “cazar” en penumbra y otros aman los retos olfativos. Observa qué textura, tamaño, sonido y ritmo despiertan su mirada. Ajusta el juego a su estilo y recuerda que muchos gatos son más activos al amanecer y al anochecer. ¿Y cómo reactivar el juego? Esta es una propuesta de plan exprés en casa:
- Establece 2–3 sesiones diarias cortas, y respeta un orden predecible: acecho → persecución → captura → recompensa → descanso.
- Juega en su zona favorita, con luz suave y sin interrupciones; si hay más animales, organiza turnos.
- Ve cambiando los juguetes y guárdalos tras su uso para que no los aborrezca.
Si sospechas enfermedad, dolor o cambios bruscos de comportamiento, la prioridad es la visita veterinaria. Un gato que no juega no es simplemente “poco juguetón”: es un gato que nos está comunicando algo. Puede que sienta dolor, que viva con miedo, que esté estresado, aburrido o que aún no hayamos dado con la forma de juego que le motiva. La buena noticia es que, con revisiones veterinarias regulares, un buen enriquecimiento ambiental adaptado a sus necesidades y sesiones de juego que imiten de verdad la caza, la mayoría recuperan la motivación. Porque el juego no es un lujo ni un pasatiempo: es una necesidad básica que sostiene su bienestar físico, cognitivo y emocional.