Más de siete siglos antes de que existiera la informática moderna, un mallorquín visionario diseñó un sistema para encontrar la verdad mediante la combinación mecánica de conceptos. Su nombre era Ramon Llull, y su plan era construir una máquina lógica del pensamiento. No era una IA, pero anticipaba lo que vendría muchos siglos después.
A su máquina la llamó Ars Magna —el Gran Arte—, y se concibió como una herramienta universal, válida tanto para defender la fe cristiana como para sistematizar el conocimiento de todas las ciencias. En sus propias palabras: “Este arte será útil tanto en teología como en filosofía, medicina, derecho y otras ciencias.”
Hoy, en plena era de la inteligencia artificial y el pensamiento algorítmico, la figura de Llull emerge de nuevo. ¿Fue este filósofo medieval el primer programador de la historia? ¿Cómo pudo alguien del siglo XIII anticipar la lógica computacional y la búsqueda de patrones universales?

Exposición 'La máquina de pensar. Ramon Llull y el 'ars combinatoria', en el CCCB de Barcelona.
Ramon Llull
Un adelantado a su tiempo
Nacido en Palma de Mallorca en 1232, Ramon Llull tuvo una vida que combinó el lujo de los cortesanos con una mística muy avanzada para la época. A los 30 años, abandonó su carrera como poeta trovadoresco al servicio del rey para dedicarse a una misión para la que se dejaría la vida: crear un método racional que permitiera demostrar la verdad de la fe cristiana ante judíos, musulmanes y paganos. Sin embargo, no quería hacerlo desde la imposición, sino desde la lógica, el diálogo y las matemáticas.
De esa vocación nació el Ars Magna, una herramienta intelectual basada en figuras geométricas móviles, símbolos y combinaciones de conceptos. Su funcionamiento recuerda a un sistema algorítmico rudimentario: los principios esenciales —como bondad, grandeza, sabiduría o verdad— se representaban con letras que podían combinarse en ruedas giratorias, generando proposiciones lógicas. Así, Llull creía que se podía llegar a conclusiones objetivas sobre cualquier cuestión: desde la existencia de Dios hasta la ética médica o el funcionamiento del derecho.
“Este arte es un arte general, mediante el cual el ser humano podrá discurrir y encontrar la verdad sobre cualquier cosa según cualquier cuestión”, escribió en su Ars Generalis Ultima.
Creando lo imposible
El algoritmo de Dios
Ramon Llull intentó automatizar el razonamiento mucho antes de Leibniz, Descartes o Turing. Su Ars Magna permitía crear cadenas argumentativas mediante la manipulación de conceptos predefinidos. Lo que hoy llamaríamos un algoritmo lógico, para él ya era algo funcional.
Y es que, lejos de limitarse a la teología, Llull defendía la aplicabilidad de su sistema a todas las disciplinas. Defendía que este arte debía servir para todo. De hecho, en sus escritos abordó, a través de este sistema, problemas médicos, disputas legales, cuestiones filosóficas e incluso principios de astronomía.
Su objetivo era crear un lenguaje común para todas las ciencias y creencias. Una especie de proto-inteligencia artificial humanista basada en principios universales. Como un ChatGPT medieval que pudiera responder con lógica inquebrantable a los dilemas del alma y del cuerpo.

'Ars Magna', el algoritmo de Dios.
Un genio incomprendido
Una influencia que fue más allá de lo medieval
Aunque su método fue incomprendido por muchos de sus contemporáneos, el legado de Llull reapareció con fuerza en el Renacimiento y la Edad Moderna. Filósofos como Giordano Bruno y Leibniz retomaron sus ideas combinatorias. De hecho, Leibniz —padre de la lógica binaria— reconoció que su proyecto de una mathesis universalis se inspiraba en parte en el arte luliano.
En el siglo XX, pensadores como Umberto Eco o Frances Yates recuperaron su figura como precursor de la lógica formal y la informática. Y hoy, expertos en computación simbólica, lingüística computacional o epistemología digital encuentran en Llull en las estructuras que sustentan el pensamiento algorítmico.
En palabras del filósofo Jorge Wagensberg, “Llull inventó el concepto de sistema combinatorio antes de que la ciencia supiera qué hacer con él”. Su obra no solo era adelantada a su tiempo. Era imposible de asimilar.