Alan Turing demostró que los algoritmos ganan las guerras mucho más rápido que las bombas: “El razonamiento matemático puede considerarse como una combinación de dos facultades, intuición e ingenio”

El descifrado de Enigma probó que, en la guerra, la información estratégica puede pesar más que la artillería

“Iba a hacer un cerebro”: Alan Turing fue uno de los pioneros de la inteligencia artificial, programando el futuro cuando ni siquiera existían los ordenadores

Alan Turing.

Alan Turing.

Diseño propio

Mientras Europa sufría el estruendo de las bombas durante la Segunda Guerra Mundial, la verdadera victoria se fraguaba en silencio. Lejos del frente, en Bletchley Park, un grupo de matemáticos y lingüistas trabajaba contrarreloj para descifrar el código Enigma, el sistema que protegía las comunicaciones militares nazis. No era un ejército al que había que derrotar, sino una máquina que parecía indescifrable.

Desde 1939, cada mensaje alemán era convertido en un jeroglífico gracias a los rotores de Enigma. El número de combinaciones posibles era tan elevado que, incluso con los mejores especialistas, se habrían necesitado siglos para descifrar una sola clave. Y a ello se sumaba un problema aún mayor: los alemanes cambiaban la configuración de la máquina cada medianoche, lo que obligaba a empezar de nuevo todos los cálculos.

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En 1940 llegó a Bletchley Park Alan Turing, un joven matemático de Cambridge que planteó una solución distinta: crear una máquina para derrotar a otra máquina. De esa idea nació la “Bombe”, diseñada junto a su equipo, capaz de probar millones de combinaciones con una rapidez imposible para cualquier ser humano. Pese al avance, la presión era máxima: cada jornada debía resolverse antes de que los nazis cambiaran de nuevo las claves.

Turing resumió su visión de la lógica matemática con una frase sencilla: “El razonamiento matemático puede considerarse como una combinación de dos facultades: intuición e ingenio.” Esa combinación fue la base de la estrategia que acabaría inclinando la balanza de la guerra.

Alan Turing en Bletchley Park en la década de los años cuarenta

Alan Turing en Bletchley Park en la década de los años cuarenta.

Aci / Heritage Images

El gran salto se produjo en 1942, cuando las Bombes mejoradas permitieron descifrar dos mensajes por minuto. Miles de comunicaciones alemanas comenzaron a ser interceptadas y procesadas de forma constante. Winston Churchill reconoció después que el trabajo de Bletchley Park había reducido la guerra entre dos y cuatro años, lo que supuso salvar entre 14 y 20 millones de vidas.

Turing era consciente de la magnitud de la tarea, pero también de que el trabajo debía avanzar sin descanso: “Solo podemos ver un pequeño trecho hacia adelante, pero ahí vemos muchas cosas que necesitan hacerse.”

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La derrota de Enigma no fue una lección estratégica. Dejó claro que la información resulta más decisiva que la pólvora. Un algoritmo bien diseñado podía derrotar a un ejército entero. Ese principio sigue vigente en el siglo XXI, donde los algoritmos no solo descifran códigos, sino que predicen mercados, controlan infraestructuras críticas y definen campañas de influencia política.

En 1945 los tanques entraron en Berlín, pero la ventaja decisiva se había logrado mucho antes en las salas de cálculo de Bletchley Park. La experiencia demostró que la fuerza bruta destruye, pero la inteligencia estratégica decide. Turing lo resumió en su ensayo más conocido: “La cuestión original, ‘¿Pueden pensar las máquinas?’, me parece demasiado carente de sentido como para merecer discusión.”

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